Capítulo 9: Y mi secreto estalló

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Mientras Gaara atendía sus deberes de Kazekage, yo fui a darme una ducha rápida tras preguntar por el baño, y salí en diez minutos. Tras eso, decidí irme a "pirulear" por la villa.

Varias personas me reconocieron al pasar, pero sólo unas pocas se dignaron a preguntarme lo que había pasado todo este tiempo. Un par de veces repetí mi historia, y dos mujeres lloraron por mí, igual que Tsunade. 

Regresé de noche a la central, y me encontré sola en la habitación de Gaara. Estaba todo oscuro, con la única luz tenue de la luna, filtrada por la ventana abierta. Era una noche clara, sin viento y a temperatura agradable. 

El futón se encontraba en medio del cuarto, aunque la luna apenas le llegaba al extremo izquierdo. Suspiré y cerré la puerta, me quité la ropa y me metí en el futón en lencería. Me puse de espaldas a la puerta y casi sin darme cuenta me dormí. 

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Gaara

Por fin había terminado todas las tareas que tenía pendientes por hacer, y volví a mi habitación mientras me quitaba la túnica de Kazekage. Al abrir la puerta, dejé mi ropa en el perchero al lado de la puerta, y me sorprendí de ver otras prendas, negras, colgando del otro lado. Al darme cuenta, cerré la puerta y miré tembloroso hacia el futón, y me estremecí: Akira estaba ahí, de espaldas a mí, y dormida profundamente. Como estaba de costado, la manta se había quedado de tal manera que sus lindas curvas quedaban definidas a la perfección, y subía y bajaba al ritmo de su calmada respiración. 

Me quedé en bóxer y me acerqué a ella, como una pantera que acecha a su presa en la noche más oscura. Tragué saliva cuando me metí bajo la manta con ella, sintiendo su calor mezclarse con el mío, creando así una agradable calidez. 

El movimiento que yo mismo había generado al acostarme provocó que Akira dejara escapar un suave suspiro y se diera la vuelta, dejándome admirar en el recorte contra la luz lunar sus lindas orejas de tigresa, medio achatadas sobre su cabeza. Sonreí y estiré una mano hacia ellas, rozándolas con suavidad como cuando se acaricia a un gato. Ese simple roce, lleno de ternura, desencadenó lo demás. 

Bajé los dedos hasta su rostro, frotando con gracia la punta de su nariz y riéndome por dentro al sentir que la fruncía y se pasaba el dorso de la mano en ella. Sí que parecía un gato. Descendí más, hasta su cuello, y cada vez más y más, hasta que me vi obligado a detenerme en sus caderas. Llevaba tanto tiempo deseándola... Que haberlo ocultado me impedía revelarlo ahora. 

Me moría por sentirla de manera diferente a todos estos años. De pequeños estaban los abrazos y demás, pero no me pareció suficiente. A los trece años ella tuvo que mudarse, y yo a mis quince me sentí roto. Ocho años más tarde, ahí estaba yo, rozando su cuerpo como si no hubiera un mañana, en la oscuridad cual cobarde que se niega a aceptar la verdad. 

- Basta- oí su voz. Me quedé helado, incapaz de reaccionar. Me fijé que no brillaban sus ojos: estaban cerrados. Seguía dormida-. Basta, por favor...- su voz salía en un dulce arrullo, tan bajito que apenas era capaz de oírla, por muy pegado que estuviese a ella-. Para, Madara, te lo suplico...

¿Madara? ¿Ése no era uno de los miembros de Akatsuki? Me puse triste y furioso a la vez. ¿Cuánto daño psicológico habían llegado a hacerle?

- No puedo más...- ahora era un tono de alguien que está llorando. Rocé su mejilla: ni una lágrima había caído. Era simplemente su voz. Ella lloraba en sueños, torturada psicológicamente-. Madara, no puedo seguir así, por favor. Detente...

- Akira- llamé suave, moviéndola un poco-. Akira, despierta.

- No, no, ya basta...- seguía sollozando ella. Empezó a sacudir la cabeza.

Soy la esclava de los AkatsukiWhere stories live. Discover now