Arabella: El primer corte es el más profundo.

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Supongo que si sigo de pie entre tanta locura y asfixiante ambiente es debido a esos dos fines de semana al mes, cuando mis padres se marchan. Mi madre es dentista (no puedo evitar pensar en que es una de las profesiones en las que más gente se suicida), y mi padre es propietario de varias empresas de venta de etiquetas. Quién diría que algo tan aburrido cómo las etiquetas de la comida y la bebida generaría tanto dinero. En fin, el caso es que mi padre tiene bastantes viajes de trabajo y mi madre siempre le acompaña. Recuerdo que cuando era pequeña escuché hablar a mi madre por teléfono con mi abuela, le decía que sabía que si no le acompañaba le engañaría cómo había hecho años atrás. Entonces me enteré de varios trapos sucios de la familia, resultaba que mi padre había sido arrestado un año después de conocer a mi madre (cuando yo ya estaba en su barriga y ambos casados) por estar practicando sexo con una mujer de compañía en la vía pública. Mi abuela lo sabía pero se negaba a que mi madre le dejase ya que mi padre es rico y bueno... no querríamos que mi madre no pudiese pasar los veranos en cruceros de lujo o islas con nombres extraños. Así es mi familia, y lo mejor de todo; nadie habla de ello. Es como una grieta en el parqué que se ha tapado con una alfombra gruesa. Todos saben que está ahí pero nadie dice nada y mucho menos hacen algo para repararla, porque es más fácil ocultarla. O eso piensan ellos.

Muchos de esos fines de semana no los recuerdo ya que están definidos por los excesos. No consumo drogas duras y no bebo hasta desmayarme, pero de una forma u otra siempre acabo teniendo lagunas. Aprovecho esos fines de semana para invitar a Sven a mi casa, salir con él de fiesta, tirarme a algunos chicos guapos, vestirme cómo quiera, comer lo que quiera... en fin, vivir.

Toca a mi puerta y entra al segundo, sin ni siquiera dejarme contestar.

-¿Qué pasa ahora? -pregunto de mal humor girándome.

No suelo hablar mal a mi madre, pero ha estado cinco veces en mi habitación los últimos veinte minutos.

-Ese tono -me reprocha sentándose en mi cama, dejando clara la intención de quedarse-, solo quería asegurarme de que vas a estar bien.

-Tengo veinte años mamá...

-Pero para mí siempre serás mi bebé.

-Pero ya no lo soy, ¿lo sabes verdad?

Estoy intentando encauzar la conversación hasta terreno peligroso, con la intención de sacar algo bueno.

-Lo eres para mí, que es lo que cuenta -dice seriamente dedicándome una mirada clínica.

Me siento a su lado asegurándome de que la falda plisada sigue en su sitio.

-¿Qué pasará cuando me vaya a la universidad?

Es una pregunta que siempre le he querido hacer pero no he tenido el valor hasta ahora.

-Te llamaré a skype dos veces al día, te llamaré al menos seis y vendrás a casa de jueves a domingo, también te haré visitas sorpresa.

Enfatiza la palabra ''sorpresa'', como diciéndome que si me pilla haciendo algo poco decoroso la experiencia de la universidad se acabará.

-Mamá... de eso deberíamos de hablar.

-No veo el porqué,  no hay nada que discutir.

-Quiero tener libertad.

-Eso es para gente que quiere hacer cosas que sus madres no pueden saber.

-¡No quiero hacer nada extraño!

Se levanta y se alisa la falda, poniendo cara de descontento al ver las arrugas que se le han formado en la blusa.

-No voy a discutir contigo este tema, tienes suerte de que te dejemos ir a la universidad.

Se gira y se dirige hacia la puerta, la abre al máximo antes de irse y me dedica una última mirada, una mirada más propia de un soldado que de una madre. Es curioso, casi puedo sentir como la superficie se resquebraja, siento como todo estallará de un momento a otro sin yo poder evitarlo, contra más tiempo pasa; menos puedo seguir fingiendo que aguanto este modo de vivir.

