Ella era como la nieve, hermosa, pero fría

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Sostenía la temblorosa mano de mi madre, mientras veía el reloj avanzar, cada segundo que pasaba abría más y más la herida que se hizo en mi pecho cuando escuché al doctor decir: "Lo siento, no creo que sobreviva a esta noche, no hay nada más que podamos hacer".

No podía creer que después de tantos años el cáncer ganara la batalla.

 Me dediqué a cuidar de mi madre desde los doce años, cada día desde entonces pude ver como la vida se le escapaba de las manos. Cada mañana despertaba ante el sonido de sus quejidos al vomitar frente al retrete y ya se había vuelto costumbre el tomarla por su delgada y consumida cintura desde el suelo, prepararle un baño de agua caliente y lavarle el pelo mientras le cantaba sus canciones favoritas. Solía decir "sacaste la voz de tu abuela" mientras sonreía débilmente "qué pena que no la pudiste conocer".

Mi madre me crió sola, nunca mencionaba a mi padre ni a nadie de mi familia, sólo se limitaba a hablarme de mi abuela, quien según ella, fue una artista reconocida en su época. 

Su nombre era Soledad, lo que la describía perfectamente, ya que siempre fuimos sólo ella y yo, no tenía amigos ni familiares cercanos más que a mi. No sonreía muy a menudo, siempre sospeché que se debía a la pena que le había causado mi papá cuando la dejó con a penas dos meses de embarazo sin ninguna explicación, ella lo amaba con locura y no lo podía aceptar, así que prefirió darlo por muerto. 

Ahora, sentada a su costado pude apreciar lo mucho que me parecía a ella, incluso en su estado desmejorado. Saqué su pelo rubio y su tez blanca como la nieve, y esos ojos verdes con la mirada vaga; al igual que ella, no solía sonreír puesto que con la vida difícil que nos había tocado pocas cosas parecían graciosas.

Apretó mi mano con la poca fuerza que le quedaba para llamar mi atención.

"Emma, nunca dudes el haber sido una buena hija, perdona que no pude darte una infancia feliz como cualquier madre debería hacer con sus pequeños" sus ojos se inundaban mientras hablaba "Perdona que te deje sola a tus veintidós años, y que no pudiera apoyarte en tus logros por estar tendida en esta cama".

"No digas eso mamá, hiciste lo que pudiste" le dije mientras acariciaba su mano con mi pulgar. Entonces, me recosté en su pecho y la abracé, pude escuchar los últimos latidos de su corazón hasta que se detuvo.

Nunca le dije que la amaba y que agradecía lo que me dio dentro de sus posibilidades en mi niñez, pero ¿como hacerlo si nunca tuve un ejemplo de cómo mostrar amor o gratitud?

Me puse de pie y me dirigí hacia la ventana mientras el doctor y las enfermeras se llevaban el cuerpo sin vida de mi madre, había comenzado a nevar con mucha intensidad, justo como había nevado dentro de mí por los últimos diez años.



La Última EstaciónWhere stories live. Discover now