Capítulo 23 (editado 2)

18 2 0
                                    

CAPÍTULO VEINTITRÉS

—¡Suéltalo! —me grita Caín, apartando a toda la gente conmocionada y asustada hasta llegar a mí.

Caín me sostiene de los brazos y me jala hacia atrás, retirándome de él y evitando que lo mate a golpes.

—¡No, no lo haré! —exclamo, llorando a mares.

Todas las personas nos miran. Mi camisa está llena de sangre.

—¿¡Por qué lo estás golpeando!? —me grita Caín.

—¡Porque tuvo el descaro de venir a buscarme!

—¡Rigel! —me vuelve a gritar. Me jala de la oreja, como si fuera un niño pequeño—, ¡él no es Mardoqueo!

Caín me suelta y me retira de ahí.

Maylin quiere levantar a la persona que golpeé, pero no puede con el peso, pues, es mucho más grande que ella. Aquél sigue tirado en el muelle, hecho un ovillo y completamente golpeado de la cara. Se retuerce de dolor mientras aprieta su estómago y nariz, ésta última no la suelta para no derramar más sangre.

—¿¡Qué!? —pregunto, confundido. Trato de tranquilizarme.

—¡Sólo... míralo! —me grita mi amigo, sosteniéndome de los hombros y girándome a la fuerza para que lo vea.

El chico levanta su cara, hinchada y ensangrentada. Me quedo pasmado y atónito. Estoy muy asustado. Mis piernas no dejan de temblar. No es Mardoqueo, pero es como si lo fuera, y la idea de haber golpeado a mi mejor amigo: me aterra mucho.

Me volteo y abrazo a Caín, diciéndole que nos fuéramos.

Ya no lo soporto más.

Un gordo policía, uno que no está muy lejos de donde estamos, se ha percatado del escándalo que ocasioné. La multitud comienza a acercarse más y más. Aquel oficial viene con un grupo de los suyos. Y antes de avisarle a Caín (mi amigo se dio cuenta primero), éste me jala del brazo y pronto salimos pitando del muelle.

¡Patitas para qué las queremos!

No nos fijamos por dónde corríamos y hemos chocado contra uno de los tantos puestos de garnachas, tirando y derramando todo por el muelle, haciendo un total desastre de comida, ahora embarrada. El dueño nos grita y volvemos a salir pitando, pero, esta vez, hacia plena avenida en movimiento, esquivando, en zigzag, cada auto que se nos echa encima. Maylin viene detrás de nosotros. Se ha quitado los tacones y los lleva en la mano; ahora corre descalza mientras esquiva autos al igual que nosotros.

Seguimos corriendo como atletas desenfrenados por toda la avenida, ésta y la siguiente, y la siguiente, hasta entrar a plena ciudad. Por poco y un autobús se nos echaba encima, pero logramos dar varias volteretas, esquivando el golpe de sus ruedas hasta subirnos a la banqueta y chocar contra dos niños pequeños, un niño y una niña; varias personas nos insultan por eso.

Seguimos corriendo por en medio de más puestos de chucherías.

Nos metemos por una calle que está justo en medio de dos grandes hileras de edificios. En esta zona, ya casi no hay autos, de hecho, está solo, oscuro y silencioso, pero, aun así, seguimos corriendo en zigzag, de banqueta a banqueta, cruzando calles y calles.

Caín me toma por sorpresa, jalándome del brazo y apuntándome hacia un callejón sin salida. Corro hacia él y me oculto detrás de un gran contenedor de color verde. Notamos que Maylin se sigue de largo, aún corriendo descalza; Caín se levanta, corre hacia la calle y le chifla, metiendo sus dos dedos meñiques a su boca. La chica derrapa y se regresa hacia el callejón, ocultándose junto a nosotros.

ADIÓS, ADIÓS, MARDOQUEOWhere stories live. Discover now