La primera vez que se rompió.

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Dicen que el colegio es esa época que jamás se olvida, que te forma como persona y te ayuda a forjar tu personalidad, pero lo que yo entendí... es que allí te obligan a formarte, muchas veces de la manera que menos esperabas, a seguir prototipos sociales que a nuestra corta edad nos imponen y a ser la mejor de la clase.
Nunca hice parte del grupo de las populares, aunque amigas no me faltaron... Siempre iba en contra de todo lo socialmente aceptado, y comprendí que era la excepción de la regla...

Por ser un colegio de religiosas, las normas eran algo estrictas... el largo de la falda, las medias arriba de la rodilla, zapatos más que limpios y uñas transparentes, yo sentía que a ese mundo le faltaba color, ilusión... magia. Y fue allí cuando me volví adicta a la música, de todos los géneros y todas las épocas. La única que en 3 minutos expresaba todo un torbellino de emociones que nos empiezan a invadir cuando entramos a los 12 años...

Cambié de colegio a punto de cumplir 15 años y allí entendí que había más gente como yo, que no vivía por lo que le dijeran los demás, sino por convicción propia. Asenté más mis ideales de vida, de persona y de formación y es allí, donde mi vida amorosa empieza a tomar protagonismo. Y es que la i me hacía sentir "intima", "ínfima" e "intacta".

Mi primer amor, lo conocí gracias a mi mejor amigo (supongo que a más de uno le paso eso) y desde ese primer momento que cruzamos miradas, algo se atravesó en mi vida; diría yo... que para siempre. Empezamos a hablar, creo que no me fue tan mal, era la primera vez que un chico me producía las famosas mariposas en el estómago. Nuestros encuentros románticos fueron las fiestas de colegio... preproms y proms. Allí la música volvió a ser mi confidente, con las dedicatorias de las canciones de moda.

Ese primer amor que tuvo la valentía de presentarse en mi casa formalmente, de pedir permiso para nuestras salidas, de recogerme y dejarme en casa a la hora acordada. El mismo que se sentaba a hablar con mi mamá de lo fabuloso que iban nuestros últimos años de colegio y lo que esperábamos de la universidad y la vida. Ese primer amor con el que se prueban todas las cosas bellas del romanticismo, compartir un helado... salir a caminar... dibujar corazones en los cuadernos del colegio y enviarle textos en horas de clase.
Ser la consentida de alguien que no fuera mi mamá, un apoyo tan diferente del que estaba acostumbrada, explorar los tipos de besos que existen y comprobar que a pesar de todo, en algún punto del amor... la bilirrubina coloreaba mis mejillas.

Era amante del fútbol y de mi compañía cada vez que era el más importante del partido, mi amor por el deporte empezó a nacer algo lento, pero en buen proceso. Pasamos navidad juntos y fue una experiencia estupenda. Esa sensación de ser libre pero acompañada, era uno de los aspectos donde mi mamá no tenía cabida y era yo la que imponía las normas, el curso de la relación y las estrategias de conquista.

Y fue con él... con el primer amor, ese mismo que me hizo sentir en el cielo... el mismo que me dio un poco de su infierno. Sentir que el corazón se rompía en un millón de partículas, que se te iba la respiración... que te faltaba el alma, el aliento... la vida. Y aparte de mi mamá, adivinen quien más estaba a mi lado! Si, ella... la música.
Y es aquí donde conocemos el sentido de la letra de una canción triste, de una melodía clásica y de un desespero inexplicable por calmar el dolor.


¿Con I? de IsabellaWhere stories live. Discover now