Me levanto y me apoyo en mi escritorio, contemplo mi cuarto, pensando en que así quizás me tranquilizo, solo empeora la situación. Mi habitación está repleta de sueños, de posters de mis series favoritas, de libros sobre las materias que sí me interesan... No hay espejos de cuerpo entero en toda la casa, creo que mi madre se detesta a ella misma y no quiere verse. Yo estoy pagando por todo, por las infidelidades de mi padre y pasividad ante todo, por los complejos de mi madre y su depresión, porque esta familia es una farsa y la única cosa que pueden controlar es a mí. Y lo peor es que yo me dejo controlar porque es más fácil eso que irme de aquí y emprender una vida yo sola, ¿pero qué haría? ¿De qué trabajaría? No sirvo para nada más que para ser una marioneta de las personas a las que no importo realmente. No tengo el control sobre mi vida, no tengo el control sobre mí misma y soy una cobarde, porque no sé cómo puedo cruzar esa puerta y decirles adiós para siempre.

Me tumbo en la cama y me hago un ovillo, estoy temblando de frío. Los conjuntos que mi madre me compra siempre me tienen congelada. Nápoles no es el sitio más frío de la tierra, pero estoy congelada. Si dependiera de mí saldría a pasear, podría ir al parque de Capodimonte, está a diez minutos en coche y es un lugar precioso al que por desgracia casi nunca voy.  Sven y yo solíamos ir más a menudo antes, incluso algunos días al salir de clase comíamos allí mismo y paseábamos. Mi madre dejó de darme tanta libertad cuando cumplí los dieciséis, supongo que a esa edad ya era mayorcita para empezar a pensar en otras cosas.

Me dirijo hacia el baño que tengo dentro de la habitación y echo el pestillo, según mi madre no debo de hacerlo porque ''los pestillos son para personas que tienen algo que esconder'', creo que no es consciente de lo desagradable que suena cada vez que abre la boca. Me lavo la cara con agua fría y luego me siento en el retrete, no puedo evitarlo, lo necesito. Saco un paquete de tabaco de debajo de una baldosa suelta. Abro el grifo de la ducha para que piense que me estoy duchando. Enciendo el cigarrillo y me pongo de pie sobre el borde de la bañera para llegar al conducto de ventilación y que el humo no inunde el baño. Algo me dice que este fin de semana será diferente.

Mis padres se van y yo planeo todo lo que voy a hacer, mi hermano se queda aquí pero a él no le importa lo que yo haga así que básicamente se alegra de que no pase por aquí demasiado, supongo que él también tiene sus secretos. Esta noche he quedado con un chico de Tinder, es la tercera vez así que voy mucho más segura, voy a su casa. Meto en la mochila la ropa que realmente voy a llevar, unos vaqueros ajustados y una camisa anudada color rojo (la ropa así la guardo detrás del armario). De casa salgo con mi ropa usual ya que los vecinos no pueden verme con el otro atuendo, tardarían segundos en cotillear y mi madre menos aún en saberlo.

Mientras conduzco hacia su casa ya con mi ropa real me encuentro preguntándome qué estoy haciendo, y sobre todo me pregunto si esto es lo que habría querido años atrás cuando lo que más ansiaba era viajar y escapar. Ahora lo deseo pero me he acostumbrado a esta vida asfixiante y falsa, tanto que no soy capaz de moverme, me quedo congelada entre órdenes y formas de vivir poco comunes. Algo que realmente sí me llena es tocar el piano, mañana toco en un club musical, allí se reúnen varias personas, cantantes, músicos y escritores. A veces creo que estoy buscando la voz que acompañe la melodía que escapa de mis dedos cuando toco el piano. ¿La encontraré?

En armonía |COMPLETO|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora