CAPÍTULO 1

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Abro mis pesadas pestañas con cansancio, veo gente a mí alrededor, están mi madre y mi hermano Iván. Sus expresiones me recuerdan lo que me paso hará unas horas, mi madre tiene cara de preocupación, me frota con manoplas en la frente y me retiene con las manos tratando de calmarme, aunque ella parece más nerviosa y mi hermano observa cada movimiento de mi madre aterrorizado aparentado miedo, así que al final intento tranquilizarlos yo. Mi madre lleva un jersey gris, manchado y el pelo recogido con pinzas, parece más joven, esta mojada, de lo que imagino que es sudor, lleva un delantal manchado de aceite y harina, así que intuyo que se ha llevado toda la mañana haciendo intentos fallidos de comida. Me han empapado con manoplas y al final siento frío, así que cuando consigo hacer que se marchen para preparar el desayuno me visto. Saco la ropa del enorme armario de madera gris del extremo opuesto de la cama, me pongo un pantalón negro y un suéter rosa y gris que me regalo mi padre, me miro las mangas que no me llegan a la muñeca. Aspiro el olor a tabaco y carbón del jersey y añoro los momentos del pasado cuando mi padre permanecía a mi lado, ayudándome a dar cada paso en mi vida, porque para él cada paso era el más importante. Desde que él y mi madre se separaron sólo viene algunos meses a visitarnos, él se justifica contándonos que son cosas del trabajo, que le ocupa mucho tiempo, pero realmente se siente mal porque cree que incomoda a mi madre de algún modo, a veces pienso que por razones como esas la relación con mi madre es más distante, aunque desearía que no fuera así. Me duele no estar con mi padre tanto como desearía, contengo lágrimas intentando ser fuerte, aunque realmente piense que llorar no es de cobardes, sino una forma de desahogarte, a veces la única, pero preferiría no hacerlo en algunas ocasiones, como esta.

Salgo al pasillo y bajo los escalones de madera con lentitud cómo si realmente no quisiera llegar nunca al piso de abajo, agarro la barandilla con mis manos y observo el polvo que la inunda, me miro las uñas que están algo largas y descuidadas, contengo mis ganas de morderlas y lo dejo para ocasiones en las que no pueda contener mi nerviosismo.

Entro en la cocina, una estancia pequeña, con solo una pequeña mesa de madera negra en el centro, en la que comemos siempre, con cuatro sillas y una bandeja de fruta encima, encimeras alrededor y un frigorífico enorme en la esquina, también tiene una enorme ventana, que en aquel momento está abierta, dejando entrar mucha luz en la sala, la mañana está muy soleada. En Mersalia, mi ciudad, el tiempo de otoño suele ser muy bueno.

Me siento con mi hermano en una de las sillas que esta manchada de algo que no consigo descifrar y rota por los extremos, para tomarme el desayuno, que ha debido preparar mi madre junto a mi hermano. Sigue en pijama, un pijama azul marino con rebordes verdes y un monstruo en el centro de la camiseta, me percato de que es el pijama que le regalo mi padre a los siete años, por eso le queda algo pequeño, al igual que a mí las mangas no le llegan a la muñeca, se me escapa una sonrisa y me mira con curiosidad. Mi madre lo llama y él vuelve con un plato de porcelana que trae tres tostadas con mermelada y tulipán, las tripas me resuenan al ver el delicioso plato y mi hermano y yo reímos al unísono. Mi hermano añora tanto a mi padre como yo, y me intuyo que en ocasiones mi madre también le desagrada un poco, pero tenemos que ser fuertes porque ella arriesga mucho por nosotros. Dejo volar tanto mi imaginación que me olvido de estar en la vida real, pero mi hermano no tarda en recordármelo.

-¿Estas mejor, Hestia? –pregunta con la mirada llena de preocupación, se acerca una tostada a la boca y le da un bocado, se relame los restos de mermelada de la boca y vuelve a centrar su mirada en mí.

-Sí, pequeñajo –le despeino su pelo color chocolate con avidez y me sonríe tímidamente, sonrió al ver todos los dientes que aún no le han salido.

-¿Por qué te has desmayado? –nuestras sonrisas se desvanecen y me mira con un gesto de duda en la expresión.

Me quedo un rato asimilando la pregunta que acaba de cuestionar mi hermano, esperando que no se notara mi expresión confusa y atemorizada. ¿Qué le iba a responder, si ni yo misma sabía la respuesta a aquella pregunta? Sabía que había recibido aquella nota esta mañana, pero ¿de verdad era yo tan crédula como para desmayarme por una nota? La verdad, todo era muy confuso. Observo su rostro unos minutos, hoyuelos marcados y cara redonda, antes de responder a su pregunta.

Yo, FénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora