HOSPITAL

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Definitivamente odiaba los hospitales. El olor característico en ellos, el aire estancado, la espera en forzado silencio. Mientras estaba en la sala de espera, pensaba en todo y en nada a la vez; sus pensamientos se deshacían apenas lograba concentrarse en ellos. Solo había estado en hospitales 2 veces: una de ellas hace unos años, cuando su apéndice se inflamo y tuvieron que operarlo para evitar una enfermedad más grave; y la otra para visitar a un amigo que había sufrido un accidente que involucró varios autos en una calle transitada. Aun hoy intenta sacar de su mente la imagen de su amigo con respiración asistida.

Ahora estaba en la sala de espera, llevando su mirada de un lado a otro, matando el tiempo hasta que llegara el medico con alguna noticia de ella... así se sumaba una razón más para odiar a los hospitales: su esposa estaba en una sala de operaciones en ese momento. A la mañana ella se despertó con dolores terribles, y tuvieron que llamar una ambulancia para poder internarla de urgencia. Estaba peleando por su vida, y él solo podía esperar.

Su ansiedad creció un poco más (si esto era posible) y decidió salir para poder fumar algo, pero a la mitad del recorrido desistió, hacía 8 meses que lo había dejado debido a una promesa que le hizo a su esposa, y también el doctor podría venir mientras él estuviera afuera. Sin ganas de permanecer quieto, comenzó a caminar a través de la sala. Las otras personas allí no reparaban en él. "¿Estarán pasando por lo mismo?" pensó, pero esto lo puso más nervioso sin saber por qué.

Una hora después, un doctor entro a la sala de espera, buscando con la mirada a alguien, y su mirada lo paso de largo. "Aun no... maldición, esto lleva demasiado". Se ubicó en un asiento libre en el que tuviera a su vista la entrada a la sala, y aunque esto haría que el tiempo pasara más lento todavía, no le importaba. Intentando no pensar en el gran reloj de aguja que había allí, decidió mirar con más atención a las personas que estaban esperando en ese lugar. Eran unas 7 personas, 3 mujeres y 4 hombres, de diversas edades, esperando tal vez a alguien importante o incluso matando el tiempo porque ese lugar tenia asientos. Desechó ese pensamiento rápidamente al ver que todos tenían la mirada desenfocada, justo como la tenía él hace unos minutos atrás.

El blanco de las paredes comenzaba a herirle los ojos, así que los cerró, tratando de pensar en otra cosa que no fuera el pesado silencio que reinaba en el ambiente. Recordó como conoció a su esposa: ese café donde pasaban música de los 80 donde era perfecto para pasar las horas solo o acompañado. Ella estaba sentada en una esquina poco iluminada leyendo un libro cuya portada estaba bastante gastada. Sin saber cómo ni por qué, cuando entro al salón su mirada se dirigió directamente a esa esquina, y cualquiera que lo hubiera visto con atención habría pensado que estas dos personas habían quedado en encontrarse ese día y en ese lugar. Aunque era tímido en general, en ese momento no pudo evitar avanzar hacia ella: una fuerza invisible controlaba sus piernas y atenazaba su garganta, amenazando con quedarse sin voz en cualquier momento. En el segundo decisivo, ella levanto su vista y se encontraron con la mirada, y él solo pudo sonreír como un bobo; comentando que había poca luz para leer cómodamente. Ella solo pudo reírse de la obviedad que había escuchado, cuyo único culpable era el nerviosismo que sentía el muchacho frente a ella, y eso le encantó. Desde entonces se encontraban muy a menudo en ese mismo café, compartiendo libros y hablando hasta que no había nada más que hablar, y se quedaban callados durante horas solo escuchando música y disfrutando de ese silencio que no era nada incomodo, sino todo lo contrario.

Esos recuerdos lograron sacarle una sonrisa, hasta que se volvió a abrir la puerta de la sala y vio al doctor que acababa de salir del quirófano, en cuya bata había bastante sangre: era el mismo doctor que iba a realizar la operación de su esposa. No resistió más, y salió corriendo hacia la sala de operaciones, sin importarle lo que tuviera que decirle el cirujano; solo deseaba verla una vez más.

De esos segundos corriendo no recuerda haber visto nada ni haber escuchado algo tampoco, solo la sensación de velocidad y la inestabilidad del suelo. La sala de operaciones estaba al final de un pasillo, y las puertas poseían unas ventanas pequeñas para poder ver hacia el interior. Al llegar a estas, no pudo ver a su esposa, y buscó a una enfermera cercana para preguntarle rápidamente y con poca coherencia donde estaba su esposa. La enfermera le señalo una habitación que estaba cercana al quirófano y allí se encaminó, tambaleándose y con el corazón golpeando con tanta fuerza que pensaba que le rompería la caja torácica en cualquier momento. Al entrar, la luz de la ventana lo encegueció por unos segundos, y al aclarar su vista pudo verla. Estaba allí, tranquila y con los ojos cerrados, y su expresión era de una calma tal que parecía irreal, y en sus brazos había un pequeño bulto que lloraba sin cesar. Se quedó parado allí, sin el valor para avanzar, hasta que el doctor entro y le dijo:

-Fue una operación complicada, pero logramos hacer la cesárea con éxito y desenrollar el cordón umbilical del cuello de su hija... felicidades, tiene una hija preciosa y una esposa muy fuerte.-

Una lágrima se deslizaba lentamente por la mejilla del nuevo padre, y ahora logro reunir las energías necesarias para avanzar hacia la cama. Pudo verlas con más detenimiento: su esposa respiraba tranquilamente, como si estuviera dormida, y su hija había parado de llorar al verlo a él, como si de alguna manera lo reconociera.

El ODIABA los hospitales, después del nacimiento de su hija, ya no.


-Shiro

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⏰ Letzte Aktualisierung: Jul 06, 2017 ⏰

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