15. Está conmigo

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En París se vivía la Champions y todo giraba en torno al partido de esa tarde: PSG vs Barcelona. Papá estaba emocionado como nene con juguete nuevo. Me había contado que él, como buen italiano, era fiel a la Juventus pero, como vivía hacía varios años en París, simpatizaba por el París Saint Germain sin dejar de ser un gran aficionado por el equipo italiano. Cuando estuvimos en Italia unos días, quiso llevarme a ver un partido pero por cuestiones de tiempo no pudimos hacerlo, aunque sabía que no iba a faltar oportunidad.

Me vestí para ir rumbo al estadio. El Parque los Principes era imponente. Y me asombraba más ver como, a medida que avanzabamos por los pasillos, la gente saludaba a papá como si lo conociesen hacía mucho. Ahí me contó que era un asociado del club y que era muy amigo del presidente y de otros dirigentes.

Nos ubicamos en un palco y desde el comienzo, empecé a admirar el fútbol del PSG, que le estaba ganando al equipo de nadie más y nadie menos que Messi. Cuando terminó, 4 a 0 a favor del equipo francés, papá estaba eufórico y me llevó a los pasillos, donde los jugadores caminaban contentos hacia los vestuarios. Di Maria se acercó contento a mi papá y lo saludó con afecto. Él lo felicitó por el partido y también por su cumpleaños y luego me presentó a mí. Di María, con sorpresa, me saludó y antes de irse al vestuario dijo:

- ¿Vienen esta noche, Mario?

- Ahí estaremos. - Le respondió mi papá y me miró sonriente.

- Buenísimo, los espero. Hasta luego. - Se despidió antes de irse.

En casa, papá me dijo que me vistiera de gala porque el evento lo ameritaba. Me puse un vestido negro largo que resaltaba mi figura y en mi cabello hice una simple trenza cocida para que el look fuera más bien natural. En el camino, papá comenzó a hablar:

- Esta noche vas a conocer a todo el PSG. - Dijo contento. - Y el vestido te queda hermoso, hija. Te dije que lo ibas a necesitar en algún momento. - Reprochó. Él me había convencido de llevarlo cuando lo vimos juntos en una famosa marca. Era un Versace. Y el gasto me parecía innecesario. Pero papá parecía empecinado en regalarmelo, haciendo caso omiso a mis quejas sobre que no iba a tener ninguna ocasión para usarlo. En casa, jamás podría haberme dado el lujo de llevar un vestido así pero, ahí con papá, era una realidad muy diferente. Le sonreí en agradecimiento y después cambié de tema:

- Si llegan a enfrentarse la Juventus y el PSG, ¿por quién vas? - Me miró con sorpresa porque mi pregunta lo había encontrado desprevenido. Luego, algo pensativo y divertido, sin tener la respuesta clara, hizo una mueca y me respondió.

- La Juve ya tiene dos. - Trató de convencerse a si mismo. - Así que... es el gran momento para el PSG. Y acabamos de ganarle al Barcelona, por Dios, esto fue algo hermoso. - Me reí. Qué locos los ponía el fútbol a algunos.

- Acabas de traicionar a tu patria. - Le dije burlista. - Yo voy por el Sevilla. - Él rió.

- ¿Por qué?

- No sé, no escuché los argumentos de Sebastián. - Papá carcajeó por lo dicho.

- ¿Lo queres mucho? - Lo pensé durante unos segundos.

- Sí, lo quiero. Pero lo quiero porque se lo ganó: él me bancó mucho, me insistió, me demostró que le importo, y entonces me hizo olvidar de todo lo que me decía que no estuviera con él. - Hice una pausa. - Aunque a veces me da miedo que se canse de mí.

- Nadie se podría cansar de vos, Emilia. - Me dijo con ternura.

Llegamos a un gran salón de eventos, lleno de periodistas y fotógrafos en la puerta. Entré agarrada del brazo de mi papá, todavía agobiada por aquellos flashes dirigidos, más que nada, a él. Cuando estuvimos dentro, observé las mesas donde los jugadores se encontraban charlando entre ellos y con algunos de sus familiares, aunque algunos, por supuesto, no tenían compañía.

La cena transcurrió tranquila para mí. Demasiado. Me la pasé escuchando a mi papá hablar en francés junto a las otras personas que estaban allí sentadas y, como yo no entendía ni jota, solamente me dedicaba a observar a las demás personas.

El día se había terminado y no había recibido noticias de Sebastián. Era el día de los enamorados y todos me lo habían hecho saber, pero al parecer ni Sebastián ni yo habíamos tenido de tiempo de interesarnos en el otro. Dejando de lado todo mi orgullo, le mandé un mensaje saludandolo y cerca de la medianoche, leí su respuesta:

"Está conmigo Emilita. Mejor no jodas más. Beso bombona"

No pude pensar en otra que no fuera Ana. Me paré inmediatamente para dirigirme al baño, así nadie se diera cuenta de lo mal que la estaba pasando. Me miré al espejo y vi mi cara de decepción mezclada con tristeza. No iba a llorar. Estaba sufriendo pero no iba a hacerlo ahí. Me había prometido no llorar más por un chico e iba a cumplirlo. Y, realmente, era demasiado feliz en esos momentos como para que alguien lo arruinara. Menos si ese alguien era ella. No iba a permitirmelo nunca. Llorar culpa de Ana dos veces no estaba en mis planes.

Salí del tocador sin prestar atención a nada. Me desestabilice cuando choque contra el cuerpo de un chico. Me sostuvo de la cintura para que no perdiera el equilibrio y me dedicó la mejor sonrisa que había visto desde mi llegada a París. Bueno, no tanto. Luego dijo algo que no logré entender. Estaba tan descolocada y aún siendo sostenida por sus brazos que no tenía noción de lo patética que parecía mirándolo con tanta sorpresa.

- ¿Qué? - Pregunté al escucharlo hablar en algún idioma que no conocía. Él rió. Me alejé un poco para evitar que sus manos siguieran en mi cintura y él las colocó en sus bolsillos. Luego habló en un perfecto inglés que, por suerte, pude entender.

- No sos de acá, ¿cierto? - Negué rápido.

- No y parece que vos tampoco.

- Julian, un placer. - Dijo extendiendo su mano. La estreché con la mía.

- Emilia, digo lo mismo.

- ¿Es tu primera vez acá? - Me preguntó.

- Sí. - Dije queriendo terminar aquella charla. Él asintió.

- Bueno, nos vemos después. - Me dijo con confianza antes de seguir su camino. Volví hacia mi mesa y vi a papá sonreirme. Me preguntó si todo estaba bien y le dije que sí y luego me preguntó qué había estado hablando con Julian Draxler, el chico que había hecho el segundo gol del partido.

Salí a tomar aire sin darme cuenta de que los periodistas estaban al acecho sin importar que yo fuese una desconocida. Aunque, en ese momento, me di cuenta que no era tan desconocida como pensaba. La noticia de que había aparecido una hija perdida de Mario Agnelli era una incógnita para todos en París y en Italia, y los periodistas aprovecharon para hacermelo saber apenas me vieron. Se acumularon las preguntas dejándome más confundida de lo que ya estaba cuando una mano se acopló a la mía, llevandome lejos de todos ellos.

- Está conmigo. - Dijo Julian para terminar con aquello.

Té para tres || Sebastián DriussiWhere stories live. Discover now