Marchita primavera

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                                       —————— ⊰ Perséfone ⊱ ——————  

Todo el calor de la furia se desvaneció de su cuerpo en menos de un segundo, tanto que si los brazos del rey no la hubieran estado apresando se habría dejado caer al suelo sin poder mantenerse de pie. En ese momento solo sostenía la mirada blanquecina porque el agarre no le dejaba otro camino, ver la seguridad con que expresaba cada palabra, la veracidad que había en ellas le desarmó de la forma más cruel. Si había tenido alguna esperanza de irse, de escapar de allí, ya no la había, no la habría jamás por el simple hecho que ella no había sido raptada, su mano había sido entregada sin siquiera saberlo, ella no podría huir porque no había lugar al cual regresar, él solo la había llevado a su nuevo hogar, al que su padre decidió para ella sin llegar a consultarlo con nadie. 


"Mi hermano... me ha otorgado su mano..." las mismas palabras daban vuelta en la mente de Perséfone una y otra vez incluso cuando el dios le liberó de su abrazo. Con una vida alejada del Olimpo y los demás dioses, en sus juegos diarios con las ninfas del bosque y bajo la sobreprotección de su madre, cosas como el amor y el matrimonio parecían demasiado lejanas, demasiado imposibles para ella, poco se dejaba caer en tales pensamientos creyendo que tendría una vida entera para arriesgarse en las aventuras que quisiera, que cuando llegase el momento su madre sería su guía, que compartiría con ella sus emociones y vivencias, que Deméter le ayudaría a saber qué hacer cuando ese sentimiento se presentase, pero allí no había amor alguno, no había motivo para sonreír o esperanza de felicidad, todo lo que veía en él era un deseo ciego y primitivo, con un brillo de alguna forma perverso, uno que le indicaba que ya no había marcha atrás.


Sus ojos volaron hacia atrás y adelante sintiéndose completamente rodeada, tan pequeña que pensó que su existencia era la más mínima en esa estancia, los guardias que se atravesaron a su lado le hicieron retroceder hasta quedar en las manos de las sirvientas. Perséfone no se había dado la vuelta hacia ellas aún, seguía mirando la espalda de aquel dios despiadado hasta que desapareció en la penumbra. Las ancianas halaron con delicadeza sus brazos y aunque los guardias evitaban su mirada, el paso que dieron hacia ella le indicaba que no intentara resistirse, así que la diosa solo bajó la mirada y se dejó llevar sin ser consciente de a donde marchaban. Paso tras paso dio, sin mirar el camino por el que avanzaba, las mujeres no decían nada, los que parecían ser hombres tampoco, todos sabían con exactitud lo que debían hacer menos ella.
Había una tristeza tan profunda carcomiendo el alma de Perséfone, que el primer invierno existente no se daría en la tierra, no sería a causa del dolor de Deméter ni su furia contra dioses y hombres, la primera nevada surgió bajo el pecho de la joven, enfriando su corazón al punto de doler, apagando el calor de vida que siempre había en ella. 


Como si no fuese más que una muñeca, las ancianas le condujeron a través de la enorme puerta de la que antes había salido, los guardias se posicionaron a cada lado fuera de ella de manera que parecían protegerla, pero la marchita primavera sabía que solo se encontraban allí para regresarla al interior si intentaba escapar de su destino. Una de las mujeres se alejó para preparar el vestuario de la novia, mientras que la otra comenzó a mover sus manos sobre las ropas de Perséfone, la pobre niña dio un paso hacia atrás cuando notó que querían desnudarla, pero la voz de la mayor rompió el silencio que hasta ese momento había reinado entre las tres. −Por favor, no se resista.- fue su pedido y la joven entendió que si debían obligarla, lo harían.

El agua que comenzó a caer sobre su cuerpo se encontraba tibia, desprendía un olor dulce que no lograba reconocer, quiso preguntar que había en esa mezcla, pero su curiosidad estaba apaciguada por la desesperanza y siquiera se atrevía a expresarla. La diosa suspiró, cerró sus ojos un momento intentando relajarse bajo el efecto del agua, pero su mente rebuscó en los recientes recuerdos y se centró en el picor de sus labios. "Duele" pensó la diosa cuando cedió ante él, abriendo sus labios para su placer, dejando que tomara de ella cuanto quisiera mientras sus ojos se empañaban, jamás esperó recibir un recordatorio tan grande de que ella nunca sería libre, no podía encontrar manera más cruel de haber sido humillada, la lengua de él recorría, invadía, el dios le estaba dejando muy claro lo poco que importaban sus sentimientos o el deseo de su corazón. Él le había lastimado desde el primer instante sin ninguna contemplación para obtener lo que quería, hiriéndola, obligándola hasta que su única elección fuese la entrega total. Las ganas de llorar se estaban apoderando nuevamente de ella, quería, necesitaba a su madre para escuchar de sus labios que todo estaría bien, deseaba haberle dado un beso de buenos días antes de marcharse de casa esa mañana, había tantas cosas de las que arrepentirse y hacerlo no cambiaría nada. 


