Su nombre era Kaknab y vivía en una ciudad esplendorosa, dentro de una civilización bien desarrollada y próspera. Su vida siempre había sido tranquila y feliz, como la de la mayoría de los habitantes del lugar. El trabajo se encontraba bien distribuido y eran tiempos de abundancia, por lo cual todos gozaban de un gran bienestar. Y dentro de esta sociedad jerárquica, los nobles ocupaban un lugar privilegiado, gozando de riquezas y sirvientes que satisfacían todas sus necesidades. Y uno de ellos era Kaknab, quien destacaba como un joven amable, estudioso y tranquilo. Sin embargo, las penas del corazón y la angustia pueden sacar facetas escondidas dentro del alma de los seres humanos. Y como veremos después, eso sería lo que le pasaría a Kaknab.
La ciudad donde se desarrolla esta historia era resguardaba por una enorme muralla de la vista de extraños que quisieran escudriñarla desde el mar; enorme, sólida, completamente construida en piedra. En esa zona, el mar golpeaba las rocas en gran parte de la extensión de la costa, lo cual sumado a la muralla erigida más adentro hacía que una invasión a la ciudad por el mar fuera prácticamente imposible. Sólo una playa comunicaba a la ciudad con los visitantes que llegaran, lugar donde se producía una pequeña interrupción en la cadena rocosa natural, abriéndose un pequeño paso de no más de treinta metros de longitud. Esta era la entrada a la ciudad de Tulum, la cual nadie se hubiese atrevido a franquear sin ser invitado.
Volviendo a Kaknab, él desde muy pequeño había centrado su atención en Yatziri, de quien había quedado prendado desde que la conoció. Eso había pasado algunos años antes. Era solo un niño cuando la divisó sentada en la arena, con la mirada y pensamientos perdidos en el horizonte y el mar. Ella estaba tan quieta, tan ensimismada; y él se había dedicado a espiarla desde una distancia prudente, esperando que terminara sus contemplaciones. Quería verla más de cerca y de frente, para comprobar si era tan hermosa cómo lo que ofrecía su vista de perfil. Pero ese día tuvo que esperar mucho, ya que los pensamientos de Yatziri se perdían en las profundidades del mar, con su cuerpo en letargo, mientras su alma viajaba a lugares lejanos.
Cuando empezó a oscurecer y la luna comenzó a ser visible, la realidad y el movimiento regresaron a la pequeña Yatziri, que en aquellos momentos contaba con diez años de edad. Se levantó y encaminó sus pasos hacia la ciudad, acercándose al lugar donde se encontraba Kaknab. Éste sin pensarlo salió a su encuentro y dijo emocionado:
- Doy gracias por este día y por la hermosa visión que me permitió contemplar la diosa IxChel.
Ella se sintió sorprendida ante la declaración y preguntó:
- ¿A qué te refieres?
- A ti. A la hermosa escena que contemplé al ver tu silueta y tu rostro bajo la luz de la luna._ respondió Kaknab sencillamente_
La declaración del muchacho a ella le pareció sincera, así que sonriendo contestó.
- Ella me favorece, pues soy Yatziri, doncella de la luna, a quién amo con todo mi corazón.
- Y yo soy Kaknab. Y tal como mirabas el mar, espero que me así me des algo de tu atención algún día.
Ella se sonrojó y se conmovió, ante la franqueza del niño y las bellas palabras que le dirigía. Desde ese momento sus vidas se cruzaron, y ambos buscaron mantenerse en contacto, lo cual no les fue difícil. Al igual que Kaknab, Yatziri también pertenecía a la nobleza, por lo que no tardaron en encontrarse y verse permanentemente, lo cual fue forjando entre ellos un lazo que a medida que pasaba el tiempo se volvía más fuerte.
No había mayor felicidad para ambos que pasar tiempo juntos, planificando un futuro auspicioso y que no tenía ningún obstáculo en frente.
Así transcurrieron los años, en un periodo de paz y tranquilidad; con sus almas disfrutando la confianza y alegría de haber encontrado la mejor compañía que pudieran desear. Sin embargo, al parecer la Vida se sintió defraudada ante la facilidad con que ambos encontraron tal dicha. Y celosa de ellos, decidió que iba a esperar el mejor momento para actuar.
- No es justo que ellos sean favorecidos de esta forma, algo he de hacer. Si logran vencerme, prevalecerán. De lo contrario, caerán como tantos otros. Y todos esos castillos en el aire que han formado se derrumbarán.
Mientras lo decía, una sonrisa se formaba en su rostro. No, a ella no la iban a engañar. Se debe luchar por la felicidad, a nadie se le debe regalar.
Notas:
Yatziri significa "doncella de la luna".
Kaknab significa "el mar", en maya.
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Kabnab y Yatziri: Un amor inmortal
Short StoryEsta historia se desarrolla en una civilización antigua, cuando los dioses aún bajaban a la tierra y concedían deseos a los humanos, siempre que se ganaran sus favores. En una ciudad hermosa vivían dos jóvenes enamorados, que habían encontrado el a...