Capitulo 9: El primer satélite (Andy)

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Tal vez sea porque apenas llevo un par de días haciéndolo, pero trabajar para O'Connor me está pareciendo más cómodo de lo que pensaba. El trabajo no incluye nada asqueroso ni nada parecido. La mayor parte del trabajo es manejar el papeleo y organizarle el horario. A cambio, ya que ahora el dinero es más bien prescindible, me deja ir con él a todos lados, enseñándome como hace su trabajo.

Ahora estamos en su oficina, estoy terminando con su papeleo de hoy, que consiste básicamente en firmar peticiones de abastecimiento. O'Connor dice que las firme todas. Cuando volvamos, él decidirá cuáles aceptar y cuáles no.

Cuando termino de firmar, amontono los papeles y los guardo en el primer cajón del escritorio. Levanto la vista y contemplo la oficina.

Hay un panel de cristal que da al pasillo, que a su vez da a otras oficinas. A la izquierda de la ventana hay una puerta de madera más bien sencilla. A la derecha hay una estantería de caoba con libros sobre cada una de las baldas. En la pared opuesta hay otra ventana, pero ésta da al exterior de la base, más concretamente a las pistas de aterrizaje. Una persiana impide que la mayor parte de la luz entre por ella, pero es la suficiente para poder leer los papeles. El escritorio está orientado en paralelo a ambas ventanas, y yo estoy sentado de espaldas al exterior. Sobre el escritorio hay de todo, desde un portátil hasta un jarrón con una flor, pasando por fotos familiares en las que reconozco a O'Connor. Procuro no preguntarle a mi jefe por su familia, pero por su forma de mirar las fotos, puedo adivinar que la respuesta no me gustaría.

O'Connor, que está sentado frente a mí, alza la vista.

— ¿Ya estás? —pregunta.

Asiento y echo la silla de ruedas para atrás y así salir del escritorio. Voy hacia la puerta, y O'Connor se levanta.

— ¿Dónde vamos? —pregunto—. Hasta ahora no me lo has querido decir.

—Georgiev me ha llamado esta mañana—dice, y salimos de la habitación. Caminamos (entre comillas, yo no puedo) hacia las escaleras descendentes—. Decía que han perdido la conexión con tus amigos.

— ¿Por qué? —pregunto extrañado. Nos metemos en un ascensor que hay al lado de las escaleras y O'Connor le da al botón de bajar.

—Bueno, lo extraño es que no hubieran perdido la conexión antes—admite, encogiéndose de hombros—. Al fin y al cabo, no hay satélites operativos que transmitieran la señal.

Ya empiezo e entender por dónde va.

— ¿En serio no hay ninguno? —pregunto—. Antes había miles.

—No es que no haya. —Salimos y vamos en dirección a los laboratorios—. Es que han dejado de mandar la señal, nadie sabe por qué.

Entramos en el pasillo de entrada a los laboratorios. Por las ventanas se ve a ingenieros trabajando en una máquina. Los engranajes empiezan a girar en mi cabeza. Pasamos a la sala en la que nos recibió Noemí por primera vez y O'Connor llama a Georgiev.

— ¿Tienes los papeles que te pedí? —dice. Georgiev asiente y saca unos documentos de dentro de uno de los cajones de su escritorio. Están enrollados, algunos son blancos y otros azules. Se los entrega a O'Connor sin decir una sola palabra.

—Gracias—dice éste.

—Por favor... haga que vuelvan—dice Georgiev suplicante.

—Haré lo que esté en mi mano— se compromete O'Connor.

Salimos del laboratorio y nos encontramos con Yori, igual de nervioso que la última vez que le vi. Sin embargo, esta vez me dirige una mirada en la que se puede percibir cierto odio. O'Connor ni siquiera le dirige la mirada. Pasamos de largo y empieza a andar más aprisa, consigo a duras penas seguirle el ritmo.

— ¿Ahora dónde vamos? —pregunto.

—Vamos a las pistas de aterrizaje—dice, sin siquiera girarse hacia mí—. Allí nos espera un coche.

