Lujuria de noches campestres

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Julia iba al bosque, aquel espejismo vegetal le parecía extraño tras 25 años sobreviviendo en la jungla de asfalto. Él, simplemente estaba allí emanando auténtico olor a testosterona. El sudor cayendo por la camiseta no se sabía si más vieja o usada. Se vieron sin mirar, sin percatarse de quienes eran. Varias noches pasaron, y él cada una de ellas se iba a fumar mirando las estrellas. A ella le atrajo el olor a algo que no era tabaco. Pasaron quince noches poniendo nombres inventados a cada una de las estrellas desconocidas. Fumaron y charlaron a la luz del universo mirándose con ojos que besaban y acariciaban. La noche número 16 se besaron, la 17 se tocaron y la 18 quedaron en verse más tarde. Esa noche con furia violenta ella fue atravesada y un cachete en la cara la sorprendió satisfactoriamente. La siguiente noche los azotes les entusiasmaron. Antes de irse pensaron algo especial mientras sentían sus cuerpos estremeciéndose. Ella le dio permiso para posar el hacha afilada sobre su cuello. La excitación les quemó por momentos, perdieron el control. Cuando él terminó de consumirse, abrió los ojos para admirar como ella también había perdido la cabeza.


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