—Me hiciste el amor –comentó, aún sin poder creerlo.
El mayor soltó una risita.
—Sí, Tao —admitió con una sonrisa—. Te hice el amor. Y te lo haré todos los días —besó su nariz —. Siempre —musitó cerca de sus labios.
Su corazón se aceleró y se ruborizó furiosamente.
—¿Siempre? —Inquirió, expectante.
El rubio asintió.
—Sí, siempre, Tao —dejó un beso sobre sus labios, separándose apenas unos milímetros, mirándolo directamente a los ojos. Y él se perdió en ellos, sorprendido de ver tantas emociones y sentimientos dentro de ellos, que, curiosamente, lo incluían a él. — Te amo.
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