S E V E N

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A la noche preparas un asado a la lumbre y después dejas la chimenea encendida para que caliente la casa. Con el frío creciente, agradeces que esa noche no haya ni rastro de la luna y que, por tanto, el humo que abandona los tejados del castillo sea invisible para cualquiera que mire en esa dirección.
Springtrap se come solo la mitad de su ración, mientras que tu te entretienes royendo hasta la última fibra de carne de los huesos del animal.
- ¿No te ha gustado?- preguntas, limpiándote la grasa de los labios con una descolorida servilleta.
- Sí, pero no tengo hambre- explica- Pero está mucho mejor de lo que me había imaginado.
- No puede ser la primera vez que comes esto- comentas, incrédulo.
- Claro que sí. Ya te he dicho que de donde yo vengo los animales se crían en reservas y se protegen.
- Entonces, ¿Para que... ?
- ¿Puedo hacerte yo una pregunta ahora?- te interrumpe y aunque al principio te sobresalta, terminas asintiendo- ¿Eso que hay en el salón son libros? ¿Libros... reales?
Extrañado, frunces el ceño.
- Claro, ¿qué van a ser sino?
- ¿Podemos ir a verlos?- la emoción brilla en sus ojos.
La petición te resulta tan bizarra e inocente que respondes que sí. Abandonáis la cocina y, cuando llegáis a la estancia principal, Springtrap corre esquivando los sofás y la mesa central hasta una estantería pegada a la pared. Es tan inesperada su reacción que te descubres con el puñal en la mano, aunque enseguida vuelves a envainarlo en tu cinturón.
El chico acaricia los cantos polvorientos de los libros con una delicadeza reverencial. Sus labios se mueven imperceptiblemente mientras va leyendo en voz baja los títulos de cada uno de ellos. La mayoría son enciclopedias antiguas, tratados históricos de tiempos ya olvidados, atlas de tierras que tu siempre has creído tan lejanas como si pertenecieran a mundos inventados...
- ¿Puedo?- pregunta, señalando uno con el dedo.
- Eh... sí, adelante- contestas, y él lo libera de su hueco en la estantería.
Después camina hasta la chimenea y se sienta delante del fuego con las piernas cruzadas. Cuando levanta la tapa, se levanta una nube de polvo que, a la luz del fuego, te recuerda a las partículas que desprendían del vuelo de las hadas que aparecían en los cuentos que Padre te contaba cuando eras más pequeño.
Hojea las primeras páginas por encima, pero sobretodo se entretiene pasando las hojas hacia delante y hacia atrás con una sonrisa creciente en sus labios.
- ¿También es la primera vez que ves un libro?
- Es la primera vez que veo uno de papel, sí. Había oído hablar de ellos, claro, pero no existen allí de donde vengo.
- Pero sabes leer. (3)
Él asiente.
- Utilizamos unos dispositivos con pantallas que...
- ¿Dispositivos?- le interrumpes.
- Sí, ¿No sabes lo que son?- te pregunta, tan extrañado como si le hubieras dicho que ignoras lo qué es una nube. -Es raro que tu padre no te lo explicara.
-Mi padre prefirió enseñarme todo lo que necesitaba conocer a este lado del muro- le interrumpes, ofuscado- ¿Qué son esas cosas?
Si a Springtrap le molesta tu desplante, no lo demuestra. Medita unos instantes buscando la manera de explicarse hasta que da con la solución.
- Son como espejos negros -responde. -Espejos mágicos que te permiten ver lo que desees. Momentos del pasado, lugares lejanos, realidades inventadas... Puedes comunicarte con quienes se encuentran a miles de kilómetros. Llevaba uno en mi bolsa. Si quieres podríamos probarlo.
- No -la detienes, asustado- No es necesario.
Todo lo que él cuenta parece imposible, como sacado de un cuento, fantasías idénticas a las que aparecen el cuaderno.
De repente te pones de pie, como si hubieras recibido un calambrazo.
-¿Ocurre algo?
- Se está haciendo tarde. Puedes llevarte el libro a la habitación si quieres seguir leyéndolo. Pero tienes que volver a tu cuarto. Ahora.
