Podríamos haberlo evitado pero no(s) quisimos.

88 18 0
                                    

Nunca me había costado escribir tanto sobre nadie. 

Tú, que llegaste a velocidad de media sonrisa, que fuiste desplomando una a una todas mis capas. 

Tú, que para cuando ya había pasado el invierno me habías quitado hasta la piel. 

Tú, que llegaste no sé si por casualidad o por malicia de eso que suelen llamar destino. 

Tú. 

Si alguien, por un mínimo segundo, pudiese verte a través de mis ojos o sentirte desde mi tacto, entendería que no tuviese ni puñetera idea de como describirte. 

Ya sabes que yo más que en el destino creo en la inevitabilidad, por muy enrevesada que suene la palabra.

Todo pasa por algo (o eso queremos creer). 

Y tú eres lo mejor que está pasando y esa es la única certeza que tengo para darte. 

El futuro no sé que nos hará y el pasado es sólo lo que pesa sobre nuestros ojos. 

Ahora que no tengo ni idea de cual es mi camino, mi futuro, que ni si quiera sé si lo que estoy haciendo; que, absolutamente, nada tiene el más mínimo sentido. 

Ahora que camino más perdida que nunca. 

Ahora que no busco llegar a ninguna parte, estás tú ahí. 

No sé hablar de nosotros porque aún no nos entiendo. 

Ni yo misma hubiese creído que las mejores cartas de esta partida íbamos a ser nosotros.

A mí, que siempre me sobraron las palabras-

A mí, que caminaba siempre con el escudo bien puesto por si se me atravesaban. 

A mí, si ahora me viesen a mí...

Ahora que te tengo cerca, 

ahora que he perdido el miedo, 

ahora sólo te pido eso: 

que sigas presente.


El eco de la risa rompiendo todo nuestro alrededor es lo que quiero que nos siga definiendo. 


Como casi todo lo que creo que es importante, 

tú, 

yo, 

nosotros, 

eramos inevitables.

Y no sé si una catástrofe o la mejor de las historias inevitables. 

De eso ya hablaremos cuando se nos atraviese el futuro

(sea este cuando sea).

Donde se suicidan las metáforas. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora