TRECE.

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STEPHEN.

Alcé a Ariadna del suelo y grité pidiendo ayuda. Estaba tan pálida.
No respondía. No lo hacía. Mierda, ¿esto era mi culpa? Yo le había gritado, pero lo hice para protegerla. Me había puesto tan celoso.

La llevé a su cuarto y la postré en la cama zarandeándola.

—Cariño, despierta, cariño.— Acaricié su bello rostro y vi cómo el médico entraba con una pequeña cartera en la mano y se ponía al lado de Ariadna inspeccionándola.

—Señor, tiene que irse, necesito saber que le sucede a solas.
—¿A solas? — Asentí y salí de allí nervioso caminando de un lado a otro.

Minutos después salió el médico que teníamos en la mansión para futuras urgencias. Y ésta era una.

Me miró asintiendo y entré rápidamente.

Ariadna estaba acostada con los ojos abiertos mirando hacia la ventana.

Me arrodillé ante ella al lado de la cama y acaricié su mano pero la apartó rápidamente.

—No me toques.— Dijo en tono frío.

Me levanté y fuí junto al médico.

—¿A qué se ha debido el desmayo?
—Al estrés emocional, hay numerosos casos en que los desmayos no duran más que unos segundos o como en éste unos minutos, pero la recuperación es espontánea. Demasiadas emociones en tan poco tiempo suele ser algo devastador para el cerebro o quizás solo haya sido una subida de tensión.—

Asentí entendiéndolo. Ariadna debía descansar.

Despedí al doctor  y mandé hacer algo de comer y beber para mí chica mientras me acercaba a ella.

—¿Te sientes mejor? El médico ha dicho que el desmayo ha sido por el estrés emocional, te has puesto demasiado nerviosa.

—Tiendo a serlo a veces. Me recuperaré.—Me miró.—No vuelvas gritarme, que me hayas alejado de todas las personas que amo y me hayas encerrado en esta jaula no te da el derecho de decir que soy tuya. Eres un criminal.—

Miré a un lado y resoplé, no podía discutir con ella ahora, se veía débil.

Salí y dejé entrar a la sirvienta. Ahora tenía que encargarme de otra persona, al origen de todo esto. Envié un mensaje y fuí a la sala de torturas.

El gilipollas estaba sentado atado de pies y manos con los ojos vendados. Me puse unos guantes de cuero y me quité la camiseta. No quería que se manchara.

Cogí una de mis numerosas herramientas de tortura y me acerqué. Pasé la herramienta por su muslo subiéndolo por su pecho.

—¡No, señor, no!—Gritó Lucas revolviéndose en la silla.

—Cállate, por tu culpa Ariadna se ha desmayado, si te hubieras mantenido lejos de ella como te avisé, ella no hubiera tenido que pasar por ello.
¿Por qué te acercas tanto a ella? ¿Acaso te gusta? Dijiste que sólo querías verla pero también estabas hablando con ella.—
Negó con la cabeza varías veces.

¿Me veré en la obligación de arrancarte los ojos, Lucas?

Le quité la venda de los ojos y cerró y abrió los ojos acostumbrándose a la poca luz de la única bombilla que había. A los lejos se escuchaban gritos de hombres y mujeres que decidieron meterse con la gente equivocada. Suerte que esta sala era subterránea.

—¿Qué quieres de ella?–Continúe.
Lucas se mantuvo callado.
Sonreí de lado y clavé la herramienta en su muslo desgarrando la piel y atravesando el músculo. Gritó tan fuerte que me hizo reír.
—¿Hablarás ahora?—Me acerqué a su rostro y apreté la herida haciendo que soltara gritos desgarradores. Me encantaba esto.

—¡Pagarás por esto! ¡Hijo de puta!—Pese al dolor que sentía se removió más en la silla desesperado y cayó al suelo.—Le será difícil salir de esta, señor.— Reía diciendo.

¿A qué cojones se refería? ¿Salir de qué?

Cuando iba a abrir la boca para decir algo, tocaron la puerta. Me acerqué a ella y la abrí.

—Señor, tiene que venir a la sala de reuniones. Es importante.—

Asentí y salí fuera quitándome los guantes y cogiendo la camiseta.

Fuí a la sala de reuniones frunciendo el ceño y pensando en mi charla con Lucas.

Horas después de haber estado en la sala de reuniones fuí al cuarto de Ariadna y me acerqué a su cama donde se hallaba profundamente dormida.

Mi chica, no dejaría que nada le pasase.

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⏰ Última actualización: Feb 19, 2018 ⏰

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