Capítulo 8

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—¡Rápido!— Aulló la atigrada— Nectarina, Flor en la Nieve y Garra de Nopal, revisen los bordes del campamento, que no haya ningún gato desconocido, y si hay algún herido, tráiganlo.
Los gatos nombrados obedecieron al instante y salieron a la carrera.
—Bigotes de Avena, Cúrcuma, acompáñenme al campamento, pueden quedar enemigos; Cola de Diábolo, quédate con los aprendices y esperen aquí.
—Sí, Estrella Verde—. Maulló el gato blanco y negro.
La líder avanzó con cautela escoltada por los otros guerreros, Zarpa de Irbis los vio alejarse con el corazón atenazado, si aún quedaban enemigos, tres gatos no serían rival, se pronto pensó en Junco y tuvo que contenerse para no correr hacia el campamento.
—Estará bien—. Oyó que le murmuraba Zarpa de Iguana como si le hubiera leído el pensamiento.
La aprendiza volvió su mirada a él y le guiñó un ojo con agradecimiento, menos mal que sus amigos estaban con ella; los ojos verdes del aprendiz negro brillaban mientras la miraba, Zarpa de Irbis enros–có la cola avergonzada. Un arbusto junto al túnel de zarzamoras captó su atención, Flor en la Nieve y Nectarina regresaban, Garra de Nopal apareció por el otro lado con Luciérnaga en sus fauces, la a–prendiza gris no se contuvo más y se acercó corriendo a su hermana.
—¿Luciérnaga? ¡Luciérnaga! Soy yo, ¡Zarpa de Irbis!
El gato gris atigrado la depositó suavemente en el suelo.
—Tu hermana está bien, sólo un poco herida— le dijo tranquilizadoramente y regresó por donde ve–nía a toda prisa.
—Hola, hermana— la gatita marrón habló en un susurro sin abrir sus ojos.
Zarpa de Irbis sintió un gran alivio recorrer su cuerpo.
—¡Hija!
Flor en la Nieve se acercaba trotando y al llegar la llenó de lametones apresurados.
—¿Qué te ha pasado?
—Nada mamá, sólo estaba...
Luciérnaga abrió sus ojos de golpe.
—¡Los cachorros! Los proscritos se estaban llevando a los cachorros de Calabaza, ¿dónde están?
—¿Proscritos?— Moteada apareció por detrás con Zarpa de Iguana a la zaga.
Un chillido sonó del sitio por donde Garra de Nopal había desaparecido. El atigrado traía en su boca un cachorrito, la joven reconoció a Pequeño Tulipán; caminando con miedo junto al guerrero venían sus hermanos, los tres mostraban arañazos y tenían los ojos dilatados.
Del campamento salió la líder.
—Podemos entrar, no hay enemigos.
Bigotes de Avena salió tras ella y se dirigió a donde estaban los aprendices.
—¡Mis cachorros!
Cubrió de lamentones a los gatitos que se lanzaban a él, todos menos Pequeño Tulipán, Garra de Nopal lo dejó en el suelo con delicadeza.
—Lo siento, Bigotes de Avena— maulló con pena —cuando lo encontré ya estaba muerto.
El gato canela dejó a sus otros cachorros para acercarse al gatito amarillo.
Zarpa de Irbis se quedó con la boca abierta, hacía no mucho había visto nacer y jugar a ese gatito, siempre estaba feliz y se le ocurría a qué jugar, y ahora, sólo quedaba su cuerpo inmóvil.
Bigotes de Avena ahogó un maullido de dolor, cojió al cachorro y se dirigió al campamento, Flor en la Nieve y sus demás hijos lo siguieron.
La aprendiza gris escuchó un lamento proveniente de Luciérnaga, la gata marrón se había levantado y sostenía su pata delantera en el aire.
—Intenté protegerlos pero ese gato zopenco me derribó y lo sacó de la cueva sin que me diera cuenta— bajó la cabeza.
—No podías haber hecho más— le dijo Moteada —salvaste a los otros.
Su amiga le dio un lametón en la oreja y la ayudó a ir al campamento. Zarpa de Irbis y Zarpa de Igua–na los siguieron.

