Capítulo 21 El destino del príncipe dragón

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  —¡Bienvenidos a La Academia! —exclamó el almirante Romeo, Gallo para los amigos, según el navío atravesaba la translúcida barrera mágica que protegía a la pequeña isla de La Academia de los Docas. Todos salvo Tami estaban impresionados, y es que los soldados que ya habían visitado la isla siempre se sorprendían por su hermosura. Ninguno había querido perderse la entrada en la Isla del Alba y estaban todos repartidos entre las tres cubiertas del navío.       

     La gigantesca cúpula de color dorado que recubría toda la isla, por dentro tenía forma de cielo nocturno estrellado, un cielo artificial que parecía real para los ojos inexpertos, pero para Tami no era más que un truco barato enmascarando una protección que en su caso habría sido innecesaria. No obstante y pese a la noche continua, todo permanecía bien iluminado gracias a una impresionante razón.

     En el abrupto acantilado del noroeste de la pequeña isla se extendía una colosal estructura que se componía de una amplia plataforma circular hecha de cristal tan grande como un pequeño castillo que hacía de primer piso para conectar con las tres gruesas torres que partían de sus laterales y se extendían hacia el cielo hasta sobrepasar el nivel de las nubes, una torre era de color azul, otra era de color esmeralda y la última de color rojizo. Las torres de aguja eran lo suficientemente altas y anchas como para albergar en su interior a una ciudad pequeña en distintos pisos, algo lógico, pues era la única escuela de magia de todo el continente, aunque no sólo servían para eso, pues en la parte más alta de las torres reposaba nada más y nada menos que...

—Tienen... Su propio sol...

    Efectivamente, sujetado por la cúspide de las agujas permanecía un descomunal sol dorado que iluminaba toda la isla con sus cálidos rayos. Una fuente de luz perfecta para dar aún más belleza a los bosques de cerezos florecientes que decoraban toda la isla desde la costa hasta su mismo corazón. Ya desde la embarcación se veían las flores de cerezo flotando con calma en el aire, aprovechando la iluminación para que su color pareciese volverse mucho más intenso. Era un lugar místico propio de la imaginación de los chicos.

     Pero eso no era todo, desde la distancia ya se veía a los jóvenes magos practicar hechizos bajo los árboles con risas y juegos. Era un lugar idílico, el paraíso. Por lo menos, lo era para Nidia y Akilina; allá donde fuesen, siempre veían miseria y dolor, pero ese lugar era distinto. Nunca habían visto algo tan bello.

—Ahí está, el sitio que escupe continuamente en la verdadera magia —expresó Tami.

—Prohibir el conocimiento es matar a la libertad de pensamiento, y para mi los hechiceros de La Academia son auténticos asesinos —apoyó Raiyan.   

—Esos idiotas engreídos no saben nada, por eso prohíben que los demás estudien otras formas de magia, así siempre podrán estar sentados en sus tronos mientras afirman ser los magos más poderosos del continente —terminó de decir Aegis.

     En medio de su discurso de bilis, emergió una cuarta voz.  

—¡Oh, Aegis, tan locuaz como siempre!  

—Esa voz... Max.

     El poderoso hechicero había aparecido de repente en la cubierta igual que lo había hecho en la ocasión anterior con el padre de Tami, ataviado con su ropa dorada de archimago y exhibiendo con orgullo sus ojos dorados. Por suerte no hicieron falta palabras para recordarle quien era ella, la mirada de Max habló por si sola al ver a la hija del autodenominado dios dragón.

—El mismísimo. He venido personalmente a hablar con vuestra líder, la señora Nube. Si voy a ofrecerle a mi cuerpo de élite de hechiceros, tendré que garantizar una serie de condiciones. 

El Linaje Oscuro Where stories live. Discover now