Profanación

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                                                       —————— ⊰ Hades ⊱ ——————    


Al principio no fue fácil. El cuerpo de Perséfone se cerraba a su alrededor como una trampa abrasadora y dolorosa para ambos. Las sábanas nacaradas se mancharon con la prueba de su inocencia herida, mientras ella se contorsionaba, intentaba apartarlo y rechazar su invasión. Las lágrimas parecían no tener final, "detente" le pidió, "detente, por favor". La escena era la viva encarnación de una profanación injusta, el deseo de un Dios cruento, dispuesto a tomar lo que se había propuesto.
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Hades no dimitió, sabía que tarde o temprano el dolor se iría, sabía que podía conseguir más, incluso quizá, ofrecerle algún resquicio de placer una vez se acostumbrara a su indeseada irrupción. Con sufrimiento o sin él, la naturaleza de sus anatomías primó, permitiéndole ir más allá de la barrera, a la profundidad de su tierno sexo ahora quebrantado. Estaba en ella y era el primero, podía sentir el ardor de su carne sosteniéndole con fuerza, invitándolo a moverse para su complacencia. Se contuvo a su pesar, se detuvo y saboreó el instante mientras le permitía el descanso suficiente para que se habituara a las sensaciones. Observó su rostro surcado por el llanto y deseó volver a lamer la sal de sus lágrimas, aquella imagen le generaba emociones con las que no estaba acostumbrado a tratar. Se sentía físicamente excitado, ansiaba continuar y su sufrimiento no conseguía mermar este hecho, aunque tampoco le complacía tanto como podría esperarse de alguien que estaba a casi cualquier cosa con tal de imponer su deseo.
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Finalmente volvió a acometer, en primera instancia con algo de dificultad, luego de manera más ligera cuando la memoria del cuerpo femenino le permitió moverse con mayor libertad. La muchacha había comenzado a relajarse, ya no tenía una tensión antinatural en los músculos, ni el espanto plasmado en la mirada, poco a poco sus extremidades se volvían laxas, se suavizaban sobre las mantas y las sabanas dejándose llevar por el vaivén de las caderas de Hades. El Dios del inframundo no tardó en tomar un ritmo satisfactorio, respirando en suspiros y entregándose a su propio goce, aunque aún se mantuviera consciente y muy interesado en las reacciones de Perséfone. El ardor en sus hombros, era un hecho aislado, al que no parecía querer prestarle atención de momento. Su sensibilidad se concentraba bajo su vientre, otorgándole a cambio una vaga perspectiva de lo que la joven Diosa le había ocasionado en la piel en su intento por aferrarse a su cuerpo.
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Lo que fue incapaz de ignorar estaba en su mirada, ella había dejado de apartar el rostro y llorar y le observaba, como si fuera tan presa como él, de aquel encuentro entre dos irises opuestos. El verde de la vida, refulgente y pleno de preguntas, lleno de sensaciones legibles, se enfrentaba a la palidez insondable de la muerte. Había algo en esa conexión, que la volvía incluso más íntima y profunda que la unión carnal de sus sexos. Hades se perdió en ellos durante lo que pareció una confusa eternidad, en la cual el placer, las dudas y la sorpresa lo embargaban como oleadas procedentes de dos mundos completamente diferentes. No hubieron palabras crueles ni gestos, solo aquella conexión. Tampoco supo cuando decidió romperla, pues antes de que se diera cuenta había vuelto a descender sobre la boca de la joven primavera, había vuelto a unir sus labios con brusquedad y compartirle el calor de su aliento agitado, mientras con las manos se aferraba a sus caderas y se hundía con mayor ímpetu en su interior.

El mito de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora