El último que apague el gas...

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El último habitante del planeta echa un último vistazo a su hogar antes de irse. No deja nada material detrás porque siempre viaja ligero. Tampoco echará de menos el lugar, había llegado hacía pocos meses y no hubo tiempo de hacerlo suyo, tan solo conocía a sus vecinos de cuando la última tormenta de arena y frío.  

El último habitante del planeta sube al vehículo eléctrico y se dirige a la base de lanzamiento, en la zona este. Es el día más cálido del año y, sin embargo, hace frío. Hacía mucho tiempo que hacía frío, ya siempre hacía frío. Tanto frío que los hemisferios norte y sur se fueron vaciandoy la población se fue acercando cada vez más al ecuador.    

El último habitante del planeta recuerda como empezó la dispersión, con prisas, pero sin miedo a lo desconocido, las naves salían en racimos hacia todos los lugares en que alguien alguna vez sugirió podría haber planetas que sustentasen la vida. Aunque fuese poca la vida, y mucho el esfuerzo, daba igual, eran un pueblo de colonos, un pueblo acostumbrado a la dureza de su planeta, a soportar las tormentas de arena y el frío glacial del verano.  

El último habitante del planeta no puede ocultar cierta decepción para con los de su especie, ya que gran parte del cambio climático lo habían creado ellos mismos, Bueno, no exactamente creado, sino acelerado y sacado del equilibrio hasta que ninguna medida, localizada o global, razonable o desesperada, fue capaz de conseguir cambiar el futuro.   

El último habitante del planeta se sacude la arena al entrar en la nave. Es algo que no va a echar de menos, eso y el frío a todas horas. Se sienta en el sillón del puente de mando, y mientras la nave despega y pone rumbo a su nuevo hogar, se pregunta con mezcla de esperanza y recelo: Ya nos hemos cargado un planeta de colores, nos cargaremos también el siguiente? después del rojo, ahora joderemos el azul?

Retales (but no re-tales)Where stories live. Discover now