Capítulo 21 (editado 2)

22 2 0
                                    

CAPÍTULO VEINTIUNO

Me despierto de golpe, asustado y con el corazón latiendo a mil por hora. Me levanto de la cama de Mardo, teniendo cuidado de no despertarlo aún, y me acerco a la ventana para ver el sol, pero está nublado. Hace muchísimo frío y estoy temblando como gelatina. Veo las gotas de rocío que se encuentran en cada planta de enfrente. Acerco la palma de mi mano hacia la ventana; está empañada, helada y empapada de agua. Llovió toda la noche.

—Ma... Mardoqueo —lo llamo en susurros, tocando su frente llena de sudor.

—¿Ah? ¿Qué pasa?

—Ya son más de las ocho —le digo, subiéndome los pantalones.

—¿Qué? —me pregunta. Se sienta en la cama y comienza a bostezar.

—Tenemos que recoger las hojas. ¡Anda, ya levántate! —le ordeno, azotando una almohada directo en su cara.

—Sí, sí. Ya voy —me responde y después me regresa el almohadazo, justo en mi espalda. Los juegos entre nosotros han vuelto.

«¿Será posible que ya todo sea como antes? —me pregunto—. O ¿será mejor?»

Eso espero, con muchas ansias.

Nos vestimos y bajamos a la cocina para desayunar. Después de quince minutos, noto que mi amigo carece de apetito. Apenas y ha tocado su cereal.

—Mardoqueo, ¿te pasa algo?

—No, no es nada —me contesta, levantando con la cuchara el cereal remojado y metiéndoselo a su boca con lentitud.

Tomo el cartón de leche y lo guardo en el refrigerador, observando que Mardo aún sigue deprimido, así que le digo en buen plan para animarlo, muy cerca de su oreja:

—Tal vez..., recogemos las hojas mañana y hoy nos ponemos hacer otras cosas...

Mi intención era jugar videojuegos, pero creo que Mardo ha malinterpretado lo que dije, de manera sucia, porque, casi de inmediato, se apartó de mí, empujándome y levantándose de la silla de una manera muy brusca. Y me grita:

—¡No, Rigel, no hemos trabajado en casi toda la semana! ¡Joel nos despedirá!

—Pero ¿por qué estás molesto, Hermoso?

—¿Hermoso?

Me mira extrañado, haciendo que me confunda.

—Sí, ummm, somos novios, ¿no?

—Y ¿¡qué te hace pensar eso!? —me grita, enfurruñado. Mardoqueo da vueltas y vueltas por toda la cocina, como si buscara algo. Me hallo cabizbajo. No dejo de sobarme las manos y de rascar mis muñecas hasta dejármelas rojas. No sé qué decirle o cómo responder ante su mala actitud que tiene contra mí—. ¡Mejor ayúdame a buscar las llaves del auto, que no las encuentro!

No sé qué le pasa, ni tampoco sé por qué se comporta así conmigo. Sin embargo, ahora mismo, lo estoy ayudando a buscar las llaves. Tal vez y eso lo tranquilice, ¿no?

—No sé dónde están —le digo, muy tímido.

Siento que con la persona que estoy hablando en estos momentos, no es Mardo, sino otra completamente distinta. Quiero volver el estómago. Anoche dejé la mitad del pan que me dio Maylin para almorzármelo hoy y, ahora que me lo he comido, siento que se ha convertido en una masa pesada que aplasta mis tripas, mareándome mucho y provocándome nauseas.

ADIÓS, ADIÓS, MARDOQUEOWhere stories live. Discover now