Dime que está bien

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Después de terminada la transmisión Hikaru le había agradecido por avisarle de lo que sucedía y por facilitar la comunicación con su "hogar", esa palabra le lastimaba de manera considerable, pero Pavel nunca decía lo que realmente pensaba.

Quizás creía que de esa manera estaba mejor armado que cupido con sus estúpidas flechas, que si no lo sabía nadie más, su corazón se convencería de que el hecho de que el hogar de Sulu estuviera en San Francisco y no en esa nave, no le afectaría. Pero eso tenía que terminar, todo eso, ser amigos, ser amantes, estar juntos y a la vez sentirse solitario.

Había citado a Sulu esa noche y no sabía que decirle exactamente, quería hablar, pero no quería decirle nada de lo que cruzaba por su mente, tampoco quería decirle cosas que no pensaba, aunque seguramente era lo que acabaría haciendo.

No fue hasta que regresaron el comandante y el Kapitán a la nave que Chekov tuvo una revelación, una idea concreta de lo que haría, de cómo terminaría todo de una vez, sin arrepentimientos y sin rencores; o a menos así lo quería creer.

Cuando se vieron a la hora acordada en el camarote de Sulu todo transcurrió como de costumbre, se quitó los zapatos al entrar, cenaron carne asada, con arroz y verduras como guarnición; las cuales el morocho había replicado y traído en dos bandejas del comedor. Luego de eso habían bebido té verde con unos dulces de menta, habían hablado del trabajo, de los rumores que transcurrían sobre la misión en la cual el señor Kirk y el señor Spock se habían visto involucrados; y que habían transformado una riesgosa misión en una escapada romántica.

Conversaron sobre la teniente Chen, la cual entrenaba judo con el de los ojos marrones, y por la cual estaba preocupado. Hablaron de tantas cosas que Chekov cada vez veía más lejana la oportunidad de abrirse con él.

Hicieron el amor... quizás no era la mejor manera de describirlo dada la confusa relación que llevaban, pero el rubio no tenía una manera más justa para describir tal acto, su piel desnuda siendo acariciada nunca se sentía de la manera en que lo hacía cuando no eran las manos de Hikaru las que lo hacían; sus manos eran tibias, cualquier otro se sentía como un témpano de hielo, cualquier beso como rosar una estalagmita con los labios y el fundirse en alguien más no le provocaba más que placer carnal y momentáneo. Dos personas desconectadas, no era lo mismo a ser uno solo, cuando estaba con alguien más su cuerpo se fatigaba, cuando estaba con él era su cuerpo y su alma.

Descansar sobre el pecho desnudo de Hikaru, con su oído pegado sobre el lugar en que su corazón latía con fuerza siempre le animaba, pero no en ese momento.

—Cuando el embajador Selek falleció, el comandante iba a regresar a Nuevo Vulcano y dejar la flota, lo ha estado posponiendo, —Habló en voz baja, con el rostro aún semi cubierto con las sábanas.

—¿A qué viene eso ahora?, —Preguntó el morocho algo confuso.

—Yo... iré con él.

—¿Te irás realmente?

—Sí, dime que está bien... nuestra amistad. —Después de todo, eso era lo único que quería conservar, todo lo demás causaba un indescriptible dolor.


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"Gracias";

Sin lugar a dudas el sentir gratitud era un sentimiento, una emoción que surgía a partir del reconocimiento de recibir algo en beneficio a su persona; por más que eso fuera lo último que Jim hubiera querido escuchar como respuesta a sus sentimientos, lo hubiera aceptado con felicidad, aún cuando la misma fuera ínfima y entremezclada con sentimientos de remordimiento, frustración y dolor, si fuera agradecimiento lo que Spock experimentaba ante la revelación de los sentimientos que tenía para con él. Pero no, lo que su amor le generaba a Spock era una deuda moral, estaba intrínseco en su expresión entre confusa y dolida, en su tono de voz, era como si sintiera que tenía la obligación de compensarlo de alguna manera, por no sentirse de la misma manera, por haber ocasionando que surgieran esos sentimientos en su capitán.

Las luces de la gruta de Auckland [Spirk]Where stories live. Discover now