Capítulo II: El vivero

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Corrí hasta el final del pasillo y bajé los escalones a prisa, aún podía ver a León tras de mí intentando alcanzarme sin éxito; su cara estaba roja y el ruido de su agitada respiración casi hacía eco por todo el lugar.

Finalmente lo perdí de vista. Me adelanté y forcejeé la puerta durante unos segundos, es algo difícil hacerlo, pero no imposible. Para cuando logré abrirla León ya estaba a mi lado, inhalando y exhalando rápidamente, con sus manos apoyadas en las rodillas trataba de recuperar el aliento. Un paisaje multicolor se reveló ante nosotros y una fresca brisa impregnada de diferentes aromas, penetraba por nuestras narices. Lo hicimos, entramos al vivero del instituto. 

—¡Diablos, Jonathan! Podías correr un poco más despacio, maldito.

León, quien antes solía ser más alto que Jonathan, repentinamente dejo de crecer a sus quince, mientras que el otro ganó y ganó altura hasta los siguientes tres años. Ambos tienen dieciocho ahora, pero León apenas sube un poco de los hombros de Jonathan con sus 172 cm. Con largas extremidades y su imponente estatura actual, Jonathan casi se eleva por los cielos midiendo unos nada despreciables 192 cm.

Desde luego, las piernas amplias de Jonathan le dan cierta ventaja sobre el otro, pero no tanta como para garantizarle el gane en todas las carreras. Sin embargo, este le hizo creer a su inocente amigo que así era. Otra razón más para burlarse de la altura de León. Pero éste nunca supo que en realidad Jonathan se entrenó arduamente con el único objetivo de vencerlo siempre. Los dos eran realmente estúpidos.

—Eso es lo que pasa cuando eres enano y encima no corres rápido. —solté mi frase de victoria número 10. Así es, 10. Correr es un fastidio, así que no hacemos carreras oficiales muy a menudo, solo en ocasiones especiales.

—Púdrete, idiota. — bufó León.

Entramos al vivero. La última vez que nuestros ojos se posan en él, es tan impresionante como la primera. Mi corazón se estremece, me duele que lo vayan a cerrar. Las próximas generaciones del Instituto Superior de Santa Lucía, nunca sabrán de este lugar y nunca experimentarán su magia.

—Bien, aquí comenzó todo y aquí termina. Este es el final. —dije melancólico.

—Es el principio del final—me corrigió, León. — Esto no termina aún, no sin una debida celebración. Tenemos que embriagarnos, beber sin parar y quedar hasta la...

—¿Qué hacen ustedes aquí?

Una voz familiar irrumpió en el lugar, una ronca y sonora voz. Entonces lo supe: el señor Guillermo nos delataría por entrar a un área restringida, por romper la cerradura e incluso por aquella vez que León se coló con una chica y rompió una de las macetas. Adiós a nuestra ceremonia de despedida. Corrijo nuevamente, este si es el final.

Nos volteamos simultáneamente, en efecto, era el señor Guillermo. Nos observaba desde la puerta con los brazos cruzados y el ceño fruncido, una clara postura de desaprobación. También se le marcaba una ligera línea de expresión en la parte derecha de la mejilla, trataba de ocultar una sonrisa. Nuestro Memo nos odia y nos ama al mismo tiempo.

—¡Gracias a Dios se van a graduar pronto y dejarán de hacer destrozos por aquí!

Le echó una mirada de reojo al llavín roto y luego dirigió su vista hacía mi mano, que aún sostenía la palanca de hierro. La evidencia era contundente.

—No recuerdo una sola vez en que ustedes se aparecieran aquí y no hicieran mierda alguna cosa. La primera vez los crisantemos los sufrieron. Ahora el llavín. ¡Ustedes dos, par de mocosos! En verdad no tienen remedio... — exhaló.

—Memo, ¿por qué van a cerrar el vivero? ¿acaso no ven que es lo mejor que hay por aquí?

—Te he dicho que no me llames "Memo" — le dio un golpecillo en la cabeza a León.

Antes de agregar algo, se quedó mirando su adorado sitio. La nostalgia se dejaba ver en sus brillantes ojos negros llenos de agua, pero no derramó una lágrima. Guillermo era como los hombres de antaño, tosco y firme, de los que se apegan al dicho "los hombres no lloran". A sus sesentas con la vida ya hecha, sus dos amores eran el vivero y Lusitania, su esposa.

—Debido al proyecto de ampliación de infraestructura, la administración decidió cerrar el vivero, primeramente, para ocupar este espacio para los nuevos laboratorios y también, porque consideran que es un gasto económico muy alto que podría emplearse en mejoras para las instalaciones del instituto.

—¡Por un demonio! ¿Quieren quitar el vivero para construir más? ¡Hijos de puta! — exclamé.

—Bueno, todo se trata de prioridades. ¿Qué es más importante, el vivero o aumentar la capacidad de estudiantes y hacer más atractivas las instalaciones del instituto? La respuesta es clara.

—Nunca nada hará más atractivo el instituto que este vivero. —dije resignado.

León veía con ternura los pequeños cactus, sus favoritos. Yo acariciaba las plantas colgantes que se dejaban caer sobre mi cabeza.

—Toma uno. Es un regalo de graduación.

—¡¿En serio?! — León sonrió como un niño al abrir sus regalos en Nochebuena.

—No, solo quería ver la cara de tonto que harías si te lo decía. — le respondió con sarcasmo el astuto anciano. — ¡Por supuesto que es en serio, mocoso!

—¡Gracias, Memo!

—¡Que no me digas "Memo"!

—¿Y no hay regalo para mí? También me graduaré pronto, Memo.

El señor Guillermo volteó los ojos. Sabía que no tenía caso insistir con nosotros, jamás dejaríamos de llamarlo por ese apodo. Se dirigió a uno de los estantes del fondo y tomó un pequeño árbol.

—Para ti, un ciprecillo[1]. Si lo cuidas bien, puede crecer hasta 40 metros de alto.

—¡¿Qué?! Es demasiado grande. No sé si pueda plantarlo en el jardín. — estaba rechazando de primera entrada a mi futuro hijo.

—Creo que quedaría bien el jardín trasero de mi casa. Hay suficiente espacio. — León fue la esperanza del pequeño árbol.

—Entonces está bien. —sonreí sosteniendo en mis brazos el regalo. —Gracias Memo.

Terminamos por agotar la santa paciencia del señor Guillermo.

—¡Ya lárguense de una buena vez, par de idiotas! — nos apuntó con la palanca de hierro con que rompimos la cerradura de la puerta.

Tomé mi árbol, y León su cactus. Corrimos a toda velocidad. De la misma forma en que entramos, abandonamos el lugar Esa fue la última vez que visitamos nuestro querido vivero.

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[1]Podocarpus oleifolious. De la familia botánica Podocorpaceae. Se halla en países como Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Perú y Venezuela.

Un suicido casi perfectoWhere stories live. Discover now