CAP 25: Sabrina (en la Casa de Hades XXXVI)

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Sabrina estaba enfada, enfadadísima más bien. ¿Con quién y porqué? Con Jason por ser un cabeza llena de aire y un chismoso. ¡Cómo si él pudiera opinar de Nico! En ningún momento había hablado de ello en voz alta, pero Sabrina sabía qué se cocía en la cabeza del hijo de Júpiter, lo sabía perfectamente. También estaba enfadada con Céfiro por ser un tonto, un idiota, un patán y por soltarla una bomba y quedarse exactamente igual de tranquilo y alegre que siempre. No es nada justo. Aparte estaba enfadada con sus padres por no contarla nada, pero eso no era una gran novedad. Por no mencionar su dilema interior y su ira contenida por el tema de Leo, aunque él no tuviera la culpa.

El único hombre influyente en su día que no la estaba enfadando completamente era Nico. Sabrina sentía auténtica pena por él. Odiaba a Eros por hacerle sufrir. La daba rabia que Percy no entendiera a Nico. No aguantaba verlo triste, pero increíblemente, Nico nunca estaba triste cuando estaba con ella. Podían hablar de temas que no podían contar a nadie más y él podía hablar de su secreto abiertamente con Sabrina.

En esos instantes, Sabrina sobrevolaba Split en forma de aire. No se sentía mareada ni nada por el estilo. Al contrario, se sentía libre y como si estuviera en su propio territorio. (Gracias a la bendición de Céfiro, otro de los motivos de su negativo estado de ánimo.)

Sentía la presencia de Nico y Jason cerca de ella. A medida que se acercaban a las montañas, Sabrina vio las ruinas de una ciudad romana esparcidas en un valle - muros desmoronados, cimientos cuadrados y caminos agrietados, todo cubierto de hierba - como un gigantesco tablero de juego sembrado de musgo.

Céfiro, tan insufrible como siempre, los dejó en medio de las ruinas, al lado de una columna rota del tamaño de una secuoya.

El cuerpo de Sabrina recuperó su forma. Por un instante se sintió atada, como si de repente la hubieran envuelto con un abrigo de plomo.

-Sí, los cuerpos mortales son terriblemente pesados. - dijo Favonio, leyéndole el pensamiento. El dios del viento se posó en un muro cercano con su cesta de fruta y desplegó sus alas rojizas al sol - Sinceramente no sé cómo los soportáis un día sí y otro también. Más aún si perteneces al mismo aire. - miró a Sabrina.

No aguantaba a ese dios. El dios del oeste, ese viento "calentorro" que en verano te obliga a subir la intensidad del aire acondicionado, ese que lleva todo el polen en otoño haciendo que se te peguen virutas y hojas en el pelo o te hagan estornudar. Sabrina había enumerado una larga lista mientras sobrevolaban Split de las cosas que odiaba de Céfiro y su vocación. Y la lista seguía.

Sabrina ignoró completamente el paisaje. Estaba demasiado ocupada preguntándose cómo es que Céfiro no se había despeinado y ella tenía los pelos de punta. Otro aspecto para añadir en su lista. Sus malditos rizos perfectamente peinados a prueba de huracán. Lo único que podría decir de la ciudad es que estaba muy vacía, muy derruida y en bastante mal estado lo que quedaba de ella.

-Bienvenidos a Salona - dijo Céfiro - ¡Capital de Dalmacia! ¡Lugar de nacimiento de Diocleciano! Pero antes de eso, mucho antes de eso, fue el hogar de Cupido.

El nombre hizo eco, como si unas voces lo susurraran a través de las ruinas. Sabrina odiaba el nombre de Cupido, todo el mundo piensa en el regordete bebé alado que lanza flechas a diestro y siniestro en San Valentín. Aunque Sabrina siempre lo había visto ridículo. Ella prefería usar los nombres griegos para los dioses. Se sentía más griega que romana, sentía que el Campamento Mestizo era su hogar, aunque no lo conocía en persona.

Uno de sus mitos favoritos era el de Psique y Eros. Se lo sabía entero, lo había expuesto en la escuela con una nota máxima en un trabajo de historia. No sabía cómo Psique se podía haber enamorado de un bebé regordete. Vale que no lo pudiese ver, pero algo no podía cuadrarla si el protagonista de aquella tragedia romántica fuese como todo el mundo esperaba. Las cosas nunca son como uno espera, y Eros/Cupido era una de esas cosas extrañas. Dicen que Tánatos, la propia muerte es tan hermoso como Eros. Eros es hermoso, sí. Pero es peligroso y letal, como el amor.

LA INTRUSA; HÉROES DEL OLIMPO ▪Leo Valdez▪(N°1)Where stories live. Discover now