nueve: chad dixon

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Cameron dice que es hora de ir a la estación de policía, así que se lo pide a mamá cuando entra a llevarle el desayuno.

La mujer le abraza y deja un beso en su frente.

—Eres un chico muy valiente, amor —reconoce.

Ashton baja del auto creyendo eso, sin embargo, cambia de opinión al ver una aglomeración de personas rodeando la mesa dentro de una elegante estación de policía; con pisos de laja y señoritas de faldas lápiz contra los escritorios. Todos lucen profesionales y refinados, hay placas con símbolos en sus chaquetas.

Se sienta frente a ellos, y todos corren a rodearlo, sin decir nada.

Una mujer sostiene una carpeta entre sus manos.

—No encontramos ningún indicio de esperma —explica, mirando a su madre—. Pero obtuvimos una muestra de un cigarrillo que estaba tirado a unos pasos de la víctima. ¿Su hijo recuerda si el hombre fumó? Porque el ADN obtenido podría resultar útil.

Elizabeth se aclara la garganta, titubeante.

—Pues, no puedo asegur...

—Sí, él fumó antes de irse —responde Ashton, sin levantar la vista del escritorio. Algo en la brillante madera negra hace que no pueda despegar sus ojos de allí, todo con tal de no toparse con las caras de los sujetos frente a él, porque cree que si lo hace, se topará con un montón de lástima y varios "No tienes idea de qué estás diciendo".

Todos le miran con confusión hasta que levanta la cabeza y observa a la mujer del folder. Tiene que ser valiente... por Cameron, y aguantar lo máximo posible hasta que ellos sepan la verdad.

—De acuerdo —dice la mujer con una sonrisa forzada.

Al parecer, todas las personas allí ya estaban al corriente de su diagnóstico; no era extraño que se vieran tan confundidas ante las nuevas reacciones obtenidas.

Comienza a esparcir fotografías por la mesa, todas son a blanco y negro. Hay tantos sujetos que le toma tiempo analizar la totalidad de rostros. De repente, sus ojos se detienen en alguien. Ojos negros, nariz afilada, una cicatriz en la comisura de la boca. La toma entre sus dedos y se le queda mirando por largo rato.

La mujer comienza a hablar, él presta atención sin despegar sus ojos de la fotografía.

—Chad Dixon. Estuvo acusado de la violación de un joven de dieciséis años hace dos otoños. Aunque la familia presentó cargos, jamás tuvo que pagar una fianza. Se mudó a una pequeña localidad de Alaska seis meses después, donde vivía con su pareja y un par de animales. Ha regresado al país hace algunas semanas, se le ha visto en su antiguo domicilio.

"Me gusta Alaska. Especialmente Kenai. Hay una pequeña población allí y no hace tanto frío. Una vez estuvo allí, tenía un par de perros y estaba casado."

—Él fue —dice Ashton, jamás se ha sentido tan seguro en su vida—. Él lo hizo. Estuvo allí esa noche, lo vi cuando decidí ir a dar un paseo; me siguió un par de cuadras. Pensé que era alguien amigable porque comenzó a charlar conmigo.

—¿Qué te dijo?

—Dijo que era lindo, que tenía el rostro de uno de esos chicos que aparecen en los comerciales televisivos. Me asusté cuando acarició mi mejilla y comenzó a tocarme. Me llevó a ese callejón y... y... —Se detiene. Su garganta se cierra al reparar en esa oleada de recuerdos. El llanto le impide continuar.

Su madre lo abraza una vez que el proceso finaliza. El ADN del cigarrillo coincide con el de Chad Dixon. El hombre acaba en prisión por más de doce años. Al final se descubre un enorme listado de jóvenes atormentados. Se iban a comunicar con la familia de Cameron Harris (la primera víctima) para informar sobre ello. 

CameronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora