4.

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-No te avisé para volver de clase juntos porque tengo trabajos que preparar en grupo y a veces nos quedamos en la facultad para hacerlos.

Asiento con la cabeza sin darle más importancia.

-He llegado hace unas horas y he seguido con los proyectos, más los apuntes... Tengo que hacer también un informe de las prácticas de la semana pasada. Es una locura.

Vuelvo a asentir en silencio y me recuesto un poco más en el sillón, poniéndome cómodo.

-¿Y tú? ¿Tienes muchas cosas que hacer? Estás muy callado hoy... -Se arrastra por el sillón en mi dirección, roza sus piernas desnudas con las mías, y me agarra de un brazo-. ¿Te pasa algo?

-No. -Esta vez hago un gesto de negación y hago que mi cerebro se active ya que llevaba un rato en modo pensador. La miro a los ojos mostrando una pequeña sonrisa y, de forma fugaz, le robo un corto beso.

-Pues cuéntame algo. No he parado de hablar desde que has llegado y tú solo te has limitado a escucharme. Es tu turno.

Resoplo, como si lo que me pidiera fuera demasiado complicado para mí, y entonces agradezco recordar algo.

-Mi madre quiere que te pases por casa. Ya sabes, hace un tiempo que no te ve.

Me viene a la mente la imagen sorprendente de lo bien que se lleva con mi madre. A principio de curso, cuando llevábamos poco saliendo, venía a casa con frecuencia y desde el primer momento se notó que conectaron muy bien. Es cierto que quizá tenga algo que ver la profesión de mi madre y los estudios que hace Lara. Una enfermera y una aspirante a graduarse en medicina pueden tener mucho en común.
Mi madre aprovechaba para contarle todas sus historias y anécdotas en el hospital y Lara las escuchaba encantada, porque es lo que le gusta, entonces mi madre solía sentirse comprendida como pocas veces ocurría. Se siente comprendida con sus compañeras de trabajo, que en ocasiones también han venido a casa, pero ni yo ni mis hermanos compartimos su gusto por salvar vidas, o por curar heridas.

-Lo sé... Tendré que buscar hueco un fin de semana para ir. -Deja caer su cabeza sobre mi hombro y uno de sus brazos me rodea el cuerpo.

Y es raro, no voy a mentir, porque los gestos cariñosos últimamente no han estado muy presentes entre nosotros. Y yo lo entiendo, no lo digo como ningún tipo de reproche. Sé que su carrera es dura, que ambos estudiamos, que puede ser estresante en muchos momentos y que es normal que dispongamos de menos tiempo que al principio. Todo eso lo entiendo, y es algo con lo que voy a tener que lidiar sí o sí, porque ni yo le voy a pedir que dedique más tiempo para mí y menos para sus estudios, ni ella lo va a hacer conmigo. Simplemente tendremos que adaptarnos... o bueno, yo tendré que adaptarme. Ella parece que lo lleva bien.

Le acaricio el pelo, deslizo mis dedos entre sus mechones lisos y de color casi dorado por unos segundos, hasta que se acerca a mí más todavía y se sienta sobre mis piernas con los brazos rodeándome el cuello. Enseguida lo interpreto y me pongo en pie, sujetándola a ella a su vez. La cargo en brazos por todo el pasillo, llego a la puerta de su habitación y la cierro evitando que sus perros entren a acompañarnos. La llevo hasta la cama, la tumbo sobre su edredón de color malva y me quedo de pie observando cómo empieza a quitarse la ropa rápidamente.
Se deshace de la camisa, de los pantalones y su ropa interior queda al descubierto. Doy unos pasos al frente hasta tocar el colchón y, tirando de sus piernas, hago que su cuerpo se arrastre por el edredón y acabe delante de mí. Flexiono las piernas para quedarme de cuclillas, justo a la altura de su cara, y vuelve a capturar mis labios con los suyos. Se aparta, lleva sus manos hasta mi camiseta y comienza a subirla sin quitarme los ojos de encima. Esos ojos azules que me gustaron desde el primer momento en que los vi.
Entonces recuerdo el día en que nos conocimos, a finales del curso pasado. La vi caminando por el campus, en un descanso entre examen y examen. Iba cargada con apuntes en sus manos, una mochila pequeña pero que parecía pesar bastante, y el pelo le iba de un lado a otro con el viento. Ella intentaba peinarlo constantemente, sin éxito, a la vez que llevaba una pelea con todos sus apuntes y la botella de agua que sujetaba. Parecía agitada, nerviosa, con prisa... Y yo me quedé mirándola por unos segundos, pero no de la forma en la que suelo mirar a todo el mundo con la intención de analizarles, sino que la miré con la intención de ir detrás de ella para hablarle.
Tyler me acompañaba ese día, porque también teníamos un examen final, y le dije que me esperara un segundo mientras yo eché a andar detrás de ella, hasta que la alcancé y le ofrecí ayuda. Literalmente mis palabras fueron "¿quieres que te ayude con eso?", porque llevaba un lío de papeles en sus manos que tenía toda la pinta de salir volando de un momento a otro, como su pelo de color castaño claro. Entonces ella frenó de golpe para mirarme con el ceño fruncido, al menos durante los dos primeros segundos. Luego su expresión se fue suavizando, su cuerpo se relajó y ladeó una sonrisa.

Red Where stories live. Discover now