Huésped

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Corro. Corro sin parar, dejándome el aliento por el esfuerzo. Corro con mi mirada la frente. No quiero mirar atrás, más bien, no me lo puedo permitir, y no puedo hacerlo, porque se que lo único que conseguiría con eso sería dejar que el terror que ya recorre todo mi sistema nervioso y se apodera del control de mi cuerpo aumentase, y provocase así mi perdición.
Sigo corriendo, pues, y mis pies hacen crujir de forma escalofriante los tablones de madera del estrecho pasillo en el que me encuentro, así que parece imposible que alguno de los temibles e inesperados anfitriones de la casa no se haya percatado ya de mi presencia. Quizá no debería haber empezado a moverme con tan poco sigilo, quizá lo mejor habría sido esconderme a gatas en algún rincón y esperar que todo pasase, intentar despistar a las criaturas que me persiguen, aunque quizá habría tenido un efecto peor. Ahora que he empezado de este modo, no obstante, parece imposible parar. Del mismo modo, parece imposible llegar al final de este interminable pasillo. Por mucho que avanzo, la oscura puerta que se encuentra al fondo no parece acercarse, pero yo no me rindo, no me lo puedo permitir.
Escucho risas tras de mi, risas que parecen inocentes, bondadosas, sinceras. Parece curioso que alguien pueda sentir una tan pura alegría teniendo en cuenta como me encuentro yo. Aunque quizá, si lo que me está sucediendo, si el motivo por el que mi cuerpo se estremece, es real, todo es posible.
Siento como las risas me persiguen por la espalda, al unísono con los pasos que ya escuchaba, y me pongo más nervioso aún. Siento que mis piernas pierden fuerza, y como si la suerte se burlase de mi, tropiezo con un clavo que sale del suelo, y caigo. Me duele muchísimo la espinilla, pero intento levantarme, porque he de llegar a la puerta. Reuniendo una fuerza inesperada en mi, me impulso con mis manos para incorporarme,  pero el gesto me hace sentir cómo un ardiente dolor recorre de nuevo mi pierna, esta vez, más potente. La punzada hace que mis manos se resbalen, y mi cara impacte contra el suelo. Los pasos a mi espalda han dejado de correr, ahora se acercan caminando, pero sus carcajadas, al contrario que su velocidad, han aumentado. Parece que disfruten haciéndome sufrir, saboreando cada instante en el que estoy a punto del llanto, y no quiero darles el placer de satisfacer sus retorcidas mentes con esa técnica, así que vuelvo a inclinarme, y mirando hacia mis pies veo que el dolor había sido causado por el clavo de hierro, que había quedado clavado en mi carne. Ahora sí, miro hacia el fondo del pasillo. A unos diez metros están mis perseguidores. Veo unas quince caras diminutas, ninguna de más de trece años, coronadas con cabellos de diferentes estilos y tonos, pero todos bien peinados, con ningún cabello fuera de su sitio. Su ropa también está cuidada, parece nueva, ninguno de sus trajes tiene siquiera un pequeño rasguño. Esas figuras no encajarian de ningún modo con la atmósfera de terror y oscuridad en la que se encuentran, si no fuera por lo que llevan en sus pequeñas manitas. Cada uno de los pequeños es dueño de un utensilio distinto, desde navajas hasta cuchillos, tijeras y sartenes. Una diminuta niña que rondará los seis años carga con un bate de béisbol que la supera de un palmo de largo. Quizá sea el contraste entre su aparente inocencia y la situación en la que se encuentran, lo que los hace parecer tan amenazadores en una escena demasiado irreal.
Despierto rápido de mi ensoñamiento. Horrorizado, me lamento por el tiempo perdido, pero por suerte, los niños se han quedado petrificados, mirando intensamente el charco de sangre que se empieza a formar bajo mi pantalón. Por tanto, aprovecho estos momentos de distracción y, respirando hondo, cuento: uno, dos y... ¡Tres! , y me despego del suelo, sin lograr impedir que un grito de dolor salga de mi garganta. Mi involuntario sonido ha llamado la atención de los pequeños, que giran sus cabezas al unísono, desde mi pierna hasta mis ojos. Veo cómo las comisuras de los labios del niño que se encuentra al frente del grupo se van frunciendo, hasta provocar una sonrisa a través de la cual puedo ver la sombra de unos pequeños pero afilados dientes como cuchillas, totalmente antinaturales. Automáticamente, como si de una misma persona se tratasen, todo el resto del grupo sonríe, y los niños muestran sus peligrosas mandíbulas, recordandome que debo continuar en mi intento de huída. Así que, cojeando, continuo avanzando por el oscuro pasillo. No muchos segundos después, el grupo de anfitriones se pone en marcha también, aumentando la velocidad poco a poco. Yo también lo intento, pero mi pierna herida me falla, y me hace caer. Ya estoy perdido, así que cierro los ojos y, por fin, dejo que mis lágrimas salgan, rendido. No se que es lo que quieren de mi, por que pretenden hacerme daño, pero sea lo que sea, espero que lo hagan pronto, para acabar con el sufrimiento lo más rápido posible.
