VI. Como un hechizo

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¿Por qué siempre eres tú...

el que viene a rescatarme?

Me enamoro una y otra vez

Dime, no importa lo que tenga que hacer,

yo sólo quiero verte.

Enamorarse es doloroso.

Cuando estoy feliz o incluso cuando estoy triste.

Siempre eres tú la razón.

Nee. Fujita Maiko.


Al terminar de subir la escalera dieron a un pasillo que se bifurcaba en dos caminos más, en cuyas esquinas se veían dos flechas, una apuntando a cada lado. «Sala izquierda» y «Sala derecha». Ambos caminaron hacia la división y cuando estuvieron en ésta, miraron a los lados. Hacia la derecha había una puerta de madera pulida en la que ponía las letras «C.F.» y hacia la izquierda había una puerta estilo discoteca con una especie de aislamiento mullido para que la música no saliera de adentro. Nick le dio un toquecito en el hombro a Judy y le indicó, con un movimiento de la cabeza, que debían ir para allá.

Caminaron hacia la puerta. En cuanto cruzaron el umbral, la música se alzó a un volumen ensordecedor, y Nick reaccionó: era uno de sus grupos favoritos, Muse. Nick sonrió. Judy se volvió hacia él.

—¿Qué pasa? —preguntó, viendo su sonrisa.

Nick negó con la cabeza y se recordó que, pese a que su grupo favorito estuviera sonando, esto no era una fiesta como tal, era una misión de reconocimiento; debían averiguar todo lo que pudieran de todos los animales que pudieran para así poder tener un perfil del asesino. Animales de todas las especies pululaban en el enorme salón.

—Nada. Vamos, entremos —contestó, y le tiró de la pata—. Debemos seguir a los animales.

—Está abarrotado —murmuró ella. Y no se equivocaba; Nick no creía haber visto tantos animales con ropa tan cara juntos en el mismo sitio—. Es como meterse en una película de cine negro.

Por todas partes había animales bien parecidos, la típica belleza conseguida a punta de negocios ilegales. Los machos iban, casi todos, vestidos de etiqueta con distintos esmóquines de distintos materiales y las hembras iban con caros vestidos de seda. Donde quiera que viera, veía gala y finura.

El salón era elegante, azulejos blancos con motivos de diamantes negros abarcaban toda la extensión del lugar, parecía un tablero de ajedrez gigante, y Nick se dio cuenta que hacía de ilusión óptica, porque si durabas mucho tiempo observándolos te mareabas, y eso te obligaba a mirar al techo para recuperarte. El techo. Por completo de mármol y con un tallado del Mapa del Infierno de Boticelli, labrado de una forma tan concienzuda que lo hacía sentir pequeño. No había ventanas, pero hacia un lado había una terraza, en la que también había más animales, y en cuyas esquinas del barandal había pequeños querubines tallados. «Este sujeto es un magnate», pensó.

Caminó con Zanahorias hacia donde un pequeño tumulto de animales estaba congregándose, y Nick notó que en una de las paredes había una palabra, escrita tan grande que se perdía la sensación de ser un escrito y se volvía decoración: «Acheronta». No le dio importancia, total, el tipo era millonario, sus gustos no eran de su incumbencia.

Esta vez su tamaño les jugó a favor, porque al no ser tan grandes como la mayoría de los invitados, pudieron moverse con sencillez entre los mismos. En donde estaban reunidos alrededor de quince animales había un zorro, un zorro de mármol peculiar. Vestía un traje blanco, lo que lo hacía resaltar sobre el mar negro de los demás, tenía una cadena de plata con una pequeña cruz victoriana al cuello y llevaba tres perforaciones en cada oreja.

Zootopia: JusticiaWhere stories live. Discover now