Repudiado Squib

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Londres (presente hoy, nuestra dimensión)

Hermione acababa de cerrar el portafolio de su última colección, la que tenía un sentido especial pues era para su nueva tienda en el Callejón Diagon, la primera en el mundo mágico.

Luego de haberse casado con Draco Malfoy —hacía ya casi un año—, los dos se habían puesto la firme idea de regresar a ese mundo: él con sus empresas y ella en la moda. Con dos grandes hipermercados mágicos, uno en Hogsmeade y otro en el Callejón Diagon, Draco Malfoy, lejos de ganarse la venia de la cámara de comercio mágica, captó una gran animosidad por parte de los comerciantes, pues decían que con los precios que este gran supermercado ofrecía, echaría por tierra lo que ellos con tanto esfuerzo habían creado. No obstante, grande había sido la sorpresa al darse cuenta que los de Malfoy solo traían al mundo mágico aquellas cosas novedosas que, por temas financieros o desconocimiento, los magos y brujas de la comunidad inglesa no tenían acceso: alimentos, recetas nuevas, especias, vestimenta barata y no de sastrería, calzado novedoso y sobretodo muchas cosas que, si bien eran muggles, a los magos más jóvenes y más abiertos a las nuevas ideas, habían aceptado con emoción.

Si bien la mayoría aplaudía esta iniciativa, muchos hubiesen querido que Malfoy no volviera nunca. Sin embargo, las empresas Malfoy no infringían la ley y contaban con el permiso del ministerio para posicionarse como líder en el comercio. A quien le gustara, que lo siguiera y a quien no, pues el camino estaba libre para buscar otros senderos.

En cuanto a la empresa de Hermione, la población femenina estaba bastante contenta y satisfecha con esta nueva tienda, que era asequible y de materiales de calidad. Pero también, algunas modistas no la veían con buenos ojos y otras señoras brujas de mayor edad, se negaban a la idea de usar pantalones de pretinas anchas y ajustados, blusas de seda o ropa más sensual. Así que, tal como le ocurrió a Draco, la mayoría había aceptado: jóvenes mujeres y adolescentes hacían fila para ver los modelos que Herms Grenett (su nombre de diseñadora) traía a ese mundo de arraigadas costumbres.

Ambos exitosos y felices en el mundo que se rendía ante ellos. Pero Hermione sentía que su felicidad no era plena pues aún tenía algo pendiente con Harry y era que este todavía solía viajar por esas dimensiones, y estaba muy inmiscuido en una particularmente, en la cual había llegado hasta el extremo de manipular el destino de Hermione y de Draco....

Dio un fuerte bufido... sus pensamientos de mansedumbre en los negocios se hicieron humo al recordar aquel pendiente. Dejó a un lado del escritorio la carpeta y salió de su oficina.

Afuera se encontraba el recibidor. Si bien tenía una gran tienda en el callejón Diagon y otra en el Londres muggle, mantenía la construcción en los terrenos de su casa, pues sabía que era un lugar seguro y cómodo, en donde podía ver cuántas veces quisiera a su hijo, el que en esos momentos se hallaba en el salón junto a los abuelos.

—Luna, iré a casa de Harry —avisó Hermione a su querida amiga, quien seguía siendo su fiel secretaria.

—A Draco no le va a gustar... —agregó Luna con voz cantarina.

—Se lo diré al regreso.

—Está bien. ¿Qué le respondo a Giovanni en relación a lo que pidió Coppola? —indagó rápidamente antes que su jefa se retirara.

—Dile que acepte el contrato. Es un desafío diseñar todo el vestuario para una película de cine... además, es sobre brujas y magos.

—Pero siniestros.

—¡Entonces, mayor será el desafío! Nos vemos dentro de un par de horas.

Hermione regresó a su despacho desde donde desapareció para irse directamente a casa de Harry, quien ya la esperaba. Al escucharla golpear la puerta, de inmediato abrió. Ginny y los niños se encontraban en La Madriguera, aunque eso no era impedimento para que él pudiera ver a Hermione. Ginny sabía que entre ellos no existía nada, era Draco quien dudaba de él, y en cuanto a eso, Harry no podía hacer nada y, realmente, poco le importaba lo que él pensara.

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