Capítulo uno: Jinae

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- Marco, cariño, ¿estás nervioso?

Negó con la cabeza. Sus labios hicieron una mueca que se suponía debía ser una sonrisa, pero daba más miedo que otra cosa. Su madre suspiró y no quiso molestarle por el momento.

Marco no sabía que pensar de todo esto. A veces sentía que ya no era el dueño de su propia vida, que ya no era capaz de vivirla. Como si fuera un muñeco inanimado que se mueve en la dirección que dicta su dueño.

Primero había sido la separación de sus padres. Todo pasó tan deprisa que su mente parecía querer borrar todo recuerdo de esos meses. Solo recordaba con claridad como su madre se levantó de la mesa durante una comida familiar para decir en voz alta: "Lewis y yo vamos a divorciarnos".

A partir de ahí, su vida cambió por completo. Ya no habían comidas familiares. Ya no podía salir tanto con sus amigos por los problemas económicos que representaba un divorcio. Ya no veía nunca a su padre. Ya no veía a nadie, prácticamente.

En el instituto le iba fatal. Suspendía. Y que Marco suspendiera más de cinco asignaturas ya fue la gota que colmó el vaso para su madre.

Y por eso estaban donde estaban ahora. Llegando al pueblo donde se crío esta. El trayecto en coche fue pesado -casi cuatro horas sentado a treinta grados cansaban a cualquiera- y Marco estaba al borde de pegar a alguien solo por beber un refresco helado.

Supieron que estaban llegando al ver un viejo cartel situado al lado derecho de la carretera. 'Jinae'. El nombre era horrible pero Marco, que apenas tenía maldad dentro de si, sonrió al ver el cartel y le dijo a su madre que se moría de ganas de ver la casa.

- Te va a encantar. Varios amigos míos de cuando era joven han ayudado a arreglar la antigua casa de mis padres. ¡Incluso han puesto aire acondicionado!

- Ya me has conquistado.

Ambos rieron tímidamente. Marco sacó la cámara digital que siempre traía consigo y comenzó a tomar fotos a las primeras casas que veía. Todo era tan rustico que sentía que había viajado atrás en el tiempo.

'Jinae' era un pueblo pequeño situado al sur que constaba de tan solo 2000 habitantes. Estaba cerca de la montaña y tenía más historia de la que se podría llegar a contar. Todas las viviendas tenían una construcción parecida y ninguna parecía ser reciente. Probablemente esas casas habían acogido a más de seis generaciones de familias.

A Marco le encantaba la historia, así que se sentía fascinado. En tan solo un momento, la memoria de la cámara se llenó de 20 fotos y las que quedaban por tomar. Su madre sonreía al verle y se sentía agradecida de volver a ver ese brillo en los ojos de su hijo. Desde el momento del divorcio, se había sentido culpable por ver como esos ojos sonrientes se iban apagando a cada día que pasaba. Realmente, la decisión de ir a vivir al pueblo había sido una buena idea.

- ¿Por dónde esta la casa? ¿En las afueras?

- No, dos calles y ya llegamos.

Apenas vieron a cuatro o cinco personas al llegar. Y todas se giraron sin ningún disimulo para mirarles.
En especial un chico cercano a la edad de Marco [o al menos eso pensó él al ver su físico]. Pero su mirada, mas que ser curiosa, desprendía rabia.

"A lo mejor odian a los nuevos. ¿Y si todos nos hacen el vacío? ¿Y si nos insultan o lanzan rumores absurdos sobre la razón por la que estamos aquí?"

El cerebro de Marco iba a toda velocidad mientras seguía sin apartar los ojos de aquel chico que parecía tan furioso con él. Tragó saliva e intentando obtener valor, volvió a mirar al frente justo en el momento que su madre aparcó el coche.

- Pues ya estamos aquí. -levantó el brazo señalando a una casa de color gris- Ese será nuestro nuevo hogar.

Como las demás casas del pueblo, la suya tenía dos plantas. Era pequeña y aunque los amigos de su madre hubieran estado trabajando en ella, seguía dando la sensación de haber estado vacía durante décadas. Los barrotes del balcón de la planta baja estaban medio rotos y los cristales de las ventanas estaban sucios a causa del polvo.

Marco iba a hacer un comentario, pero al ver la sonrisa de su madre, prefirió callar.

Ambos bajaron del coche y antes de que pudieran llegar al maletero, dos mujeres de mediana edad se acercaron a ellos.

- Buenos días - dijo la más alta de ellas, la cual iba vestida con un vestido de flores largo y ancho - ¿Necesitan ayuda?

- Buenos días. No se preocupe, podemos con todo. -contestó la madre de Marco con una sonrisa.

- ¿Van a pasar unos días aquí? - esta vez habló la otra mujer, quien no parecía muy contenta.

- No, estamos de mudanza. A partir de ahora viviremos ahí -señaló la casa gris- Mi nombre es Juana y este es mi hijo, Marco.

- Encantado.

- Oh, vaya, entonces seremos vecinas. -la mujer alta era bastante más agradable que su amiga. Se acercó a Marco con una sonrisa- ¿Cuantos años tienes?

- En unos días cumplo 17.

- ¡Vaya! Es una lástima que mi hijo no este aquí ahora, es de tu misma edad, seguramente os llevaríais bien. - se giró hacia Juana- Cualquier cosa que necesitéis, vivo a dos casas de la vuestra, en la roja.

Se despidieron de ellas dando las gracias con una sonrisa y abrieron el maletero del coche.

Después de varios viajes, por fin acabaron de dejar todas las bolsas y maletas en el salón de la casa.

- Ven, vamos a beber algo frío y brindar por nuestra nueva vida.

- Pero antes, una foto.

Antes de que su madre se negara, Marco sacó la cámara y abrazó a su madre por el hombro.

¿Qué importancia tenía que aquel chico le mirara mal o que él estuviera algo asustado? Lo verdaderamente importante es que había emprendido este viaje con su madre, lejos de los gritos y explicaciones del resto de su familia.

Ahora eran ellos dos contra el mundo, y la foto que se tomaron en su nueva cocina, marcó el inicio de su nueva vida.

Contando estrellas. [JeanMarco]Where stories live. Discover now