XVII

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No quería decir esto, pero aquí va mi confesión. Yo ya conocía a Vallolet. La conocí cuando estaba en la secundaria, de mi clase de francés. Siempre se sentaba hasta adelante y respondía todas las preguntas que hacía el profesor. Se rumoraba que tenía un novio mayor, aunque nunca le pregunté sobre eso. No quería parecer una entrometida. Su cabello era largo, rubio, con los ojos del color verde más brillante que puedas imaginar. Su piel bronceada enloquecía a los chicos de la clase, ella fingía no darse cuenta. Un día dejó de ir a la escuela. Ella no me recuerda. Prefiero dejarlo así.



Dos semanas después.

3:15 a.m.

El frío ambiente me calaba en los huesos. El aire helado penetraba cada centímetro de mi piel. Parecía que el invierno se había adelantado. La mesa metálica frente a mí crujió cuando deposité mi taza de café sobre ella. Era vieja y estaba oxidada. La habitación, por más calefacción que ésta tuviera, no calentaba mi alma. La pintura se caía a pedazos y el olor era desagradable. Frente a mí se encendió una luz roja y después entró un hombre vestido con un traje sastre. Su aroma impregnó el aire, y por ese momento se me olvidó el asqueroso olor anterior.

-Bien, Carlee- pronunció mientras leía unas hojas frente a él- ¿ves esa luz?- dijo, señalando el foco que se había encendido. Asentí con la cabeza- Eso quiere decir que estamos grabando tu declaración, empieza cuando quieras.

Me acomodé en mi asiento y mordí mi labio. Coloqué mis manos alrededor de mi taza, esperanzada a que éstas se calentaran un poco.

-Todo inició hace unas semanas, cuando me enteré que había escapado- inicié. El hombre desabrochó su corbata y abrí los ojos. Él se percató de mi reacción.

-Lo siento. Yo, sólo continua- pidió avergonzado. Aclaré mi garganta y obligué a mi cerebro a recordar cada detalle.

-Él nos dejó una nota, una amenaza...


8:00 a.m.

-¡Will, arriba!- grité apurada. El despertador no sonó esa mañana y teníamos menos de diez minutos para estar listos. Él arrojó una almohada contra mí que yo esquivé- ¡Idiota! ¡Tenemos diez minutos!

Eso logró que se levantara. Corrió como loco por todo su cuarto y pude apreciar su bóxer.

-¿Winnie Pooh?- pregunté en medio de risas.

-¡Fuera de aquí!- gritó con las mejillas rojas y cerró la puerta en mis narices. Di la vuelta y fui a mi habitación. Me vestí y calcé lo más rápido que pude. El reloj marcaba las ocho con cinco de la mañana cuando terminé de vestirme. Recogí mi cabello en una coleta descuidada y me vi en el espejo. Camisa de vestir, pantalón de mezclilla y flats.

Salí de mi cuarto casi patinando y topé con Will. Nos vimos, desafiantes.

Ambos queríamos lo mismo.

El último paquete de galletas Oreo que estaba en la alacena.

Lo empujé contra la pared y corrí a la cocina, esquivando todo a mi paso. Como si de salvar mi vida se tratara, trepé la alacena hasta la parta más alta y tomé la caja color azul que ponía Oreo. Cuando tuve el paquete de galletas en mi mano, afuera sonó el auto de Dallas.

-Eres la peor hermana del mundo.

-Me da lo mismo- pronuncié agitando las galletas en su cara. Salimos para encontrarnos con Dallas y entramos al auto. Abrí las Oreo's y le di una a cada uno, guiñándole un ojo a Will cuando fue su turno.


9:45 a.m.

El trabajo en la librería era escaso, por no decir nulo. Caroline estaba sentada a un lado mío platicándome sobre toda su juventud.

-Querida, yo era todo lo contrario a ti- continuó- tuve muchos novios. Y no me arrepiento de nada. Pero llegó el indicado y todo en mí cambió- soltó un suspiro.

-¿Papá?- preguntó Dallas.

-No, bueno, sí- meditó y yo solté una carcajada. El celular de Dallas sonó y él frunció el ceño.

-¿Todo en orden?- pregunté.

-Sí, pero al parecer hay problemas con la publicación del nuevo manuscrito. Tengo que ir a arreglar eso- dijo en tono de disculpa.

-No te preocupes, creo que yo iré a casa, si no te molesta, jefa.

-No, yo me largo a recordar mi juventud- celebró aquella.


11:38 a.m.

El maratón de "Friends" me tenía absorta. Pero en realidad daba lo mismo, iba a disfrutar ese día. Vi televisión por horas. Dallas dijo que él recogería a los niños y después vendría a casa.

Eso sonó como si estuvieran casados, me recordó mi conciencia. 

-Cállate, maldita sea. 


12:05 p.m.

El teléfono de la casa hizo un ruido tan fuerte que me despertó. Giré mi cabeza y busqué con mis dedos el télefono.

-Hola- dije con voz adormilada. Oí una respiración, pero ningún sonido- ¿hola?- pregunté. Nadie respondió así que colgué.

Regresé al sofá y me sentí espiada.

-Okay, ¿aquí es cuando un maldito fantasma o demonio se mete a casa y me mata?

En ese momento parecía gracioso.


2:00 p.m.

Ordené pizzas y salí a comprar refrescos y botanas para cuando Amy y Will llegaran. Me senté y prendí el televisor, antes de caer en la inconciencia.


3:00 p.m.

A las tres de la tarde desperté sobresaltada y con sudor frío corriendo por mí frente. Ya casi era hora de que Dallas llegara y ni siquiera me había molestado en peinar mi cabello. Me arreglé un poco y miré por la ventana. No había ruido, todo estaba en un fúnebre silencio.


4:00 p.m.

Mi preocupación aumentaba por segundo cual velocidad de un automóvil. No había señal de Will, ni de Dallas y mucho menos de Amy. Salí de mi casa al borde de un ataque y me puse en marcha a la escuela. Cuando llegué, Amy estaba sentada en los escalones.

-¡Carlee!- gritó al verme.

-Hola, ¿y Dallas, Will?- le pregunté con la respiración a mil por hora.

-Dallas nunca llegó, creí que se había olvidado de mí. Y Will se fue- respondió nerviosa, asustada.

-¿Se fue?

El terror en mi voz era palpable.

-Se fue con alguien, no vi quien era.

Maldición. Un sólo nombre brotó en mi mente. 

-Mierda, Tyler- murmuré enojada.


Confesiones RosadasWhere stories live. Discover now