Epílogo

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Las nubes adoptaron un color grisáceo y triste.

     En algún momento llovería y eso lo sabían todos los presentes, una lejanía que eterna atravesó la realidad. El cementerio estaba completamente vacío, aquella sensación tórrida y amarga se manifestó en forma de lágrimas.

     Justo cuando el ataúd cruzó el agujero dentro de la tierra húmeda, se marcó un límite entre el olvido y el recuerdo. Nada podría volver a la normalidad porque una pieza importante yacía pérdida. Todos miraban a Jordán, acompañándolo en su dolor.

     Ann y Scarlett observaban el suelo destrozadas, querían gritar y negarse a la idea, mientras analizaban el hueco un vacío en sus pechos alertó un gran descenso. Se enteraron de tal acontecimiento en una madrugada abrumadora, calmaban su tristeza soltando gotas involuntarias. Una mujer de apariencia menuda parpadeaba desolada, rota por dentro, lamentándose por su despreciable papel, había perdido a su hijo en una cruda noche de febrero, un día antes de su cumpleaños. Aida abrazaba a su madre, sintiendo la risa de su hermano aún presente en su cabeza. Marcel llegó una hora después, lleno de remordimientos y pensamientos incoherentes, él en verdad amaba a Byron, y ahora, su amor se encerraba en una jaula.

     El castaño perdió su razón de ser, escapándose de esas manos que sostuvieron su pena a lo largo del tiempo. El pelinegro de mirada caoba luchó sin descansar, valiente frente al miedo que quiso derribarlo y cuando el pasado despareció, ese mismo destello se apagó.

     Era en ese lugar donde el infierno de Jordán comenzaba, tardío y cegador, tratando de saciar su sed de sufrimiento.

     Fue terriblemente triste la escena que el mayor hacía unos minutos presentó, aferrándose al cuerpo sin vida de quien era el motivo de su respiración, golpeando la caja de madera con sus puños, enojado con el destino por su crueldad. Necesitaron de ayuda para apartarlo de esa luz muerta, un cuerpo vacío esperando su final.

     Estaba roto, su ala derecha permanecía bajo el suelo.

     Lloró a mares, pataleando y gritando palabras disparejas de un enamorado aniquilado, buscaba una solución a su inmenso dolor. Tenía los ojos rojos y el corazón en dos, una combinación perfecta que predicaba destrucción. No quería dejarlo ir, habían peleado tanto contra el miedo, y sólo para tener derecho a su pequeña eternidad.

     El amor fue tan fuerte, incluso en el último aliento.

     ¿Quiénes eran ellos para desafiar su destino?

     Jordán miró la lápida donde letras muertas representaban el nombre de su amado.

     Ann dejó flores sobre el césped, y se sintió aún peor, nadie sabía del incidente, tan sólo él podía recordar perfectamente como el pelinegro lo protegió. A su pesar soltó una flor azul, porque eran sus favoritas y él quería creer que desde donde estuviera, tendría una sonrisa por tal detalle.

     Amaba ver sus hermosos ojos achicándose por la emoción.

     ¿Por qué nadie podía entender que su amor era verdadero? ¿Era tan difícil creer que sus caminos estaban destinados? ¿O la idea se volvía absurda?

     Byron simplemente era perfecto para el castaño, se complementaban como nadie jamás podría entender.

     Eres el amor de mi vida, pensó el mayor quebrándose en pedazos.

     La bofetada fría de la realidad golpeó a Jordán.

     Un susurro provenía del aire, concentrándose en sus oídos, y llegando a la verdad, el chico cayó de rodillas. Tomó puñados de tierra, liberando su frustración al lanzarlos sobre aquella lápida que lo miraba burlona.

Más allá de tu miradaWhere stories live. Discover now