— ¿Y por qué no vamos en avión, como siempre?

—Llamaríamos demasiado la atención, y no queremos visitas inesperadas, ¿cierto? —Salimos del edificio. Efectivamente, hay un coche negro esperándonos, con el conductor apoyado contra el capó—. Además, nuestro destino tampoco está muy lejos.

El chófer me abre la puerta trasera y entro. Cada vez voy necesitando menos ayuda con cosas de este estilo. O'Connor guarda la silla en el maletero del coche y se sienta a mi lado. Cuando cierra la puerta me fijo en que el cristal de la ventanilla está tintado de negro. Señalo hacia él.

—¿Eso es para...?

—Sí—me interrumpe O'Connor, más serio de lo que le he visto nunca—. Bien, ya nos podemos ir.

El coche arranca y entramos en la carretera del bosque.

*     *     *

El bosque no tenía nada demasiado interesante. Era un bosque de pinos, por lo que todos los árboles nos superaban en altura con creces, cubriendo la carretera con su sombra. El sol apenas llegaba al suelo, lo que hacía el paisaje oscuro y hasta un poco tenebroso.

El bosque empieza a ser menos denso, y a lo lejos puedo ver un pequeño edificio, la base que acabamos de dejar. Más allá hay una extensa llanura dividida de tal forma que parece un rompecabezas gigantesco. También hay un pequeño pueblo a lo lejos. ¿Qué cómo veo todo esto? Fácil; estamos en la ladera de una montaña. Bueno, de una cadena de montañas. Miro la hora en el reloj que tiene el coche: son las once y media de la mañana. Puedo ver un poco el sol, así que estamos en la cara este de la montaña y, si no me equivoco, estamos en los montes Urales.

El bosque termina y veo que la carretera va a atravesar un túnel. No hay luces, pero tampoco creo que hagan falta. El coche en el que voy sí tiene, y estamos solos en la carretera.

Dentro del túnel, giramos a la izquierda para llegar a la cara oeste de las montañas. Salimos del túnel y giramos de nuevo a la izquierda, enfilando hacia el sur. Desde mi ventana veo lo que hay al pie de la montaña: una ciudad. Enorme. Ahora mismo está a la sombra de la montaña, pero aun así desde aquí puedo ver que los edificios más altos están prácticamente hechos de cristal. Puedo contar hasta veinte de estos rascacielos, rodeados por capas y más capas de edificios, cada vez menos brillantes y lujosos según alejo la vista del centro. Finalmente, veo un muro rodeando la ciudad por completo. Más allá de éste hay más edificios, que parecen ruinas desde tan lejos. Entrecierro los ojos para ver más detalles a través del cristal, pero entramos en otro bosque de pinos, y los árboles me tapan la vista.

—No te preocupes—dice O'Connor, al parecer enterado de mi interés por la ciudad—. Pronto la veremos más de cerca.

—¿Es ahí adonde vamos? —pregunto sin dejar de mirar por la ventanilla.

—Sí—responde él.

—¿Qué es?

—La nueva capital del mundo—afirma, y se remueve un poco en el asiento—. El resto de grandes ciudades quedaron obsoletas tras la Gran Ola, así que decidieron crear una nueva ciudad que no perteneciera a ningún país en concreto.

Me vuelvo hacia él y alzo una ceja.

—Bueno—se apresura a decir—. Al menos, ésa es la teoría.

Asiento lentamente, y miro hacia delante.

—Respóndeme directamente y sin rodeos, ¿vale? —digo, y él asiente—. ¿Por qué vamos a la ciudad?

—He hablado con los líderes mundiales y he quedado con ellos para exponerles nuestra propuesta de lanzar el primer satélite de la nueva era. Necesitamos que acepten, para poder hablar con tus amigos. Si no contactamos con ellos, todo estará perdido.

Bajamos la ladera y salimos del bosque, las ruinas de antes están justo ante nosotros.

—Ya hemos llegado. Bienvenido a Intérpolis, Andy.

La Edad de Arena 2.- El Viaje.Where stories live. Discover now