El campamento estaba hecho un desastre, bolas de pelo estaban esparcidas por todas partes y el hedor del miedo y la sangre llenaba el aire. Las guaridas parecían aplastadas y los helechos que antes oculta–van el campamento estaban destrozados. Junco se acercó a ellos cojeando, su pata trasera estaba en–vuelta en telarañas.
—¡Junco! ¿Qué ha pasado?— Zarpa de Irbis se restregó en su esponjado pelaje, apelmazado con san–gre seca.
Su amigo le dio un rápido lametón en la oreja y se sentó, hizo una mueca al apoyarse en su pata heri–da.
—Llegaron como sombras, eran muchos, olían al Sendero Atronador y a la Serpiente Sin Fin.
—¿Quiénes?— Lo instó Zarpa de Iguana. Moteada y Luciérnaga estaban con Avellano.
—Proscritos, demasiados, más de los que había visto en mi vida, gritaban cosas como si investigarán un nuevo territorio, se inventaron llevar a los hijos de Calabaza y casi secuestran a Nube de Hielo, pareciera que nos querían llevar, a mí también casi me secuestran.
—¿Territorio?— Zarpa de Irbis se el quedó viendo como si le hubieran salido aletas, volteó a ver a Zarpa de Iguana, pero él no parecía acordarse de la profecía de Ala de Cuervo.
—Sí, ¿por qué?
—Oh... No, nada, me sorprende.
Junco notó su incomodidad
—Parece como si hubieras visto un fantasma, ¿estás bien?
—Sí, sí, descuida.
Zarpa de Irbis maulló con convicción.
Un maullido de tristeza sonó desde la maternidad, Avellano salió con los tres cachorros de Calabaza y se dirigió a su guarida.
—Calabaza ya se ha de haber enterado.
Dijo Zarpa de Iguana.
Zarpa de Irbis coincidió con un maullido.
Corazón de Lobo se les acercó y les ordeno que se fueran a dormir, pues mañana reconstruirían el campamento y los que habían ido a la Asamblea tendrían que salir de caza.
Al recostarse en su lecho, Zarpa de Irbis notó lo cansada que estaba, prácticamente dormiría de día, pero se tenía que levantar temprano aún así. El frío que ahora entraba a la guarida de los aprendices le hizo difícil el sueño, en dos ocasiones se despertó creyendo luchar contra figuras oscuras de gatos, gatitos llorando, maullidos desesperados, un alarido sonó lejos de ella, y antes de llegar despertaba.

Se levantó temprano, ansiosa por salir de patrulla, le gustaba ir al Trigal, y le había tocado patrullar esa zona. Cuando salió de la guarida de los aprendices descubrió a su mentor, a Saúco Negro y a Cúrcuma listos ya para la patrulla. Hablaban con Nectarina, Zarpa de Irbis se apresuró a ir, tenía que saber a qué iba.
—Bien, si encuentran a cualquier gato del Clan de las Aves, échenlo, si es de otro clan, actúen como siempre, pero no tan bondadosos.
—Entendido, Nectarina—. Maullaron todos.
—Zarpa de Irbis, ya estás aquí, espero que estés lista, dile a tus amigos que vengan y luego puedes marcharte.
La joven obedeció a la lugarteniente y fue rápidamente a su guarida.
Zarpa de Iguana ya estaba despierto.
—Oh, buenos días Zarpa de Iguana, dice Nectarina que ya salgan.
—Hola Zarpa de Irbis— respondió él rascándose una oreja —tú ve, yo los despierto.
—Gracias.
La gata gris se reunió con su patrulla y al fin partieron.

Su mentor la evaluaba todo el tiempo, qué podía oler, cuál era el mejor camino, incluso le dijo que pa–sara de roca en roca entre unos pasaderos que permitían cruzar un río que pasaba por su territorio, a la joven no le parecía muy ancho y los saltaba de dos en dos.
—Pareciera que vuelas.
Le había dicho Cúrcuma mientras la observaba saltar.
En el Trigal todos se separaron para buscar rastros de gatos del Clan de las Aves, principalmente, todos menos Zarpa de Irbis que tenía que ir con su mentor. No le importaba mucho, en el Trigal era fácil perderse, la joven se preguntaba para qué querría Estrella de Águila esa zona.
No había nunguna anormalidad, o eso creía la aprendiza hasta que notó un olor conocido, pero ene–migo. Proscritos.
—¡Avalnacha!
—Chist—. El gato blanco se agachó junto a ella y susurró —Los he olido, nos vigilan. Sígueme, no te levantes del suelo y avanza lo más rápido posible.
Zarpa de Irbis estaba muda de espanto, apostaría dos colas de ratón a que eran los mismos que habí–an atacado el campamento la noche anterior, si era así, seguro que eran muchos, y no se andarían con precauciones por atacar a cuatro gatos.
Al salir del Trigal, Cúrcuma ya estaba ahí, zampándose una musaraña que había cazado, a su lado también había un ratón. Zarpa de Irbis recordó él hambre que tenía, pues no había desayunado.
La guerrera melada les indicó con la cola que se acercaran. Tras una pedir permiso con la mirada a Avalancha para comer, Zarpa de Irbis empezó a devorar el ratón.
—Hay proscritos aquí, estoy segura de que son los mismos que nos atacaron ayer.
—Los hemos olido, y nos están siguiendo, lo harán hasta el campamento, ¿dónde está Saúco Negro?
El gato nombrado salió de la alta hierba dorada haciendo muecas y moviendo la cola, él también los había detectado. A Zarpa de Irbis no le dio tiempo de terminar su ratón, la patrulla entera salió co–rriendo de vuelta al campamento. La aprendiza gris miraba hacia atrás de vez en cuando, alguna vez creyó ver gatos persiguiéndolos, pero no estuvo segura hasta que Cúrcuma gritó.
—¡Nos persiguen! ¡Al campamento!
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Hoy tenía tiempo, por eso escribí mucho, pero sigue habiendo suspenso...

La Revolución de los ClanesWhere stories live. Discover now