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Narra Jennifer

Veo como a Hugo se le crispa la cara y a mí se me encoge el corazón. Por un segundo barajo la dulce posibilidad de que yo también le guste, pero se esfuma tan rápido como vino. Judith es la chica perfecta para él, además, creo que está enamorado de ella.

— ¿Qué?

— Sí, supongo que...

— Todavía no llevamos el mes que tú me pediste — dice con voz firme y segura. Alzo la cabeza hacia él, viéndolo con los labios apretados y el ceño fruncido, sin despegar su mirada de mí —. Prometí estar contigo un mes. No me gusta faltar a mi palabra.

Me sorprende su respuesta. Creía que iba a alegrarse, pero veo que le hace tan poca gracia como a mí el tema. Eso o de verdad quiere cumplir sus promesas. Aunque tal vez pueda ser que se haya acostumbrado a ser parte de la popularidad, y disfrute con ella. Llevo tiempo notando que ya no se siente incómodo cuando nos miran todos.

— ¿Estás seguro?

Mi voz suena dudosa y ansiosa, y lo único que espero es que él me diga que eso es lo que quiere. Ni siquiera me preocupa que él note la desesperación que tengo por no perderlo, o por lo menos en ese momento no es lo que más temo.

Él asiente, sin separar los labios ni un poquito, y yo me dejo llevar por el momento y me lanzo a pasarle los brazos por el cuello y a pegarlo a mí. No sé qué estoy haciendo, pero lo único que me apetece en este momento es besarlo, así que choco mi boca con la suya.

Sus labios reaccionan a mí en seguida, amoldándose con los míos y acariciándose, intensificando poco a poco la fuerza y las ganas del beso. Sus manos vacilan alrededor de mis caderas y yo quito las mías de su nuca, sin romper el beso, y enredo mis dedos en sus muñecas y pongo los suyos en mi culo. Vuelvo a atraerlo hacia mí con fuerza y enredo las manos en su pelo, mientras él me aprieta contra su cuerpo.

Me recorre un calor por todo el cuerpo que es casi indecente. Mi corazón pega tales brincos que me asusta, late con tanta fuerza que dudo sobre si puede romperme las costillas, y la respiración se me acelera y entre corta tanto que siento los pulmones rebotar.

Es una emoción tan intensa, tan acelerada y tan nueva que debería asustarme, pero me gusta demasiado como para eso. Y sé, que a él le está gustando tanto como a mí porque me clava los dedos en las nalgas.

Lo peor es que eso desata que una de mis manos, que parecía querer quedarse sobre su corazón sintiendo sus latidos iguales a los míos, forme un puño y apriete la tela de su sudadera.

Poco a poco, hacemos que esa pasión desbocada pierda fuerza y terminemos dándonos pequeños besitos sin lengua, casi piquitos. Sus manos suben hasta mi espalda y las mías se tranquilizan, con las palmas abiertas sobre su pecho.

Es entonces cuando me doy cuenta de todo lo que acaba de pasar. De que me he dejado llevar. De que por primera vez he sentido fuego dentro. Y de que me arrepiento de haberlo hecho, por la simple razón de que él debe estar bastante confuso conmigo.

Sus ojos, de ese color dulce y pegajoso, me miran con el brillo del deseo todavía encendido dentro. Y yo todavía siento la respiración entorpecida, el corazón desbocado y sus manos en mi culo, a pesar de que estemos separados y sin tocarnos.

— Creo que este tipo de besos no suelen darse en la parte trasera de un instituto — dice con una sonrisa tímida.

Me fijo en sus mejillas, rojas y acaloradas, y en la forma en que sus labios se curvan hacia arriba. Lo tengo claro, no hay otro como Hugo. No lo hay. Me arranca una carcajada y, por primera vez en muchísimo tiempo, yo también me pongo como un tomate.

— Creo que no.

— ¿Sabes qué también creo?

— Dime.

— Que no debería tener ganas de otro — dice sorprendiéndome con su sinceridad y seguridad repentinas.

Y sin dejarme rebatir, decir cualquier palabra o darle la razón, su boca embiste la mía y volvemos a besarnos otra vez como dos locos desesperados. Esta vez no hace falta que yo le baje las manos, las lleva directamente a mi culo, y yo enredo mis dedos en su pelo.

— ¡Eh! Que hay niños pequeños por aquí — grita Jose.

Su voz y él son tan inoportunos y molestos como siempre. Nos separamos, pero Hugo parece no querer soltarme y me mantiene pegada a él con sus brazos alrededor de mi cintura. Mis manos están en su pecho.

— Pues sí. La verdad es que es demasiado tarde para que estés fuera de la cama — le espeto, deseando poder volver a besar a Hugo.

— Son las dos y media de la tarde, Jennifer.

Hugo resopla y pasa uno de sus brazos por mis hombros, coge su mochila y comienza a guiarnos lejos de Jose.

— Adiós, Jose — dice, pasando totalmente de él.

Él no nos sigue, y nosotros pasamos entre los estudiantes hasta la salida, donde cada uno tiene que irse por un lado. Todavía estoy aturdida y con demasiadas ganas de irme con Hugo, no me importa a donde, ahora mismo solo quiero estar con él.

Cuando llegamos al lugar maldito en el que tenemos que separarnos, lo miro y bajo la cabeza suspirando, tímida.

— Bueno...

— ¿Nos vemos mañana?

Su sonrisa dulce y cohibida me arranca un par de latidos desorbitados. Últimamente todo va a toda velocidad con él.

— Por supuesto.

Me da un beso suave, lento y sin lengua, pero que me hace querer cada vez más y se va sin mirar atrás. Y yo no paro de pensar la misma pregunta: ¿qué voy a hacer cuando tengamos que dejarlo?

Ella es mi problemaWhere stories live. Discover now