F O U R

101 17 3
                                    

La tercera vez que apareció, estabas preparado.
Habías colocado un sencillo sistema de trampas por todo el perímetro del jardín. Esperaste días, semanas. Pero no te desanimaste. Y el día que regresó sentiste recompensada tu paciencia. Cuando escuchaste el estruendo de las campanitas, saliste del castillo sin tan si quiera calzarte, vestido únicamente con unos pantalones y el pelo largo y enmarañado aún empapado del baño que acababas de darte.
La fosa en la que había caído él no era profunda. Se había rasgado las ropas con las ramas que habían ocultado el agujero, pero no parecía haber rastro de sangre en ellas. El chico te miraba sin comprender, en silencio. Había dejado de parecerte fiera y ahora te recordaba al ternero que había muerto aquel invierno, una semana después que Padre.
No intentó huir. Incluso te hizo sentir que el arma con la que le apuntabas era innecesaria, pero aun así no la bajaste. Le ayudaste a salir y le ordenaste que no hiciera ningún movimiento brusco. Lo hiciste sin saber siquiera si hablaba tu idioma. Pero él obedeció con diligencia. La camisa se le había rasgado por la espalda y tenía varias ramas enganchadas en las mangas, pero no cojeaba ni parecía lastimado. Le registraste entera y le quitaste el anillo que llevaba en el dedo índice. Le obligaste a que te entregara también la bolsa de tela que colgaba de sus hombros. Después echó a andar delante de ti con su cabello pardo balanceándose sobre su nuca y le condujiste con paso firme hacia el castillo. Una vez dentro, cerraste el portón y le guiaste escaleras abajo hasta la celda del sótano que Padre había dispuesto por si llegaba el caso de utilizarla.
En ella no había más que un camastro, una pila con agua proveniente del pozo y un desagüe en el suelo para hacer las necesidades. El chico se detuvo antes de entrar.
-¡Avanza!- le ordenaste.
Pero él se resistió entre gruñidos hasta que, de un empellón, lograste meterle y cerraste la puerta antes de que pudiera abalanzarse sobre ella.
Te alejaste varios pasos con la respiración acelerada mientras el chico te preguntaba con la mirada:«¿Y ahora qué?».
Como no tenías respuesta, te limitaste a apartar los ojos y subir de nuevo al salón. Allí te derrumbaste sobre el sillón con el corazón tamborileándote en el pecho y los oídos.
¿Habías atrapado a la pesadilla de Padre? ¿Sería por fin seguro abandonar el castillo? ¿Y si venían a buscarle?
Aunque, si aún ni había venido nadie, tal vez estuviera tan solo como tú.
No. Como tú, no. Porque él tenía respuestas. Él conocía más allá de la primera línea de árboles que ocultaban tu guarida.
Esperas hasta el amanecer para volver a bajar al sótano. Y a pesar de los primeros rayos de sol que rajan la oscuridad, cuando lo haces tienes miedo ¿Y si no está? ¿Y si ha huido? ¿Y si todo lo ocurrido el día anterior no fue más que un sueño?
Los últimos escalones los salvas de un salto, con premura. Y solo te relajas cuando ves que sigue allí, hecho un ovillo en una esquina del camastro, abrazándose el pecho. Es un palmo más alto que tú y de aspecto tan frágil que te preguntas cómo a podido sobrevivir tanto tiempo en el exterior. No tiembla ni llora, pero sus ojos grandes y claros te observan con aturdimiento, como la noche anterior, algo se rompe dentro de ti.
Del bolsillo sacas la manzana que has arrancado esta misma mañana del árbol del jardín. Después, con tiento, como quien se acerca a la jaula de un animal salvaje, avanzas hasta quedarte delante de los barrotes y aguardas con la fruta entre los dedos, intentando que el temblor de tus manos no desvele el miedo que sientes.
Él se mantiene inmóvil. Parpadea con la cabeza ladeada mientras su respiración se va calmando poco a poco. Es la primera persona que ves en meses.
-De... Debes comer -dices, pero la voz te sale rasgada y lo repites con más energía- Debes comer.
Él te analiza de tal forma que te hace sentir incómodo, pero te mantienes inmóvil. Pero poco a poco se va desplegando hasta que se pone de pie y camina lentamente hacia ti. Su mano no tiembla cuando la acerca a la manzana, y lo hace sin apartar la mirada de la tuya.
Recorta los centímetros que separan vuestras manos y una de sus llemas te roza la piel cuando te la quita.
Está helado, adviertes. Y por el modo en el que suspira al morder la manzana, también hambriento. Pero es tu prisionero, ¿y acaso no es así como Padre te dijo que debías actuar en caso de que surgiera una amenaza?
«Si alguien viene, enciérrale. Oblígale a hablar. Y cuándo le hayas arrancado toda la información, acaba con él y no dejes rastro o vendrán más. No confíes en nada ni en nadie.»
Pero él parece tan solo como tú. No se asemeja a lo que Padre había descrito. Es obediente, silencioso. Está asustado. ¿Como puede la amenaza estar asustada? ¿Por qué con sus ojos te hace sentir a ti la bestia?
- ¿Tienes nombre?- Preguntas.
Parece que hubiera olvidado tu presencia mientras comía, pero una vez más te observaba como un conejillo asustado.
- Yo... Me llamo Golden- Añades y te señalas el pecho. A continuación diriges el dedo hacia él-¿Y tú?
Ha dejado de masticar, pero no parece que tenga intención de responderte. A lo mejor ni siquiera te comprende y el día anterior te obedeció por el miedo que le imponía el arma.
Aguardas unos segundos más, pero al final te das media vuelta, turbado. Con la sensación de estar haciendo el ridículo, de estar fracasando estrepitosamente en todas las pruebas que el destino te está poniendo y para las que Padre te preparó a conciencia.
-Volveré a traerte algo más a la hora de la comida-añades mientras te diriges a la escalera.
Y es entonces , el momento en que comienzas a subir los escalones cuando escuchas su voz, tan débil como la caricia de un retal de seda.
- Springtrap.
Crees haberlo imaginado, pero cuando te vuelves, él te observa, sujeto a los barrotes de su celda. Habla tu idioma. Te ha entendido. Y, además, ha respondido. Los nervios regresan y comprendes que lo mejor que puedes hacer antes de dejarte arrastrar por un impulso, es abandonar ese lugar lo más rápido posible y pensar. Pensar en como proceder, en lo que tantas veces te dijo Padre, en lo que deberías hacer con él a continuación.
No te das cuenta de que has estado conteniendo la respiración hasta que cierras la puerta del sótano, te dejas caer de espaldas contra ella y te cubres el rostro con las manos.

Garden; GoldentrapDonde viven las historias. Descúbrelo ahora