2. Ese breve momento nos pertenece

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Al arribar al sitio acordado para nuestro encuentro, mi cita especial ya se encontraba allí.

Le vi sentado en una silla junto a la ventana, solemne, y cruzado de piernas. Un cigarro se consumía lentamente entre sus delgados dedos, que, debido a la poca iluminación de la habitación, resplandecía con vividez, casi como una pequeña luz artificial. Una notoria expresión malhumorada se dejaba ver en su rostro, obviamente resultado de haberlo hecho esperar. Levantó la cabeza y por debajo del borde de su feodora, un par de brillantes orbes celestes me fulminaron con la mirada.

— Llegas tarde, infeliz.

— También me alegra verte, rufián —respondí con cierta ironía.

A pesar del poco cálido recibimiento, ninguno de los dos estaba verdaderamente enojado. Era común entre nosotros ese tipo de tratamiento casi hostil, pues era nuestra forma de lidiar con el otro.

— Estaba a punto de enviar a mis hombres para que me trajeran tu cabeza. Pero luego llegué a la conclusión de que eso sería un desperdicio de tiempo. ¿Porque... de que me serviría algo tan inútil? —dijo el pelirrojo, apagando su cigarro en un cenicero cercano. Probablemente imaginaba que ese cenicero era mi cara, a juzgar por el entusiasmo con el que lo hacía.

También me fijé en el hecho de que había una botella de vino a medio beber reposando sobre la pequeña mesa junto a él. Al parecer, su amor por la bebida no había cambiado.

Un crujido leve se oyó cuando la persona abandonó su lugar para acercarse a mi. Se detuvo cuando nos separaban meros centímetros de distancia. Luego de unos segundos de silencio, una media sonrisa escapó de la comisura de mis labios.

— Chūya. Te ves igual de hermoso que siempre.

Él no pareció sorprendido o halagado por mi comentario, su expresión ni siquiera había cambiado un poco desde que había llegado. En cambio, apretó los labios y se cruzó de brazos. En ese momento supe que no me lo haría nada fácil.

— Déjame adivinar. ¿Estabas revolcándote con alguna mujer cualquiera por ahí? ¿Esa es la razón de tu tardanza, bastardo? —atacó el más bajo.

Solté una risita.

— Chūya, creo que para este entonces deberías saber que eres el único para mi —murmuré— No siempre se me es fácil escabullirme de la Agencia, mis subordinados hacen muchas preguntas y son curiosos. Además, me detuve por una cosa en el camino.

Deje al descubierto el presente que había mantenido oculto hasta ese momento. Era una rosa, del mismo color de la sangre, que de milagro había sobrevivido ilesa en mi abrigo. Chūya abrió los ojos como platos cuando extendí la flor hacia él. Las rosas siempre habían sido sus flores favoritas.

— Aún lo recuerdas —susurró, tomando la rosa en sus manos tal como si de un frágil cristal se tratase. Aspiró su aroma y una pequeña sonrisa se dejó entrever en su rostro, haciéndome a su vez sonreír a mi.

— Es que... pensé que un objeto tan bonito también te haría ver más apetecible a ti —reí.

— ¡Tú... maldito!

Y con eso, se esfumó el momento dulce.

El rostro de Chūya volvió a retomar su mueca molesta y me miró con odio, para luego usar la rosa para golpearme. Los pétalos volaron por todas partes. En serio lo sentía por la persona que debía limpiar esa habitación más tarde, aunque ese hotel no parecía ser muy limpio de todas formas.

Yo reía mientras Chūya soltaba un insulto tras otro. Disfrutaba el hacerlo enojar, pues sus berrinches jamás tenían límites y con su estatura se veía como un pequeño gnomo gruñón. Seguramente me mataría si le dijera algo así, era muy sensible con el tema de su estatura.

— ¡Nunca cambias! ¡Eres un idiota suicida! ¡Imbécil! Hijo de...!

En medio de uno de sus ataques con la rosa, tome su brazo en el aire y atrapé su labios en un beso. Al comienzo se resistió, pero poco a poco fue cediendo y la resistencia disminuyó. Me permitió el ingreso a su boca cuando se lo demandé y nuestras lenguas bailaron juntas.

Nuestros labios se movían con naturalidad y familiaridad, pidiendo cada vez más. Había pasado algo de tiempo desde la última vez, y nuestros cuerpos también pedían a gritos que se les atendiera como era debido, aún más al sentir la cercanía del otro. Pronto sentí la presión aumentar en mi entrepierna y el deseo de tener más intimidad con él.

Chūya tampoco estaba mejor que yo. No sabía si su celo ya había ocurrido o aún estaba a pronto de suceder, últimamente yo estaba desentendido en esas cosas y él tampoco se dignaba a informarme. Pero sus mejillas se habían teñido de color rojo carmesí debido al pudor y cuando su entrepierna rozó mi muslo sentí su excitación.

— Vaya, con un beso ya te pones duro. ¿Te encuentras tan necesitado?

— Cierra la boca —susurró Chūya entrecortadamente, soltando un gemido cuando se creo más fricción entre nosotros— Gracias a que me has mordido, eres el único con quien puedo sentir placer. No sabes cómo lo odio.

— Deja de quejarte —besé una vez más sus labios para callarlo— Tú me lo pedías a gritos, y yo... Bueno, yo no pude resistirme a tu dulce esencia. Tampoco puedo hacerlo ahora.

Después de eso, de alguna forma terminamos en la cama. La ropa se interponía en el camino, por lo que sin ser demasiado cuidadoso las quite del medio dejando al descubierto la piel pálida de mi acompañante. Deposite pequeños besos en su pecho desnudo, posiblemente dejando varias marcas.

Chūya sujetó mi cabello cuando comencé a morder y chupar uno de sus pezones, una de sus áreas más sensibles. Lo sabía por experiencia. Continúe con el procedimiento hasta que éste adquirió una tonalidad roja.

— D-Dazai, termina de jugar y hazlo de una vez —pidió el pelirrojo.

— No tengo intenciones de hacerte esperar más, amor mío.

En poco tiempo, yo también me encontré sin mis ropas. Ahora los vendajes eran lo único que quedaban en mi cuerpo; varios de ellos comenzaron a desprenderse debido al forcejeo al que eran expuestos, más no me importó.

Ambos soltamos un gemido cuando me interné dentro de él. Se sentía tan cálido y cómodo que parecía que nuestros cuerpos habían sido hechos específicamente para el otro y nadie más. Casi como si hubiéramos estado destinados a pertenecer al otro.  A medida que las embestidas aumentaban, Chūya clavaba sus uñas en mi espalda con más fuerza hasta el punto de hacerme sangrar. Ese era el único tipo de dolor que aceptaba, porque venía de él.

Quizás estaba convencido de que así podía llegar a sentir un poco de todo el sufrimiento que el había sentido una vez. Solo quizás.

Ambos estábamos totalmente sudorosos y nos acercábamos al clímax. Las embestidas se hicieron más rápidas en ese punto y sabía que no aguantaría mucho más. Chūya vino primero, y yo le seguí un poco después, corriéndome en su interior.

Nos derrumbamos exhaustos en la cama, respirando con dificultad. Nuestros pechos subían y bajaban y aproveche ese instante para juntar nuestros labios una vez más. En aquel momento, solo nosotros existíamos y nadie más.

En aquel momento éramos nosotros dos solos, ese breve momento nos pertenecía.

You're my loveprize [Soukoku, Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora