25 Fátima

37 0 0
                                    


Siempre pensé que tardaría mucho más en actuar.

Cuando comencé mi plan de venganza estaba concebido a largo plazo. No tenía ninguna prisa. Parece bastante irresponsable calificarlo de esta manera, pero era como un hobby.

A veces pensaba que jamás llegaría a hacer nada. Que tan solo estaba jugando. Cuando les espiaba fantaseaba con las mil y una perrerías que les podía hacer, pero luego, una vez en casa, arropada en la cama, me preguntaba si de verdad sería capaz de poner en práctica todas mis fantasías.

Aunque sí tenía claro por donde debía golpear a cada uno de ellos, me era sumamente difícil imaginar cómo iba a hacerlo.

Si quería salir airosa, debía actuar con una sutileza increíble, digna del mismísimo Conde de Montecristo.

Está claro que jugaba con la ventaja de que ellos, probablemente, ni siquiera supieran de mi existencia. Cualquier cosa que hiciera, solo con evitar ser vista, valdría para que no seme tuviera en cuenta como sospechosa.

Yo no tenía amigas con las que salir, así que ir a espiarles me daba una excusa para salir de casa. Puede que no pudiera participar, pero simplemente escucharles y juzgarles mentalmente me resultaba muy entretenido.

Los walkie-talkieque utilizaba para espiar no eran de muy buena calidad, así que no siempreentendía del todo bien las conversaciones. Si hablaban muchos a la vez, o era un día especialmente ventoso, podía pasarme minutos sin entender ni una sola palabra.

Llegó un día en que decidí beber con ellos. No es que me metiera en su círculo y me sirviera una copa, sino que compraba una botella de vodka y me tomaba unos tragos mientras los espiaba. Aquello le dio otro enfoque a todo. Antes, cuando los escuchaba a palo seco, notaba como se iban haciendo subnormales poco a poco. Comenzaban charlando tranquilamente y, a veces, hasta acababan persiguiéndose unos a otros como niños de diez años. No era raro que, en un forcejeo amistoso, se fueran dos al suelo y quedaran tendidos boca arriba mientras los demás reían a su alrededor señalándolos con el dedo. Era como ver un documental de chimpancés, con todo el respeto que los chimpancés se merecen.

El alcohol me ayudó a tomarme estos episodios con un poco más de sentido del humor. No es que me hiciera gracia, pero borracha, todo aquello parecía un poco menos... ¿patético?, ¿bochornoso? Eso sí, ellos parecían pasárselo pipa.

A día de hoy, me pregunto si aquel día habría hecho lo que hice si no hubiese bebido.

Fue el primer día que me dio por beber cuando pasó algo que me obligó a actuar.

Diego contaba de manera jactanciosa como había dado una paliza a tres chavales, incluida una pobre chica. Contó con todo lujo de detalles cada hostia que había soltado.

Los amigos escuchaban atentos e incluso felicitaban a su amigo por la hazaña. Para colmo, llegó a recriminarle a David que no hubiera participado.

Ya os he hecho partícipes de la poca simpatía que me despertaba Diego, pero aquello me hizo odiarlo todavía un poco más.

Bebí furiosa e indignada. Me parecía increíble como un cabrón como Diego podía ir repartiendo leches y salir airoso tranquilamente. No tenía ni idea de cómo había empezado la pelea ni me importaba. Diego era un peligro andante y algún día iba a desgraciar a alguien de verdad.

Por lo poco que lo conocía, sabía que adoraba a su perro. Sabía a qué hora solía pasear al baboso de Rocky y, a veces, si no tenía nada que hacer, bajaba para observarlo.

Me fascinó ver con que cariño lo trataba. Si Diego tenía un lado humano, sin duda lo mostraba con aquel animal.

Con las personas era brusco y hasta maleducado, pero si le veías pasear y jugar con su perro en el parque, parecía la persona más encantadora del mundo. Le hablaba, le arrojaba palos, le rascaba la cabeza... tan solo con mirar al perro se sabía que era un animal feliz y que quería a su dueño.

LAS CHICAS QUIEREN DIVERTIRSEWhere stories live. Discover now