Encadenado

376 35 21
                                    

  Yo... No entiendo cómo llegamos a este extremo.

  Solía escuchar en silencio el teclear de tu máquina, estando imposible de notar para ti, debido a que así lo quería.

  Sabía lo que pasaría, más no lo detuve.

  La primera vez que nuestras miradas se entrecruzaron, formando un compás que alteró el ritmo de mi muerto corazón, fue el más hiriente. Surcaste y buscaste en la obscuridad de mi alma con un simple vistazo, sintiendo lo gélido que te volvías a cada pequeño segundo que pasaba.

  Nuestra primera vez, oh. La primera vez que juntamos nuestros cuerpos. Indescriptible.
  Las cadenas que en mis muñecas y tobillos yacían no se comparaban a lo ahogada que se sentía mi garganta, estando libre de todo aquel frío, grueso y punzante metal, con el que creías mantenerme atado, aunque lo único capturado allí; era mi corazón.
  Tu mirada había cambiado. Pasó de ser una gélida, a una hueca, como me encontraba al momento de ser penetrado por ti.
  Usabas, usaste, usas mi cuerpo según tu placer, derramando mis lágrimas y sangre negra en las sábanas que detenían mis quejidos. Tu rostro cercano al mío, fue mi premio de consolación. Sentía tu respiración agitada, junto a las duras embestidas que me dabas, y los golpes con mordidas que estaban en mi cuerpo.

  Podría jurar, que mi única tentación, al ser un demonio, fue sentir tus cálidos y suaves labios en los míos, juntándolos con delicadeza, con toda esa que te faltó a lo largo de nuestros encuentros.

  Como estaba contando, éramos uno solo.
Tras haber entrado innumerables veces, haber dejado tus líquidos en un interior que jamás pensaste siquiera en limpiar, acabaste. No solo con tu excitación, con tus uñas clavadas en mis rotas caderas, sino conmigo.

  Ese año mi boca se mantuvo cerrada hasta que la necesitaras, que disfrutaras de los placeres que mi garganta podía darte, y me ahogaras con tu semen. Las noches de tortura al no hablar, no poder siquiera alzar la cabeza, no lograron despertar la voz que permanecía oculta en mí. Esperando. Pudriéndose. Como mi corazón.

  Me gritabas, me insultabas, hacías daño, tanto físico como mental, mas no me fui. No podía dejarte; claro que no, mi amado Mason.
Aunque mi silencio parecía ser eterno, sincero, no parecías entenderlo. Para ti era una falta de respeto, un intento de rebelión, aquello que yo jamás pensé que podría intentar.

  Disfrutaste mis comidas, pero decías que iban perdiendo sabor. Que le faltaba algo, y que debía practicarlo o me castigarías; mas no lo hice.

  Por primera vez no obedecí las palabras que por tu boca se escapaban, rasgando mi alma, ya que mi corazón se encontraba hecho polvo tras tus tratos. Enfureciste.
Perdí mis ojos, me arrebataste ambos, sabiendo que de ello no me podría recuperar, pero lo hiciste. Ya no podía verte. Reíste al poder arrancar y dejar mis cuencas vacías, únicamente llenadas por sangre que salía a borbotones, que debía tapar para no ensuciarte, amo.

  Amor, amo, querido dueño de mi corazón, cuerpo y mente, me acabaste. Me destruiste sin la misericordia de la que sueles presumir, de la que jamás ha cabido en tu corazón de piedra.

  Divisaste que no me había curado. Claro, hablando de dolores físicos, ya que mis sentimientos son algo invisible para ti.
  Lo viste, lo notaste y pensaste, pero no dijiste nada. Me mandaste al cuarto de juegos, donde tu melliza me maltrató. Jugó conmigo, con nuestra relación de amor y odio que tú no querías reconocer.

  Una lluvia de vidrios llegaron a mis cuencas, ya que creías que era yo quien no quería curarse, me lo sacaste en cara, Mason.
  Te lo expliqué. Era un cuerpo humano, y solo podía regenerar todo lo que lograran los humanos, y ello no estaba incluido. Yo... Estaba seguro que lo sabías, lo juro, eso pensaba.

  Un azote tras otro ocurrían en mi espalda, formando un característico chasquido al chocar, juntándose con mis sollozos, los cuales eran una perfecta melodía para ti. Suave, dolorosa, fría.

  Entonces, amor mío, ¿Por qué lloras?

  El cuerpo en el que me conociste se quebró, junto a mis fuerzas de voluntad para levantarlo. Acabé.

  Acabé con el sufrimiento que me dabas, con los dolores y felicidad agria que me hacías sentir con pequeños detalles, de los cuales no tenías ni idea.
  Mandaste a mi cuerpo artificial a un hospital, a la vez que notabas que tu zafiro se volvía grisáceo, opaco, sin vida. Como me dejaste a mí.   Miedo, desesperación, angustia y más emociones le demostraste al médico al saber que estaba muerto. Podría jurar que vi unas lágrimas colarse por tus ojos en el momento que fuiste a lavar tus manos, ya que tocaste mi cuerpo embarrado en sangre, la cual te habías ocupado en sacar. Pero, ¿Qué podía hacer yo? Estaba acabado.

  Un cementerio completo estaba solo cubierto con una tumba. La estabas mirando, repasando con la vistalas palabras grabadas en el mineral azulino, el cual te recordó a mí.
  Dejaste unas flores negras, un ramo de ellas, a mi lado, como si ello ayudara a revivirme, o mantenerme en calma.

  “Eres libre, William” hablaste. Tu voz sonaba muda, no era tuya, no podía salir de los labios que anhelaba besar hacía años.   Era melodiosa, un cántico que a mis oídos atacó, y que no existían. Era sincera.

  Me habías enterrado junto al collar negro que solía darte el poder que tanto ansiabas, y que tuviste durante un tiempo, junto a mí.

  No divisaste el cambio.

  El color, cambió a ser un fino tono de celestino, pasando al azul de siempre, junto a unas grietas en medio de éste.

  No recordaste que yo soy, que era y que seré un demonio, de tristeza, del dolor. Fue así como me llamaste, mi pequeño cariño.   Tú me invocaste.
La melancolía que tenías me revivió. O fue más bien como mi último deseo. Me activaste. Pero no por mucho.

  Mientras el dolor siguiera en ti, mientras siguieras arrepentido e infeliz, yo te acompañaría, solo estaría en las malas.
  Te cuidaría, te cuidaré, te estoy cuidando en estos momentos, mientras te encuentras dormitando en tu cómoda, empapada en lágrimas. Te observo con los ojos que me faltan, con el corazón desintegrado y el alma que destruiste a cortes y golpes. Estaré contigo hasta que la última chispa de dolor se apague, y el viento que ocasionó ese fin del fuego gélido, marchite mi existencia por igual.

Te amo, mi amo.

William [Two-shot \ Reverse Falls]Where stories live. Discover now