-¿He dicho algo que... ?
-No. Estoy cansado. Date prisa.- contestas con premura, mientras te acercas a apagar el fuego de la chimenea. Pero justo cuando vas a dar un paso, tu pie tropieza con una arruga de la alfombra y pierdes el equilibrio.
De repente te ves cayendo sobre las llamas, sin ningún asidero al que agarrarte y con el calor creciente sobre la piel. En una fracción de segundo en la que sucede todo, te da tiempo a imaginar los arañazos del fuego, pero de pronto sientes un tirón desde la espalda y caes, dándote un golpe en la cabeza contra el suelo.
Detrás de ti, Springtrap se yergue con la mano con la que te ha apartado aún extendida.
-Estás sangrando- Dice, y al tocarte detrás de la oreja sientes como los dedos se te llenan de sangre- Deja que te ayude.
Pero cuando va a darte la mano para que te levantes, tú le apartas de un empellón y, torpemente, te levantas. Respiras con tanta fuerza que parece que estás gruñendo. No entiendes lo que ha sucedido. ¿Por qué no ha aprovechado el momento de tu caída para escapar? ¿Por buena voluntad o por miedo a quedar atrapado en una de las trampas instaladas en el jardín?
- Al menos déjame ver si es grave- insiste.
-¡Vete! -Repites, ofuscado y sin quitarte la mano de la cabeza- Por favor.
Él no insiste. Recoge el libro del suelo y sube las escaleras, cabizbajo. Tú le sigues hasta el dormitorio. Pero antes de cerrar la puerta se vuelve y dice:
-Si dejaras de tener miedo de, mí podría demostrarte que ni somos tan diferentes, ni he venido ha hacerte daño. Que ha sido casualidad que nos hayamos encontrado.
Cierras los ojos cuando da el portazo y tardas unos segundos en echar la llave. Después te diriges de nuevo a las escaleras y subes otro piso hasta tu cuarto. Allí entras al aseo y coges agua de la palangana para echártela sobre la cabeza. Te escuece cuando pasas la mano por la herida, pero no, no es grave. Rebuscas en el armario la botella de alcohol que utilizaba Padre para casos como aquel y te echas un poco en el arañazo. Contienes un grito cuando sientes el latigazo y colocas una gasa que enrollas al rededor de la cabeza para sujetarla.
Te ha salvado en lugar de dejarte caer a las llamas.
Tu prisionero. Springtrap. De haber estado en su lugar sabes bien que tú no lo habrías hecho. Que habrías aprovechado el error de tu captor para rematarlo y huir del castillo.
Pero él no.
¿Y aún te preguntas qué más pruebas necesitas para darte cuenta de que Springtrap no supone un peligro, que no es una de las amenazas que tanto asustaban a Padre?
Te sobreviene la culpa al valorar con mayor certeza esa posibilidad. ¿Y si has mantenido cautiva a un chico inocente, sin más motivos que los delirio de Padre? ¿Y si al final logró contagiarte su locura, sus paranoias?
Regresas a tu habitación y te sientas al borde de la cama con los ojos clavados en la ventana. Tu reflejo te devuelve la mirada, envuelto en la oscuridad del exterior. El viento agita las ramas de los árboles, aunque no puedas los ves, y sin poder evitarlo recuerdas el primer día que descubriste a Springtrap entre el follaje y le confundiste con un cervatillo.
Las únicas razones que te ha ofrecido para desconfiar de él han sido las que te has inventado. ¿A caso no habrías saltado tú también el muro en busca de cobijo tras haber estado seis días vagando por un bosque repleto de peligros.
¿Tendrías que haberle matado la primera vez que tuviste oportunidad? ¿Serías más feliz si continuaras solo? Entierras la cabeza entre las manos, avergonzado, confundido, y poco a poco te dejas caer sobre la cama. Sabes que las gotas de sangre que manan de tu nuca van a manchar el almohadón, pero te da igual. Te obligas a cerrar los ojos, a dormirte. A olvidar.

Garden; GoldentrapDonde viven las historias. Descúbrelo ahora