Prólogo

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Un aullido de dolor escapó de los labios de aquel pequeño recostado en la mesa de metal cuando la aguja penetró su piel. Hizo un pronunciado puchero con su labio inferior y miró a la joven de batas blancas.

¿Por qué todos los que llevaban ese tipo de vestimenta querían darle pinchazos o le daban medicina asquerosa?

Lo único que le gustaba era cuando le daban comida y dulces pero eso solo cuando se comportaba muy bien. Es decir, muy poco porque él no podía evitar ser muy inquieto.

—Hola, pequeño —su doctor favorito entró con las manos en los bolsillos de su prenda.

Él sintió como sus orejitas se ponían erguidas de inmediato, su colita serpenteó ansiosa al percibir en el aire el delicioso aroma del chocolate.

Esperó a que la enfermera le sacara la aguja y se bajó de un salto para ir hasta donde se encontraba el hombre de edad media.

—Adivina lo que te traje —tanto él como el doctor sabían que con sólo olisquear un poco ya sabría que es pero les gustaba jugar de esa manera.

—Uhm —puso una mano en su barbilla y se quedó pensativo—. ¿Un pedacito de carne?

El doctor rió negando con su cabeza y sacó una de sus manos del bolsillo para mostrarle un bombón envuelto en un papel brillante rojo.

El pequeño dio saltitos de emoción pura y cogió aquel dulce. Le quitó el papel en un pestañeo y finalmente se lo metió a la boca.

Su colita se movió de un lado a otro en un suave movimiento que indicaba lo feliz que estaba de comer dulces después de tanto tiempo.

El delicioso sabor a chocolate y relleno de fresas explotó placenteramente en sus papilas gustativas. Los dedos de sus pies se encogieron y su lengua se paseó por sus colmillos afilados que se habían manchado con el chocolate.

—Estaba muy rico —asintió muy de acuerdo con sus propias palabras. 

Vio la mano del doctor alzarse así que automáticamente bajó su cabeza para que ésta lo tocara. Ronroneó cerrando sus ojos cuando rascó detrás de sus orejas de tal forma que envió un corrientazo de satisfacción pura por toda su columna vertebral.

—Has crecido mucho, pequeño —lo oyó sonreír, levantó su cabeza y lo miró con sus cálidos ojos que parecían de aquel chocolate que se sirve en Navidad por las noches frías. Eran realmente encantadores—. Incluso creo que ya no podre seguir llamándote así.

—No importa —el chico negó con su cabeza—. Puede que crezca mucho pero usted siempre será mayor que yo así que seguiré siendo más pequeño inevitablemente.

El doctor soltó una carcajada que también hizo que él sonriera. Escucharlo reír era como una medicina que no dolía ni sabía feo.

—Tienes razón —apartó su mano de las orejas del más bajo y volvió a guardarla en su bolsillo. Su colita delgada dejó de moverse cuando notó su expresión triste.

—¿Está bien, doctor? —el aludido lo miró y efectivamente sus ojos no tenían aquel brillo de felicidad. Estaban apagados, no sonrientes como siempre.

—Sí, supongo que sólo estoy cansado —a pesar que dijo eso, no parecía muy convencido—. Ya es tarde, así que será bueno que ya vayas a la cama.

—Pero no tengo sueño —hizo un mohín tal cual un niño de cinco años y se cruzó de brazos.

—Y lávate los dientes —añadió ignorando por completo el reproche del pequeño.

❝Meow Boy❞ 「EunHae」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora