El secreto de Victoria.

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El secreto de Victoria

Capítulo uno

Vencidos

"Militae species amor est"

-Ovidio

Octubre de 1772.

Sobre las turbias aguas del Mar Norte navega el Merporthone Zinc II. La vorágine del mar engulle trágicamente los tripulantes hacia sus adentros, las mujeres corren por los pasillos, mientras con gritos sordos llaman a sus maridos. Con una mano sostienen los pequeños seres que ajenos a la desgracia, miran la escena con los ojos abiertos como platos con sus boquitas moradas y sorbiendo mocos al ritmo que van dando pasos torpes, y con la otra alzan la falda se sus vestidos aristócratas a la altura del muslo para ser más eficaces al moverse. El capitán, Rogert Bonnet, pegado al timón no para de gritar y de dar órdenes agitando su mano derecha, haciendo gestos, ademanes y muecas para que los pocos que aún se consideran a su servicio bajen las velas. El hombre de treinta y dos años se percata de aquellos que saltan por la borda y gritan soeces al caer, se apena por las pobres e indefensas almas que ese mismo día embarcaron con la ilusión de conocer aquel nuevo mundo, sabe que ni la mitad de ellos sobrevivirán y los que lo hagan, tardarán mucho en sentir el caluroso abrazo del sol.

Aquel navío se había perpetuado a lo largo de ya tres generaciones en la familia Bonnet. Su primer capitán fue Stede Bonnet, quien antes de desaparecer dejó su joya, lo único valioso que poseía a su nieto, aquel  muchacho de ojos verdeazulados que parecía tener una pasión nata por la mar. Rogert sentía más amor a ese barco que a su madre, su padre o incluso su propia vida y no estaba dispuesto a permitir que una caprichosa divinidad destrozara lo que para él representaba su todo, de lo contrario preferiría la muerte.

El capitán se mantiene erguido en frente a las olas que bruscamente hunden y levantan el Meporthone, de pronto recuerda cómo, unas horas antes, había garantizado a sus pasajeros la total fiabilidad tanto del tiempo como del navío y con una expresión de cortesía les hacía sentir como en casa, se había decepcionado, era una vergüenza ¿Qué pensaría su abuelo de todo esto?

Una dama interrumpe sus pensamientos.

-¡Capitán! ¡Capitán! ¿¡Ha visto usted a mi marido?!- grita con la fuerza de un hombre.

Él hace caso omiso, prefiere no involucrarse, tiene demasiado en que pensar y se da la vuelta.

La mujer hace un gesto de inconformidad y parte a correr. Desde pequeña había sido dada al deporte y destacaba en los campeonatos que el gobernador organizaba cada año. Avanza imitando a tantas mujeres que por allí intentan volar, como si volando salvaran las vidas de sus hombres. Mira en todas las direcciones, pero ante sí solo se presentan imágenes degradantes de la raza humana, chillidos y lamentos de los que no encuentran a sus seres queridos, ve la brutalidad de algunos con otros y aterrada los intenta esquivar.

Allí se respiraba dolor, angustia y muerte. Escucha nombres, frases en tantos idiomas como heridos yacentes en el suelo, siente como un "¡Anabella! ¡Anabella!"  La sigue y que cada vez está más cerca de ella, hasta que de repente un hombre alto y de piel morena la toma por el brazo y la lleva violentamente hacia él "stai bene, cara? Le dice, pero enseguida se da cuenta de que ella no es su Annabella y pronto la suelta, lazándola cual trapo inservible. Ella aprieta la mano de su pequeño con tal fuerza que no es consiente del daño que le causa a tan delicada muñeca, y acelera el paso vociferando el apodo de cariño que le tiene a Edmund, su marido.

De en medio de la muchedumbre sale una adolecente aria con un vestido azul como el cielo manchado de sangre y barro.

-¡Amelia! ¿Has visto a Edmund?

El secreto de Victoria.Where stories live. Discover now