Capítulo 7

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A Jordan le saltó en corazón del pecho. Solo pudo pronunciar su nombre, más bien susurrar, como si tratase de afirmar que de veras estaba delante de él. El peliverde intentó cambiar su rostro amable a uno inexpresivo, con una mirada que parecía más propia de un muerto que de un vivo. Una mirada bastante parecida a la que le ponía Xavier a él.

—No tengo por qué responder a esa pregunta.

—¿¡Cómo!? —su jefe frunció en ceño, mirándole como si le fuese a asesinar allí mismo. Estaba muy molesto y enfadado con esa respuesta, ¿quién se creía este secretario?—. Me debes obediencia, trabajas para mí, ya lo hemos hablado: yo pregunto, tú respondes.  

—No tiene por qué saber nada sobre lo que hago o dejo de hacer fuera de mi trabajo, mucho menos lo que pienso sobre asuntos que no son de su incumbencia. Nuestra relación es meramente profesional, no tiene que pensar en mí como nada más que su subordinado.

A Isabelle se le abrieron los ojos como platos y dejó caer su mandíbula. No podía creerse que Jordan le hubiese dicho tales palabras a la cara, mucho menos que le hablase en un tono tan cortante, tan gélido.

En cuanto lo que sentía Jordan en ese momento... Tras su rostro serio y mirada vacía, se hallaba un corazón roto. Era verdad lo que había dicho, su relación no consistía en nada más que en el trabajo. Él era su jefe, nada más. Debía dejar de sentir cualquier tipo de afecto hacia él, debía dejar de hundirse en el pasado, debía dejar de intentar que Xavier volviese a sonreír a su lado. Ya había transcurrido demasiado tiempo, la llama de la esperanza del joven se había apagado. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, así que Jordan suponía que ya había perdido del todo a su antiguo amigo.

—A mi oficina. Ya.

El pelirrojo agarró del brazo a su empleado y contra la voluntad de éste, lo llevó a esa maldita sala que tan bien conocía tras los perplejos y preocupados ojos de Isabelle. De un empujón lo introdujo en la actualmente oscura habitación, ya que las persianas estaban bajadas y no habían encendido la luz todavía.

—¿¡Pero qué haces!? —exclamó tendido en el frío suelo.

—¿Qué haces tú? No sé quién te crees que eres, pero no toleraré que me hables así.

—¿Así cómo? ¿¡Acaso no es verdad!? Fuera de estas cuatro pareces que me encierran día tras día, no somos nada, ¡nada! —lágrimas amenazaban con salir de sus ojos, querían recorrer sus mejillas, hacer sentir a Jordan cómo era humillado delante de Xavier. No podían caer, si lo hacían, él habría perdido, habría caído derrotado ante Xavier, no podía permitírselo.

Se sentía como si Xavier, con su brillante armadura, le estuviese amenazando con su espada. Él era el monstruo, arrodillado en el suelo, humillado y derrotado. Xavier, en vez de seguir protegiéndole de los monstruos de la oscuridad con su armadura, espada y escudo, acabaría con él de una sola puñalada. Una puñalada en su corazón.

—No te voy a mentir, nunca te he entendido  —Jordan lo contempló con asombro y horror a la vez, ¿a qué se refería?—. Cuando te conocí hace un par de años, me extrañó la manera en la que me trataste, ni siquiera supe cómo conocías mi nombre.

—¿Qué...?  —esa pregunta salió tan débil, tan rota, que parecía un moribundo que acababa de gastar su último aliento para formularla— Te olvidaste totalmente de mí... Lo sospechaba desde hace tiempo, pero supuse que simplemente nos habíamos distanciado.

Y no pudo más, se desmoronó, cayó al abismo.

—Jordan, ¿cómo me iba a olvidar de ti si jamás te había visto?

Dagas afiladas atravesaron todo su ser. Su alma. Su corazón. Había perdido la guerra, había perdido a Xavier para siempre, jamás podría recuperarlo. Todos esos años a su lado se habían conservado en su corazón durante tanto tiempo, por mucho daño que le hiciese recordar, eran bonitos recuerdos, pero al parecer él no los conservaba. Los había tirado de su corazón, de su pasado, de su mente. A un hombre como él, tan ocupado y exitoso, no le hacía falta alguien como Jordan en su vida, ni nada que tuviese que ver con él.

Se acabó. No lo soportaba más.

—¡¡TE ODIO!! ¡¡TE ODIO CON TODAS MIS FUERZAS!! ¡NO QUIERO SABER NADA MÁS DE TI! ¡PÚDRETE EN EL INFIERNO, GILIPOLLAS!

Se levantó del suelo y abrió la puerta, salió corriendo de la sala. Salió corriendo del edificio. Salió corriendo de su pasado. Lo único que quedaba tras Jordan era un rastro de lágrimas que caían al suelo, rompiéndose como su portador. Quedaba dolor, rabia y sufrimiento. El sonriente y alegre Jordan, en ese momento, estaba encerrado, encerrado en una cárcel de la que era demasiado complicado escapar. Jordan se había comido su propia felicidad. Había dicho que su felicidad ya no dependería de Xavier, pero una cosa es decirlo y otra hacerlo.

¿Por qué? ¿Por qué Xavier se empeñaba en herirle con su espada? ¿Por qué no le recordaba? ¿Por qué su corazón insistía en quedarse a su lado, aunque la mano de las sombras lo estrujase más y más? Era estúpido.

Pero lo que Jordan no sabía, es que el amor siempre es estúpido, siempre duele.

-*-

—Maltita sea... —susurro. Frunció el ceño enfadado, apretando los dientes y los puños. Se arrancó las gafas del puente de su nariz y las tiró al suelo lleno de frustración, en un intento desesperado de eliminarla de su cuerpo, pero no funcionó— ¡MALDITA SEA!

Se frotó los ojos y resopló, intentando mantener la calma, pero fue imposible.

Si era cierto lo que el peliverde decía, si de verdad tenían un pasado compartido, ¿por qué narices no lo recordaba? ¿Por qué no era capaz de recordar a Jordan a pesar de todos sus esfuerzos.

—Normal que me odies, Jordan, porque yo también lo hago. Ahora mismo me odio a mí mismo más que a otra cosa... Soy despreciable.

Isabelle irrumpió en la oficina, con la respiración agitada, se notaba su cansancio. Apoyó sus manos en sus rodillas levemente flexionadas para recuperar el aliento.

—¿Ha ocurrido algo, señor Schiller? He oído gritos muy fuertes y a Jordan saliendo del edificio corriendo —se había estabilizado un poco.

—Lo que ha ocurrido es que soy idiota, Isabelle. Déjame solo, por favor. Informa de que no quiero que me molesten.

La peliazul asintió y cerró la puerta, pero se quedó apoyada en ésta, sentada con la cabeza entre las piernas. Odiaba ver como sus amigos se alejaban cada vez más y más. Ella también quería que todo volviese a ser como antes, lo necesitaba. Isabelle estaba tan destrozada que no se percató de un detalle sumamente importante en la apariencia del pelirrojo.

Xavier se dio cuenta de que Jordan se había dejado su inseparable maletín negro y lo recogió del suelo con sumo cuidado, como si su pertenencia también pudiese romperse. Al levantarlo, una fotografía cayó grácilmente de nuevo al suelo. Xavier se quedó petrificado, ¿qué era esa foto? ¿De dónde la había sacado?

-*-

—Te odio, Xavier Foster, o Schiller, como tú te haces llamar. Te odio con todo mi ser, no eres el mismo desde que volviste.

Había estado repitiendo esas mismas oraciones desde que llegó a su hogar.

—¡Jordan! —la puerta era golpeada con fuerza por dos individuos que conocía demasiado bien. Si seguían así tirarían la puerta abajo, pero poco le importaba—. ¡Jordan, abre la jodida puerta o lo siguiente que abriré yo será tu cabeza!

Cuando te conocí hace un par de años, me extrañó la manera en la que me trataste, ni siquiera supe cómo conocías mi nombre.

—Claro, ¿por qué ibas a recordar a alguien tan insignificante como yo...?

Jordan, ¿cómo me iba a olvidar de ti si jamás te había visto?

Dolía, dolía demasiado. Jordan nunca había conocido unas palabras que hiriesen tanto. Solo quería desaparecer, huir de este mundo, dejar de querer a Xavier.

Pero Jordan, cariño, el amor no es tan fácil de alejar. Una vez te atrapa casi nadie puede escapar.

Nostalgia {HiroMido}.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora