Preludio

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Amelia Collins

A fuera estaba arreciando una tormenta horrible como hacia años no sucedía. Los grandes arboles se movían con tal fuerza y flexibilidad que parecían ser nada más que palillos insignificantes. Las tejas del techo crujían y se escuchaban como si se movieran o se fueran a caer. El viento soplaba tan fuerte que parecían lamentos de algún alma en pena. Y pese a que era de noche las oscuras nubes cubrían todo el cielo y lo hacían ver aún más oscuro y tétrico. Debido a la fuerte tormenta parecía que el cielo mismo se estaba cayendo en pedazos cuando los truenos y relámpagos impactaban de lleno, y dejaban un resplandor tan fuerte que iluminaba momentáneamente por completo toda la ciudad. Dejando al descubierto la negrura del manto brumoso que cubría la superficie.

Los truenos caían cada cinco minutos (algunos en menor tiempo) e iluminaban la calle y el cielo. Desde el cuarto de Amelia se miraba como si dios apagara y prendiera la luz. Fue en el ultimo trueno que cayó que la luz de su habitación se esfumo y no solo la de su habitación, sino la de toda la casa, o de la calle entera para variar. En medio de la oscuridad Amelia dijo el nombre de su madre pero no hubo respuesta. Había olvidado por un momento que estaba sola. Los padres y hermanos se habían ido de visita familiar con la abuela y ella, como buena oveja negra que era había rechazado rotundamente la invitación.

Amelia no solía ser una chica asustadiza. De hecho las personas "cobardes y débiles" le repugnaban. Ella era fuerte y "oscura" como solo decirle a todos los que insistían en porqué tenía que usar siempre ropa oscura. A la tía Alberta principalmente. Sin embargo, en sus más inquietantes sueños ella había visto algo similar; un escenario donde las luces se apagan, de momento escucha pasos y como lenta y chirriantemente se abre la puerta. Después un grito agudo y rápido hace eco en la habitación. Finalmente las luces vuelven y ella yace en el suelo de la alfombra, que está toda manchada de sangre y rímel y ella, por supuesto muerta. De alguna manera ese pensamiento la inquietó y le hizo levantarse de la cama, donde estaba plácidamente recostada mirando el televisor.

Ahora sentada, escuchando atenta cualquier ruido que pronosticara el derrame del rímel y la sangre. A fuera, la lluvia seguía cayendo a cantaros. Las gotas impactaban sobre las tejas que recubrían el techo de la casa. Producía un sonido que Amelia asemejo con un lamentar profundo, el lamentar de las mismas gotas ante su inminente muerte en la caída. De momento la habitación se ilumino de un gris espectral. Fue tan brillante que traspaso las cortinas oscuras. Segundos después se escucho el rugir del cielo. Amelia vacilo por instantes y tuvo un ligero sobresalto. Luego la lluvia siguió cayendo disminuyendo su agresividad. Los nervios comenzaban a invitarla a jugar con ella y era una propuesta que tenía un "no" como única respuesta.

A oscuras Amelia llegó hasta su la ventana de su habitación, que era de gran tamaño y estaba cubierta por unas cortinas de encaje negro que en la penumbra de la situación hacia más difícil encontrarlas. Cuando lo hizo las corrió hacía los laterales, solo para contemplar una solitaria y húmeda noche. O eso pensó, porque la calle no estaba sola... de hecho miró algo que la dejo sumamente inquietada. Desfilando sobre la acera había un montón de lenguas de fuego, pequeñas, grandes y medianas. Todas ellas poseían un brillo rojizo y amarillento, en diferentes tonalidades. Ninguna era igual a otra. Amelia llevó ambas manos a su boca y lanzó un suspiro de horror. Se tallo los ojos pensando que estaba alucinando. Que no era nada más que una ilusión visual producto de los fuertes relámpagos. Cuando los abrió no había nada. Suspiro nuevamente, ahora de tranquilidad. Luego volvió a tallar sus ojos. Al hacerlo talló con fuerza de más en el ojo izquierdo. Cuando los abrió, solo pudo abrir el derecho. El izquierdo dolía, ardía. Pero prontamente se recupero. La desilusión la cobijó por completo al entender que no había nada. Entonces abrió la ventana, tan pronto como lo hizo las frías gotas de agua le empaparon el terso y maquillado rostro. Sus ojos luchaban por mantenerse abiertos con tantas gotas de agua cayéndole.

El Corazón del PantanoWhere stories live. Discover now