Capítulo 3. ¿Has Probado El Katsudon?

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Si alguien en el mundo sabía lo insípida que podía llegar a ser la comida del hospital, ese, sin duda, era Yuri Katsuki. El paladar del joven estaba acostumbrado, desde muy pequeño, a sabores embriagantes, coloridos, deliciosos; justo el tipo de sabores que la cafetería del hospital era completamente incapaz de ofrecerle tanto a personal como a pacientes y visitantes.

Durante la corta caminata del hospital al edificio de apartamentos donde vivía el joven enfermero (15 minutos, para ser precisos) la idea de tener que darle esa "comida" al Adonis de la Habitación 73 le avergonzaba un poco... Es decir que, vaya, Yuri veía imposible llegar a su habitación asignada sólo con una charola rebosante de puré de papas sin sal, algunas verduras al vapor, una pequeña gelatina de dudosa procedencia y un jugo desabrido de naranja. No. Imposible. No para Victor, el gran Victor Nikiforov, no para ninguno de sus pacientes.

Un tiempo atrás, Katsuki había comenzado a llevar a cabo cierta Mala Pero Noble Costumbre (a Yuko le gustaba llamarle así) hasta convertirla en una tradición, una propia y muy especial. Ante la tortura culinaria que el hospital se empeñaba en llamar comida, Yuri había desarrollado un plan para evitar que sus pacientes tuvieran que pasar por eso; el enfermero daba todo de sí en sus horas de descanso para preparar Katsudon -especialidad de su familia y además, el platillo predilecto del japonés- y después meterlo clandestinamente a sus habitaciones asignadas con el pretexto de que le gustaba almorzar al lado de las personas que atendía; en realidad, él rara vez comía Katsudon ahí, prefería que todo fuese para sus pacientes.

Claro está que su Mala Pero Noble Costumbre no era algo de diario, para nada; lo hacía una o dos veces a la semana, tomando en cuenta también que la mayoría de sus pacientes eran mayores de 60 años o ni siquiera rebasaban los 8 años de edad, y comer tantas grasas a esas edades no era algo precisamente bueno, Yuri lo sabía perfectamente, pero la sonrisa de sus pacientes al verlo entrar con el tazón repleto del delicioso platillo escondido bajo el uniforme era sencillamente invaluable.

Ésta vez era un tanto distinto; no iba a cocinar para la adorable y extravagante Midori, la niña de 6 años, enferma de anemia, con peligro de agravarse a leucemia, de la habitación 43; o para el señor Yamaoka, el dulce anciano con cáncer pulmonar y, según había observado Katsuki, indicios de Alzheimer de la habitación 65, al que sus hijos habían dejado de visitar hacía ya tiempo, pero que Yuri seguía convenciéndolo de que su familia ya estaba en camino, no. Ésta vez iba a cocinar para Victor Nikiforov, la leyenda viva del patinaje artístico, con 3 costillas rotas y una herida de 20 centímetros en la pierna, aún en recuperación de la Habitación 73...

Sí, Victor... Sonaba tan dulce en los labios correctos... Los labios de Yuri. Cada letra se deslizaba por su lengua, dejando su tenue sabor tras de sí. Victor; pronunciar su nombre era para Yuri tan delicioso como lo era comer Katsudon...

Así era, iba a cocinar para el Victor Nikiforov que casi besa apenas unas pocas horas atrás. Es difícil describir lo rojo que se puso el rostro del enfermero al recordar la escena.

Tan cerca, tan cuidadoso, peligroso... Tan frío; en ese momento, los labios del ruso parecían estar hechos de hielo, Yuri casi había caído ante el deseo de querer calentarlos; derretirlos sobre los suyos, beber de ellos... Y hubiera caído por voluntad propia de no haber sido interrumpidos por el Yuri de ojos turquesas.

Ya en la diminuta cocina de su diminuto apartamento del diminuto edificio, Yuri puso manos a la obra; sólo contaba con un par de horas para que su turno comenzará de nuevo, no tendría tiempo para dormir o descansar, pero eso realmente no le importaba, ya lo había hecho otras veces por sus pacientes, y no le importaba en lo más mínimo hacerlo de nuevo, sobre todo tratándose de Victor...

Habitación 73Where stories live. Discover now