5.

181 16 1
                                    

La noche volvió a ser larga, con muy pocas horas de sueño. En el instituto Briseida se sentía cansada, con ojeras, fea e incluso ultrajada. Era consciente de que nadie la había forzado, pero aquella especie de control que Juan Carlos ejercía sobre ella empezaba a ser más que tóxico. En la clase de historia no hubo flirteo, ni provocación, ni miradas. Se sentó detrás del todo y no se dignó a prestarle ninguna atención al “profesor engreído”. Las horas y sus clases pasaban más lentas de lo habitual hasta que a la una se dispuso a volver a casa. Caminando por el pasillo que conducía a la salida del colegio oyó detrás de sí:

—“No hay un salto gigante que lo consiga todo. Son un montón de pequeños pasos”,  Peter A. Cohen.

La joven se dio a la vuelta, vio la habitual sonrisa del maestro y respondió:

—“El que nace gilipollas, gilipollas es”, Briseida Broc.

Volvió a girarse y continuó su camino, estaba a punto de llegar a la salida cuando el profesor la agarró del brazo deteniéndola, se puso delante de ella y con expresión de asombro le preguntó:

—¿Estás bien?

No estaba para juegos ni rodeos, su contestación fue sincera y directa:

—Después de que te divirtieras prostituyéndome con tus amigos no mucho, no.

La cara de Juan Carlos parecía expresar realmente sorpresa.

—¿De qué hablas?, ¿te hizo algo que no quisieras?, cuéntamelo con confianza Briseida.

Ella reflexionó unos segundos, bajó la cabeza y dijo:

—No, no es eso, es simplemente que no me gustó.

Después de unos segundos el docente continuó:

—Lo siento, creía que te gustaba jugar, de verdad que no haría nada que pudiera perjudicarse.

Con solo cuatro frases el poder de atracción insano que Briseida sentía hacia él volvió a ser patente, comiendo de nuevo sobre la palma de su mano como un colibrí amaestrado.

—No pasa nada, es solo que no sabía que te gustaban estas cosas.

El maestro acercó su cuerpo hábilmente, ganándose de nuevo la confianza de su alumna.

—Me gusta todo, todo lo que no sea el misionero con la esposa durante veinte años seguidos. Supongo que mi condición de ateo me anima a experimentar, y tú eres una gran jugadora.

La modulación de su voz, su mirada, su gestualidad, ningún gurú de ninguna secta podía mejorar aquello.

—Yo solo quiero estar contigo —se sinceró la muchacha en un alarde de fragilidad.

—Y lo estarás, lo estaremos, nada me apetece más. Pero la espera y los juegos harán que nuestro encuentro sea aún más especial, inolvidable.

—Entonces, ¿vas a torturarme más?

—Un último favor y te prometo que seré tuyo.

—¿Cuál?

—Es una sorpresa, ven a mi despacho esta tarde a las cinco por favor.

El profesor miró a su alrededor, se aseguró de que nadie los viera y le dio un beso en la mejilla antes de irse. Briseida volvía a estar dispuesta a todo, a la polilla no le preocupa quemarse cuando ve la llama.

Briseida. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora