c a p í t u l o d o s .

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El estómago de la niña rugió de, probablemente, hambre. Los papás de Alastair le habían dado dinero para que se comprase todo aquello que necesitara, ya que no había llevado nada de casa. Era de conocimiento común que los Lynch era una de las famílias de magos más ricas que habían existido.

En realidad, a Alastair eso poco le importaba. A él le gustaban las estancias pequeñas y acogedoras, hechas de madera y llenas de instrumentos y periódicos. Le gustaba lo cálido, lo justo y suficiente. Era tan poco Lynch. Su família predominaba por sus suelos de mármol, esculturas al centro de las salas, columnas imponentes, techos altos y comedores enormes. Nada era demasiado para ellos.

El niño se quitó el gorro tras varios intentos de meter los rizos que se le caían en la frente, tapándole los ojos. Al quitárselo, su pelo volvió a su forma natural, y él pasó una mano por ellos, un poco frustrado. No había nada más en el mundo que lo incomodase como lo hacía su pelo. No era que no le gustase, era solamente... Imposible de peinar.

Unos segundos después de oír el estómago de la niña rugir, el suyo lo imitó. Los dos niños se miraron. Los dos esbozaron media sonrisa.

Era la primera vez que veía a la niña sonreír, aunque no fuese completa, aunque sólo durara unos instantes. Tenía una sonrisa un poco torcida, con unos dientes desordenados. Y aun así, era bonita. Alastair no se lo explicaba.

Al mirar a su regazo, vio que James ya no estaba encima de él. Sus ojos se abrieron como naranjas. Si perdia a James en aquél tren, su querido felino... Lo encontró al suelo de la cabina, sentado delante de la chica, mirándola con sus ojos pardos, alzando su clara cabeza como podía. La niña no se le acercaba, solamente lo miraba.

Alastair no perdió la oportunidad de hablar.

- James es un excelente olfateador...

- ¿Eso existe? - se burló la niña. El chico tardó unos segundos al darse cuenta que no iba con mala intención; era puro sarcasmo.

- No lo creo - sonrió, aunque la chica no lo devolvió la sonrisa -. Pero sabe donde encontrar la comida. Mi hermana Sage se queja cada vez que cocina algo; él se sienta a su lado, a la espera que caiga algo al suelo que él se pueda comer.

La niña no respondió. Poco a poco, abrió la pequeña mochila que llevaba a la espalda, y de ella sacó un envoltorio de plástico. Lo desenvolvió lentamente, y pudo ver claramente que era un bocadillo. Aún mirando a los ojos del gato, mordizqueó el pan, lo masticó, y tragó de golpe. Alastair la observaba.

- ¿Qué miras? - se volvió a burlar la niña. Esta vez, pero, era diferente. La primera había estado con rabia, odio puro hacia cualquiera que se le acercase. Había parecido capaz incluso de lanzarle un puñetazo. Esta vez, en cambio, era pura malicia, burla, ironia. Él había notado el cambio, por poco que fuera. No podía decidir si era positivo.

El niño volvió a encogerse de hombros, eso sí, con una sonrisa a la boca. La niña, al ver su positiva actitud, frunció el ceño y volvió a mirar a su gato, el cual aún estaba esperando que le diera algo. Alastair ya sabía suficiente como para saber que no le daría nada.

Al ver que Alastair no sacaba nada para comer de su baúl, la niña empezó a abrir la boca, pero la cerró al oír como se abría la puerta de la cabina. Un hombre, de aspecto afable y un poco entrado en carnes, se paró delante de ellos con una sonrisa bastante falsa. Acompañando al hombre, a su lado residía un carrito - por no decir carro enorme - lleno de todos los dulces que se podía imaginar. Alastair ignoró como a la chica de le hacía la boca agua. Al cabo de un segundo, esta gruñó y miró a la ventana. El hombre miró interrogantemente al chico, y Alastair sollo se encogió de hombros, como diciéndole que ese no era su problema.

Primer curso de Alastair Lynch en HogwartsWhere stories live. Discover now