CAPÍTULO 1. LA NIÑA DE LOS OJOS COLOR CHOCOLATE.

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Era una mañana soleada en la Ciudad de México, los cánticos de las palomas, tórtolas y gorriones estaban en su auge. Las personas paseaban, conversando, por los andenes del bosque de Chapultepec, refugiados en la sombra que facilitaba la arboleda.

Roberto, uno de los guardaespaldas asignados para llevarme al parque -cuando la soledad de la mansión se volvía demasiado extenuante para una pequeña de 6 años-; se encontraba revisando los movimientos de cada individuo, que consideraba sospechoso, a mi alrededor. Distraído, no notó cuando me escurrí detrás de un bote de basura gigante, bueno, de tamaño normal, pero que resultaba suficiente para cubrir toda mi silueta.

Aprovechando que tornó su mirada en otra dirección, salí corriendo tan rápido como mis cortas piernas de infante me lo permitían. No me malinterpreten, Roberto era un excepcional ser humano, él solo estaba cumpliendo con su trabajo; corrí porque ansiaba ser libre, al menos en lo que me encontraban.

Por primera vez en mucho tiempo -para una niña de 6 años- sonreí, sonreí al sentir la helada brisa que acariciaba mi piel, dándome escalofríos. Cuando por fin llegué a la caja de arena, donde esperaba poder hablar con niños que no fueran los nefastos hijos de los amigos de mis padres, me encontré frente a los ojos más grandes que había visto, eran color chocolate y bajo los rayos del sol brillaban con picardía.

¿Por qué corres? -me preguntó la dueña de aquellos orbes, que aún a su corta edad, relucían con sed de aventura.

Mis padres toda la vida me habían enseñado a no hablar con extraños, pero sus ojos curiosos y su tierno look ayudaron a que las palabras salieran de mi boca.

Quiero ser libre -con firmeza le respondí.

¿De qué? -fue lo que contestó.

Por primera vez, en mis 6 años de vida, me habían dejado sin palabras. Ni yo misma sabía exactamente de que huía.

Mis pensamientos, o la falta de éstos, fueron interrumpidos cuando cientos de granos de arena aterrizaron en mi cara. Al abrir los ojos, una sonriente diablilla me miraba expectante, mientras decía:

Pensé que te habías descompuesto.

Entonces fue mi turno de atacar, con mi mano tomé un puñado de arena y lo aventé en su dirección. Y así comenzó la batalla de arena más épica, que indudablemente gané yo, y una amistad que duraría toda la vida.

O eso creía yo.

La mañana siguiente, después de un ajuste en la cantidad de guardaespaldas que se requiere para cuidar a una pequeña de 6 años, y un regaño merecido de parte de mi padre preocupado, me encontré de nuevo con la pequeña inquieta.

En ese entonces, no me puse a pensar en la razón por la que sí me dejaban jugar con ella, a pesar de la excentricidad de mis padres; más todo se aclaró, cuando en uno de los reconocidos eventos de caridad de mi madre, apareció, de la mano de una señora y de quien supuse (correctamente) que era su hermana, la niña de los ojos color chocolate.

Ahora todo tenía sentido, mi nueva compañera de travesuras era hija de Elena y Marco, amigos cercanos de mis padres, que se habían mudado a Italia para el nacimiento de sus dos hijas y se encontraban de regreso por negocios.

¿Entonces eres hija de tía Elena? -Le pregunté después de que saliéramos a buscar bichos y arrojarlos en las jarras de bebidas del centro del comedor.

Exacto, limoncito -exclamó con tristeza. Esperé un poco, por si quería explicar la razón de su cambio de humor; al no hacerlo, me enfoqué en tratar de animarla. En tono de falsamente ofendida, le dije:

¿Si sabes que mi nombre no es "limoncito"? ¿verdad?

A lo que, como si fuera lo más obvio del mundo, me respondió:

¡Duh! Tengo 6, no 2. Te digo así porque tus ojos son verdes como la cáscara del limón. ¡Ay! ¡Ya me dio sed!

Por lo que astutamente le ofrecí:

Hay limonada con grillos... ¿quieres?

Su risa fue mi respuesta. Y mientras se apagaba su carcajada, me puse a pensar en que todavía desconocía su nombre, por lo que se lo pregunté.

Valeria –respondió. 

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⏰ Last updated: Aug 04, 2017 ⏰

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¿Qué le pasó a Valeria?Where stories live. Discover now