Capitulo 2 De Rencor (D)

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—Maldito ladrón...—gimió el opulento conde mientras aún se tocaba la coronilla de la cabeza en busca de la diadema que aquel joven insolente le había robado en su propio trono, ¡y todo por culpa de unos guardias insolentes y descuidados que suerte tendrían si no acababan colgados por el gaznate de alguna de las farolas!

—M-mi señor... Creemos que el joven ha abandonado la ciudad y se dirige hacia el fuero cercano... —pronunció uno de los soldados.

—¿Creéis... ¡Creéis!? ¡Claro que ha abandonado la ciudad, pedazo de imbécil! ¿¡Para qué demonios se iba a quedar!? ¡Malditos incompetentes, os voy a rebanar la oreja derecha a todos vosotros como mínimo!

     El conde se apartó y colocó la cara entre las manos mientras soltaba un largo quejido de frustración. Las docenas de guardias se limitaron a quedarse mirando temerosos sin saber qué decir o que hacer para evitarse la condena. Sin embargo, la sombra de un caballero se abrió paso a empujones entre ellos, sabiendo exactamente lo que tenía que hacer. Los fríos y sonoros pasos de sus botas de acero rompieron el silencio y los amargos quejidos silenciosos del gobernante.

     Todos los hombres se apartaron ante ese misterioso guerrero completamente acorazado por una armadura negra que resplandecía con antinaturales colores púrpureos en cuanto los rayos del sol incidían sobre ella. No tenía ni una sola fisura en aquel blindaje, solo dos pequeñísimos orificios para respirar y una rendija apenas visible para sus ojos... Era una armadura negra y perfecta, sin adornos, arañazos o abolladuras, con unas hombreras inmensas que parecían estar hechas para intimidar más que por la propia protección que podrían ofrecer.

—Mi señor  —pronunció con voz herrumbrosa y etérea, provocando que este alzase su furibunda mirada—. Yo puedo dar caza al ladrón si me dice por dónde ha ido, soy un cazarrecompensas profesional y sé exactamente como aprisionar a individuos esquivos como el que se escapó.

—Sí, sí... ¡Mis guardias también son "expertos"! —gruñó con sarcasmo—. ¡No necesitamos a más "expertos"! ¡Márchate y déjame sólo si no quieres que te decapiten!

     El extraño no obedeció, permaneció en su sitio, impasible, completamente callado y sin respirar, lógrandole al corpulento hombre una sensación de inquietud que provocó que se revolviese en su trono.

—¿No lo has escuchado? ¡Márchate!

     Un guardia colocó una mano en el hombro del extraño para voltearlo, pero no pudo moverlo ni un milímetro. 

—¿No me cree? Observe. —El extraño alzó una mano y, obedeciendo a su gesto, se levantó una densa cortina de humo negro en forma de remolino que absorbió a los soldados del noble, incluyendo a aquel que le sujetaba del hombro.

     Los ojos espectantes del conde no pudieron atravesar con su mirada la densa humareda negra, pero sus oídos si pudieron escuchar toses, gritos de agonía y cuerpos cayendo tras aquellas paredes etéreas. Los gritos de dolor agonizante y los llantos de los hombres tiñeron con un aire macabro la estancia mientras chorros de sangre empapaban el suelo y salpicaban la armadura negra del extraño.

     El misterioso caballero bajó el brazo y el humo se disipó a su voluntad, dejando tras de sí los cadáveres de los guardias desgastados y corroídos como si una plaga de langostas los hubiesen devorado, cubiertos de una fina capa de un líquido negro parecido al alquitrán que poco a poco se fue sintetizando con sus cuerpos sin vida.

—¿Necesitas más demostraciones de mi poder? Está bien.

     La mole de acero negro se contoneó y deslizó su mirada hacia los cadáveres, y el curioso pero aterrado gobernante siguió su mirada, aunque su curiosidad fue rápidamente sustituida por el pánico más absoluto. Los guardias se alzaron de nuevo con la putrefacta piel colgando y cayendo, dejando que una nueva piel negra y humeante detrás de ella ocupase su lugar. Sus armaduras se habían vuelto totalmente negras y malignas y sus espadas y escudos se habían agrandado, oxidado y ennegrecido.

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