5. Consecuencias

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Nada salió mal aquella tarde. De hecho, todo fue de maravilla. Primero, una ida al restaurante de hamburguesas del centro comercial. Después de eso, un concierto privado en el interior de un karaoke —donde Alan procuró cantar canciones con letras fáciles—, y, para terminar, una competencia de habilidades en juegos de pelea en el centro de arcadias.

Pero, sumergido por completo en su afán de hacer nuevos amigos, Alan jamás se esperó que el profesor Yamaguchi tuviera una noticia perturbadora que comunicar a toda la clase.

Aquella mañana, Chitose iba retrasada, pues cuando el profesor ingresó en el salón, ella todavía no había llegado.

Intrigado, sintió algo en su interior le comunicó que eso no podía indicar nada bueno.

El profesor, entonces, acomodó su maletín en el escritorio, se aclaró la garganta ruidosamente y soltó lo que tenía que soltar.

—Estudiantes... —Lo decía en japonés, pero Alan lo comprendía muy bien—...hoy tengo que darles una mala noticia. —Tragó saliva antes de continuar—. Ayer, nuestra compañera Haruka y su madre fueron ingresadas en el hospital debido a un accidente automovilístico.

Tras escuchar aquello, Alan sintió como si alguien vertiera sobre él un cubo de agua helada y con hielos. Las palabras de su profesor lo paralizaron a tal grado que sus músculos se agarrotaron y su garganta parecía cerrarse.

Angustiado, el muchacho tuvo que sostenerse la cabeza con sus manos debido al impacto del aviso. En un frenesí de pensamientos, recordó las palabras de Chitose después de que le mostrase la nota que encontró en su pupitre. Aquel diabólico mensaje que lo señalaba como un mal para los demás.

(—Es sólo una ridícula leyenda urbana del salón...)

—Imposible —susurró Alan, al borde de la historia y apretando con fuerza sus sienes.

Levantó la vista. Vio al profesor hablando, posiblemente dando unos pocos detalles sobre Chitose y su madre, pero su comprensión del idioma se había esfumado. No entendía nada otra vez.

(—Es sólo una ridícula leyenda urbana del salón...)

—...así que recuerden apoyarla en todo lo que necesite en cuanto despierte. Como compañeros, no deben dejar que ella...

—Disculpe, profesor —interrumpió Alan, recobrando el leve dominio del japonés que lo había abandonado y levantándose de su asiento.

Como era de esperar, las miradas de sus supuestos compañeros se centraron en él, provocando que vacilara por un instante, inseguro.

—¿Qué sucede, Perrish? —preguntó el profesor.

Las mismas miradas tan carentes de compasión esperaban impacientes. Varias de ellas le decían en silencio que se olvidara de aquello que quisiera saber y se sentara de una maldita vez.

—Perdone, ¿qué tan grave se encuentra ella?

Alan creyó que el docente no le respondería, o le diría que eso ya lo había mencionado. No obstante, lo que le dijo fue completamente distinto.

—Esa información no me la dio el director —dijo—. Pero todo parece indicar que es grave.

Y como si echara leña para avivar la llama de una fogata, casi todos los presentes chillaron y comenzaron a cuchichear entre ellos. Otros más, observaron a Alan con cierto desprecio. Por otra parte, y alguien en quien nadie se fijó, Izumi Yoshino sonreía complacida.

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