27

7.4K 424 8
                                    

Narra Jennifer

Ha pasado un rato desde que Hugo y yo empezamos a liarnos, y ahora no sé donde meterme. Estoy un poco avergonzada de mi actitud, yo nunca fui tan debilucha referido a lo sentimental. Es la primera vez que me lío con un tío con el que debería estar cabreada, y también la primera vez que me hacen daño a mí y no yo a alguien.

Me giro hacia Hugo, que mira la carta de papá con el ceño fruncido, buscando indicios de algo. Se me acelera el corazón al recordar los besos que acabamos de darnos y se me pone la piel de gallina, mientras sus palabras tan melosas suenan en mi cabeza como si de eco se tratara. Aunque es el eco más maravilloso que conozco, por muy mentira que pueda ser.

Él alza los ojos hacia mí, mirándome con sus iris color caramelo, y se pone en pie, soltando el papel. Lo observo avanzar hacia mí y retrocedo un poco. No puede volver a besarme, o a tocarme si quiera, sé que no podré resistir las ganas de volver a juntar nuestras bocas y pegarme a él.

Así de tontos somos cuando nos enamoramos, nos hacen daño y nosotros seguimos queriendo sentir más cerca a esa persona. Como tontos masoquistas a los que les gusta tener el corazón roto. Lo sorprendente es que, cuando crees que no hay manera de que los trozos se quiebren otra vez, pasa. Y vuelves a sentir ese dolor en el pecho que te perfora por dentro, te destroza el ánimo y te quita el sueño.

A mí me recuerda a Crepúsculo, cuando Edward se iba dejando que Bella creyera que no la quería.

- ¿Tu padre no dejó nunca una carta o algo en el testamento? No sé, algo que nos pueda ayudar a entender todo lo que está pasando - dice Hugo, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón.

- Que yo sepa no. Mi madre nunca dijo nada, y mi hermana tampoco.

- A lo mejor no lo hicieron por alguna razón - comenta Hugo, mirando a la nada con la expresión pensativa -. A lo mejor te ocultaron algo.

Arrugo la frente y trato de pensar en ello, pero no encuentro nada que pueda decirme qué es lo que pasó. No veo más allá de mi padre tirado sobre el suelo del despacho, ensangrentado por el suicidio, y a mi madre llorando. Es todo lo que recuerdo de ese día, nada más. Y no quiero esforzarme mucho tampoco porque me flaquean las rodillas, me está costando sostenerme y no quiero caer y que Hugo tenga que levantarme.

No quiero que me vea más frágil de lo que ya soy.

- No lo sé - murmuro, intentando no pensar en ese día -. Pero podemos mirar en el despacho de mi padre, mamá sólo lo limpia, no ha movido nada en él. Ni un solo libro, ni tampoco ha puesto recta la foto que Vane y yo teníamos con él. No se ha tocado.

Hugo me mira dubitativo y con compasión.

- Jen...

- Deja de mirarme así, Hugo - le pido -. No soporto ver la compasión en los ojos de la gente, no puedo con ello.

Él suspira y se acerca a mí. Sus manos acarician mis mejillas y, cuando pienso que va a acercarme a él para besarme, pone mi cabeza en su pecho y me abraza, intentando ayudarme en este momento.

Al principio estoy estática, pero no tardo mucho en rodearlo con mis brazos y apretarlo contra mí. En un intento desesperado de sentirme mejor y superar de una vez por todas el trauma que me persigue. Su colonia no deja de ser como una droga para mí y, por mucho que me inunde, nunca me parece suficiente. Me produce una calma que no es ni medio normal, aunque es probable que su olor propio mezclado con ese perfume sea lo que me gusta tanto.

Al menos parece lo más racional.

Estamos abrazados un par de minutos, en los cuales Hugo no ha dejado de darme besos en la cabeza y de frotarme la espalda con delicadeza. Estoy mucho más calmada y creo que ya puedo hacer frente a lo que se me viene encima, por eso me separo de él. El contacto entre nuestros cuerpos no se rompe del todo, porque en seguida me agarra las manos, entrelazando sus dedos con los míos.

- ¿Segura de que quieres entrar en ese despacho? - me pregunta con voz suave, utilizando justo el tono que necesito para estar tranquila.

- Algún día tendré que superarlo.

- No pienso soltarte - me promete, apretando sus manos sobre las mías.

- No jures algo que no sabes si vas a poder cumplir.

- No estoy jurando nada. Te estoy diciendo la realidad, así que ve acostumbrándote a ello - me contesta, sonriendo un poquito.

Me da un beso en la mejilla y tira de mí, saliendo de mi habitación. Yo en seguida lo adelanto, sin soltarme ni un segundo de él, y camino muy decidida por el pasillo de la planta superior, dirigiéndome a la única puerta que llevo demasiado tiempo evitando. Según me voy acercando, más lento camino, y noto que Hugo me mira preocupado.

Estoy a dos pasos de la puerta, a dos malditos pasos, cuando el timbre suena, sacándome de esa burbuja de decisión que creé a mi alrededor. Una burbuja que se desinfla. Miro a Hugo y él se encoge de hombros, como diciendo que no sabe quién puede ser.

Cojo aire, cansada por la tensión que acabo de vivir, y arrastro a Hugo conmigo hasta la puerta de mi hogar. Me suelto de él, muy a mi pesar, y miro por la mirilla. Ni siquiera me molesto en mostrar sorpresa, viene día tras día aquí, a intentar hablar conmigo. Pero hoy quiero abrirle, a ver qué tiene que decirme.

Le doy una mirada seria a Hugo y él arruga el entrecejo, preguntándose quién es. Yo abro la puerta y miro al individuo que está frente a mí con cara de pocos amigos. Él sonríe un poco, hasta que ve a Hugo detrás de mí, observando todo con atención.

- ¿Qué quieres, Jose? - pregunto, un poco cansada.

- ¿Podemos hablar? Tengo algo muy importante qué decirte - dice avergonzado, pasándose una mano por la nuca.

- ¿Sobre qué?

- He venido a contarle la verdad sobre Hugo.

Ella es mi problemaWhere stories live. Discover now