El vestido blanco que colgaba de los hombros de Perséfone era digno de una diosa, llevaba bordados que brillaban igual que hilos de oro y plata, dejando gran parte de su piel descubierta, la tela plisada caía con dos largas aberturas desde ambos muslos hasta el final de sus piernas, todo el atuendo no era más que una insana invitación y supo que había sido preparado solo para ella, pero ese reconocimiento no le hizo sentir mejor, solo le advertía sobre cuánto tiempo estuvo todo aquello siendo planeado sin ella tener la más remota idea. −¿Ustedes saben... cómo es?- Los labios de Perséfone se movieron con tanta duda que las palabras salieron demasiado bajas e interrumpidas para ser entendidas, pero tan fácil era ver en ella sus emociones, que las mujeres no necesitaron pedir que las repitiera una vez más. 


−Para los humanos dar algo en sacrificio es un ritual dedicado a los dioses en un intento de recibir su bendición para su futura unión, pero cuando se trata de dioses, es el prometido quien tomará para sí cada sacrifico y cada entrega, cada símbolo de inocencia, pureza o... amor.- La voz profunda y desgastada de una de las ancianas respondió con suavidad mientras trenzaba los cabellos de la prometida. –Usted debe cortar un mechón de su cabello y hacerlo arder en el fuego del tártaro como símbolo de renuncia a la infancia y sumisión al rey.- Las palabras provocaron escalofríos en ella, ¿de qué tantas maneras tendría que entregarse a ese hombre? quiso preguntar, pero la forma en que ellas continuaron con su trabajo sin volver a hablar le indicó que no dirían más, tendría que esperarle a él, porque solo él sabía todo lo que quería obtener de ella.


Perséfone se encontraba de pie frente al fuego de la chimenea bajo la atenta mirada de las mujeres, quienes no querían más que asegurarse de que ella cumpliese, dijeron que ese fuego sería suficiente para completar su parte de aquel ritual. Había tomado un mechón de su cabello con su mano izquierda y en la derecha una pequeña cuchilla de plata, evitó dar vueltas y lamentarse al momento de cortar las hebras, en cambio pensó en su padre, se centró en los vagos recuerdos que tenía de él para arrojar el mechón hacia el fuego y verle consumirse ante sus propios ojos convirtiendo en cenizas su libertad, sus sueños, se estaba entregando al dios de las tinieblas tal y como su progenitor deseaba y con ello cada sentimiento de amor o respeto que pudo haber alguna vez hacia el rey de los dioses, también se consumía.

La hija de Deméter se hallaba con los párpados cubiertos por una venda del mismo color que su vestido, le habían llevado y posicionado sobre la cama, se encontraba arrodillada en el medio del lecho, allí sentada sobre sus talones sus piernas quedaban expuestas por las aberturas de su vestido, dependiendo únicamente de sus oídos, olfato y la sensibilidad de su piel para detectar cualquier cambio en el lugar, pero incluso con eso ella jamás sabría cuánto tiempo podría estar el rey del inframundo observándola desde la oscuridad antes de presentarse ante ella. Perséfone quería flexionar sus rodillas para poder abrazarse a ellas, estaba asustada, jamás había sentido tanto terror en su corta vida, por primer vez temía a lo desconocido, esta vez su curiosidad no deseaba saber más allá, sus manos comenzaron a temblar a sus costados y las unió sobre su vientre tratando de calmarse. –Tengo miedo.- Susurró demasiado bajo a la oscuridad y agachó su cabeza dejando que la tristeza le dominara, una lágrima recorrió el contorno de su mejilla izquierda, pero antes que otra lágrima cayera respiró profundamente, levantó una de sus manos presionando la venda contra sus párpados e intentó no pensar en nada, no imaginar nada, volvió a entrelazar sus manos únicamente esperando la llegada de su futuro esposo.

El mito de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora