Capítulo 4: En la oscuridad

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A menudo nos preguntamos sobre la muerte.

Durante casi toda nuestra vida, nuestra existencia no es más que el paso de una persona por un mundo por el que ya han pasado infinidad de estas.

Nacemos de la nada, y a la nada volvemos.

Con suerte, nuestros hijos y nietos nos recordarán. Pero tras el paso de un par de generaciones, nuestro recuerdo muere con aquellas últimas personas que nos recordaron.

Y sin embargo, seguimos pensando y creyendo que acabaremos en un lugar mejor. Como si el mundo fuera a preocuparse de nuestro destino tras la muerte.

El cielo, el infierno, el limbo, el más allá, la reencarnación, el túnel...

¿A quién queremos engañar? Por mucho que creamos en ello o no, nadie está preparado para descubrir que hay tras la muerte. Nadie quiere descubrirlo.

Y tal y como era de esperar, yo tampoco lo estaba ni lo quería.

No había ningún túnel, ni ninguna sala, ni ninguna luz. Todo estaba a oscuras. Todo era negro.

No se escuchaba ni veía nada en absoluto. ¿Acaso este era el limbo? ¿O quizás un infierno plagado de soledad? ¿Sería este mi infierno personal?

No. No lo era.

Porque de la nada todo se volvió claro. Una luz cegadora cubrió todo mi campo de visión. Y entonces comencé a vislumbrar una pequeña sala de hospital.

En ella había varias enfermeras y un médico. También había una señora dando a luz a un pequeño bebe rubio.

Me acerqué al bebe y entonces me vi reflejado en él. Pero no en sus ojos ni en que hubiese un parecido. Yo era ese bebé. Y esa señora era mi madre.

Y a partir de ahí pude ver mi vida como si fuese una película.

Vi a unos padres felices llevar a un bebé a su nueva casa. Allí esperaba un niño de unos seis o siete años que corrió hacia ellos en cuanto se abrió la puerta. La cara del niño irradiaba felicidad.

-Stefano, hijo, te presento a tu nuevo hermanito – dijo la mujer y el niño se puso de puntillas para alcanzar a verlo.

Puso uno de sus dedos en la mano de éste y aquel pequeño bebé la apretó.

No es normal que un ser tan pequeño hiciera aquello, pero como un reflejo. Un reflejo que los unió a ambos.

No podía creer que aquella fuera la primera vez que vi a mi hermano. Nunca me la habían contado y, tal y como trascurrieron los acontecimientos, casi parecía imposible que ese momento hubiera existido nunca.

Después de eso, las cosas que vi si que las recordaba.

Vi la primera vez que vi volar a mi padre. Él era piloto y un día nos dejó a mi hermano y a mi subir a la avioneta con él. Se le veía tan seguro de sí mismo que quise ser cómo él.

Al menos, hasta que mi hermano me robó el sueño. Él logró ser todo lo que yo siempre había soñado: trabajaba para una aerolínea, su mujer era una flamante modelo y ambos habían tenido dos pequeños hijos que parecían haber sido sacados de una revista.

Al lado de Stefano, yo era un cero a la izquierda. O al menos, eso era lo que siempre pensé.

Pero algo que sí que me impresionó recordar fue una de mis primeras noches en la universidad.

En la residencia, compartía habitación con un par de chicos. Uno era Marco, él fue quien me trasmitio el deseo de vivir en Nápoles, y el otro era Juan. Juan era un español que había decidido estudiar en Roma. Al parecer no estaba muy cómodo con su familia y quiso empezar una vida lejos.

Una de las noches, Juan y Marco invitaron a un grupo de chicas. Entre ellas se encontraba Julia. Julia venía de un linaje árabe y tenía una belleza exótica de esas que te atrapan con la mirada. Aunque lo que a ella le gustaba, era asustarnos con sus cartas. Esa noche, quiso leernos el futuro a todos los allí presentes. Todos temían que Julia les dijera que iban a morir; sin embargo, esa carta solo me salió a mi.

-Qué curioso...- murmuró.

-¿Qué pasa? ¿Voy a morirme? – dije con tono de burla.

- Sí – dijo seria. Y sentí un escalofrio -. Pero lo curioso no es el hecho de que vayas a morir, lo curioso es el orden de los acontecimientos. Debe de haber sido un error. Según estas cinco cartas, tendrás tantos problemas que tu vida será una miseria...

- ¡Vaya hombre! Nosotros que teníamos esperanzas puestas en ti... - rió Marco.

- Esto no es una broma – le regañó Julia -. Después, morirás. Pero tras la muerte aparecen tres cartas: el peligro, el amor y la gloria. ¿Cómo pueden aparecer estas cartas tras la muerte?

Y entonces, el resto de recuerdos se resumieron en Elisa y Jeremy. Buenos recuerdos aquellos.

Al menos hasta que llegaron a la parte del divorcio, la despedida y, como no, mi muerte.

Y a partir de ahí, todo volvió a ser negro.

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⏰ Last updated: Aug 08, 2017 ⏰

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