Con los ojos cerrados, escucho un fuerte ruido, cerca mio, que hace que mi llanto se intensifique, y mis manos cubran instintivamente mi cabeza. Unas manos firmes y callosas me agarran por los brazos, y me empiezan a arrastrar. Yo comienzo a gritar, y me culpo por haber incumplido mi promesa de no darles la satisfacción de sentir que su juego ha funcionado, que me han atemorizado y torturado hasta el final. Sigo gritando con todas mis fuerzas, pero el sonido de una puerta al cerrarse rompe mis lamentos, y hace que abra mis ojos. Con temor, observo el lugar donde me encuentro. Es una pequeña sala, poco iluminada, y llena a rebosar de trastos inservibles y utensilios de limpieza. Posiblemente es el cuarto del conserje de la casa-orfanato en la que se lleva a cabo mi pesadilla. Me incorporo lo suficiente como para ver, delante mío, a una joven adolescente desconocida, de una edad cercana o igual a la mía. Me calmo un poco al ver su despeinado cabello. Ella no forma parte de aquellos animales con forma de niño.
- Quedate en silencio y escucha- me susurra. Y yo obedezco, anonadado por su determinación. - No hay tiempo para presentaciones. Solo quiero que sepas que de mi no debes tener miedo, y que si quieres salir de esta pesadilla, yo te puedo ayudar.
-Pero... - empiezo a decir- y los chicos que...?
- Calla- me interrumpe- los he despistado. He tirando una estanteria del pasillo sobre ellos, y aprovechando la distracción te he traído hasta aquí.
- Y como te ha dado tiempo? No había visto este lugar...
- Está en el mismo pasillo en el que nos encontrábamos, camuflado con uno de los mosaicos de la pared. Pero nos vamos a ir ya, ¿puedes levantarte? Espera, que te ayudo.
La joven impulsa mi cuerpo hacia arriba agarrandome de las axilas, y cuando al fin estoy en pie, me arranca un trozo de camisa haciéndome perder el equilibrio.
-Perdón- me dice aguantandome para que no vuelva a precipitarme.- Voy a tapar la herida para que no pierdas tanta sangre.- me mira con ojos compasivos- tu respira hondo y, sobre todo, evita hacer ruido.
Y así lo hago. Mientras ella apreta el nudo que presiona dolorosamente mi pierna yo callo mi agonía mordiendome el puño, en el que incluso acabo dejando marca. Después se levanta, mientras me hace un gesto con la mano, indicándome que me ponga detrás suyo. Abre la puerta.
Al cabo de unos segundos, mueve su mano de nuevo haciéndome un gesto para que la siga. El pasillo está desierto, y en el aire aún se puede respirar el polvo que había sido levantado por el mueble al caer.
La oscura puerta del fondo del pasillo, la salida, se encuentra ya algo más cerca. Empezamos a caminar, espalda contra espalda, para tener vigilado todo nuestro alrededor, pero nada nos impide, finalmente, llegar a nuestro destino, y nada más topar con la puerta, soltando un suspiro de alivio y sonriendo por la euforia, tiro de ella hacia mi con todas mis fuerzas. Es entonces cuando la sonrisa que tenía dibujada se desvanece. La puerta no se abre. La joven que tengo a mi lado me mira, horrorizada.
- ¡Pero tira fuerte!- me aparta de la puerta y empieza a tirar ella y a empujar. - mierda mierda... ¡mierda!
Los pasos que habíamos dejado de oír vuelven a aparecer, y esta vez, un desconsolado llanto los acompaña.
- ¿Por qué no queréis quedaros? No... ¿No nos queréis?- dice una dulce voz gimiendo. Otra voz, esta enfadada, la sigue.
- Nos quieren dejar sin comida. Son unos asesinos. ¡Asesinos!
Esa última palabra parece venir de mi derecha, así que cuando miro, descubro que hay un pasillo perpendicular al que nos encontramos, que continúa también por mi izquierda. Un coro de voces llega por ambos lados, gritando:
- ¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Asesinos!
Los niños se aproximan corriendo, y la puerta no se abre. Me dispongo, pues, a recorrer en dirección contraria el pasillo que tanto me ha costado terminar, pero la joven, que se encuentra a mi izquierda, ha sido más rápida, y soltando un "lo siento mucho" me empuja contra la pared, y sale corriendo, alejándose. Me intento volver a levantar, pero un pequeñín se me sube a los hombros y me susurra al oído:
- La comida está mejor quietecita.-¿Comida? Siento algo afilado que acaricia mi cuello, y se aprieta cada vez más a este, hasta que entre mis gritos, todo se vuelve negro.

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