Capítulo 2: Encuentro

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Tras dos horas y media de carretera, había llegado a Roma. Aunque aún me faltaban una para llegar a casa, pues el tráfico era agobiante.

Y la verdad, tampoco tenía muchas ganas de llegar. Llegar y encontrarme a mi hermano y a su perfecta familia, a mis padres que nunca estuvieron satisfechos conmigo y mi antiguo dormitorio, que probablemente se hubiera convertido en un desván para los trastos de la compradora compulsiva de mi madre.

Agarré el paquete de Chester y pude comprobar que solo quedaba un cigarro. Resoplé antes de ponermelo en la boca y encenderlo.

La primera calada fue un alivio para mi pesada carga. Exalé el humo y con él me sentí más liviano.

Pero al igual que lo había hecho mi felicidad, el cigarro se consumió.

Y en mi pecho solo quedó una quemazón incurable y un vacío que solo otro pitillo podría llenar.

Decidí parar en una gasolinera a repostar y comprar tabaco.

Nada más bajarme pude ver a una señora vestida con harapos acercarse a mí. Volví a resoplar enojado, siempre me tocaban a mí los mendigos.

-Andrea...- comenzó.

- ¿Disculpe? – la corté.

- Dígame su apellido.

- ¿Para qué narices quiere usted saber mi apellido? – pregunté con todo el despecho que pude.

- Dígalo.

- Annunciato – musité.

Era una mujer menuda de ojos negros y cabello gris. El gesto serio y la mirada impasible me daban escalofríos. Hubo un momento, tras decir mi apellido, en el que sus ojos se abrieron y me pareció ver un destello morado en ellos.

Parpadeé un par de veces. Debía ser el cansancio del viaje. Estaba empezando a tener alucinaciones.

-Tome – dije quitándome la alianza que aún conservaba y entregándosela -, quédesela y déjeme tranquilo.

Aun cuando me alejaba, podía escuchar su aguda voz pronunciando mi nombre.

-Andrea Annunziato...

Rápidamente, entré en el establecimiento. Compré un paquete de tabaco, una caja de chicles y llené el depósito.

Salí de allí con la cartera aún entre las manos cuando visualicé de nuevo a aquella extraña anciana.

Entré en el coche sin molestarme siquiera a mirarla y salí de allí lo más rápido que pude.

No sin antes mirar por el espejo retrovisor por si la señora continuaba allí, pero para mi sorpresa, no estaba. Era como si se hubiese esfumado.

No hubo pasado mucho tiempo cuando empezaron a pesarme los párpados. Necesitaba descansar.

Me planteé parar un rato, pero me encontraba en medio de ninguna parte y el recuerdo de aquella mujer me seguía quitando el sueño.

¿Quién era y cómo sabía mi nombre?

No sé si fueron los efectos del cansancio o simplemente la vida quiso jugar conmigo de aquella forma, pero aquella anciana apareció frente a mi coche.

De la nada. No la vi venir, no me la esperé. Simplemente apareció.

El agotamiento y la falta de reflejos en aquel momento, hicieron que un movimiento brusco hacia un lado de la carretera para esquivarla acabase con mi vida.

Lo último que sentí fue un terrible dolor en la cabeza y un pitido incesante en mis oídos.

Mas no pude ver nada, pues todo ya se había vuelto negro.

VITALESWhere stories live. Discover now